Se terminó la pesadilla. Para mí, y para gran parte de la sociedad lo fue. Lo sufrimos en carne propia, más allá de que muchos tuvimos la fortuna de esquivar varias balas que dispararon y salir ilesos de políticas que atacaron en forma directa contra las clases trabajadoras y populares.
Se terminó la pesadilla
Por Matías Larraule
Fueron cuatro años eternos, 1.461 días en que se nos burlaron descaradamente. Se nos carcajearon en la cara de la forma más perversa. Nos exigieron realizar el mayor esfuerzo posible. Muchos pudimos llevarlo adelante sacrificando un sinfín de actividades recreativas o de otra clase de gustos extra que, indirectamente, perjudicaron la economía de otra parte de la sociedad que encuentra en esos ámbitos su modo de adquirir sus recursos.
Como toda pesadilla, fue cruel, maligna. Expulsó a millones de personas del mercado laboral. A un porcentaje muy elevado de las víctimas le costará insertarse en el rubro. Muchos de ellos rápidamente salieron a buscar la manera de recuperar sus recursos económicos al ofrecer sus servicios. Una gran parte recibió respuestas negativas. Muchos de quienes le cerraron la puerta actuaron así porque no tenían la manera de brindarle un respaldo económico debido al atroz ajuste que debieron realizar por cómo repercutieron en su vida cotidiana los tarifazos y la inflación que no paró de incrementar.
Otros no tuvieron (o no les importó) adquirir la capacidad de generar empatía y entender el sufrimiento que padece aquella persona que no encuentra las herramientas para solventar los gastos mínimos e indispensables que necesita una familia.
Quienes perdieron su empleo no sufrieron solamente un golpe a su economía, sino también a la dignidad. Muchas familias se destruyeron por las políticas de exclusión que la gestión anterior llevó adelante. Lo experimenté en los 90 cuando mi padre perdió su empleo.
Los afortunados, quienes conservamos nuestra fuente de trabajo, también recibimos sopapos. El poder adquisitivo se redujo sustancialmente. Se que es incómodo hablar de la resignación de actividades cuando un número muy elevado no tiene las necesidades elementales para vivir dignamente, como un plato de comida y sobre todas las cosas, una dieta saludable.
En los últimos años se destruyeron un sinfín de industrias. Muchas de ellas son valoradas por estar incorporada en el inconsciente colectivo, pero otras no son consideradas necesarias, cuando realmente lo son porque son generadoras de fuentes de trabajo, como la salud, el turismo, el arte, la cultura y el deporte. También en los últimos cuatro años se incrementó la tan famosa y fogoneada grieta. El odio se potenció en la gestión anterior. Quedó manifestada durante las campañas que se llevaron adelante en el periodo de elecciones. Se sostuvo en el acto de despedida que el gobierno anterior realizó siete días después. Y se prolongó en las redes sociales en las últimas horas.
La pesadilla se terminó. El sol salió e iluminó a toda la sociedad. Renovó la esperanza de quienes nos ilusionamos con vivir en una sociedad más justa. En un espacio en el que podemos convivir todos. Quienes piensan de una manera y quienes tienen una ideología totalmente distinta. En la que podemos recuperar beneficios que una parte de la sociedad entiende que esos beneficios pertenecen solamente a un círculo cerrado. En la que la distribución de las riquezas será más amplia y no quedará en sectores concentrados.
Soy consciente que, al escribir esta columna, recibiré críticas de muchas personas. Varios me etiquetarán de Kirchnerista, como si esto fuese un defecto. No respaldo a personajes, sino a políticas de inclusión. Por eso mismo la esperanza está intacta.
Ahora es momento de trabajar. Y para eso es fundamental conservar la memoria. No quiero más al frente del Poder Ejecutivo a personajes que, en su ADN, no exista la sensibilidad social. Por eso debemos luchar para que “el mejor equipo de los últimos 50 años” sea solamente el recuerdo de una pesadilla. Una pesadilla que se apagó cuando la sociedad despertó, y especialmente reaccionó.