En los últimos 15 días, los casos de Covid-19 en Argentina aumentaron un 217%, según los contagios cada 100.000 habitantes y hay seis jurisdicciones que registran un nivel alto de riesgo epidemiológico; Córdoba y Buenos Aires entre éstas. El resto del país se encuentra en nivel medio, y no hay ninguna jurisdicción que este en riesgo bajo. La tendencia de aumentos de casos es mundial y se debe a la circulación de nuevas variantes y a la relajación de las medidas sanitarias y de cuidado personal. En el país hubo una intensa movilidad de personas por fiestas de recepción, eventos masivos y despedidas de año. Esos encuentros se realizaron con protocolos laxos, con aforos y ventilaciones ineficaces y sin mitigación de riesgos. Por estos días, el distanciamiento y el uso adecuado de barbijos es lo que menos se cumple.
Covid-19: el virus y la grieta
Al 14 de diciembre de 2021, se habían registrado en el mundo 270.781.667 de casos de Covid-19 (SARS-CoV-2) y la cantidad de personas fallecidas ascendía a 5,3 millones de personas. Asia, el continente en el que se originó el brote, tuvo alrededor de un millón de muertos, Europa 1,4 millones. Pero el continente con mayor número de fallecidos hasta el momento es América, con 2,3 millones de decesos. Brasil, gobernado por un refutador de la pandemia, es el segundo país con más muertos (617.000) detrás de Estados Unidos (819.300), en este continente.
Aun con las cifras oficiales de OMS delante de la cara y con argumentos conspirativos, mucha gente sigue dudando sobre la existencia del virus y negando la pandemia. Si bien puede entenderse el manto de sospechas sobre los laboratorios que multiplicaron sus ganancias con las vacunas que, por la magnitud de la pandemia, deberían haber sido de patente liberada, el uso político que se hace de esta desgracia mundial es indignante.
En Argentina la grieta se lleva puesta toda dignidad. Ciertos personajes, opositores al Gobierno, devenidos en gurúes mediáticos vienen cuestionando, desde marzo de 2020, la validez de cada medida implementada para detener los contagios. Quemaron barbijos en las plazas, se resistieron a los cierres preventivos, a la suspensión de las clases, hicieron campaña antivacunas, llegaron a decir que con éstas se insertaban chips comunistas (rusos o chinos, según el laboratorio). Ahora se niegan al pase sanitario opinando que “va contras las libertades individuales”, cuando muchos países que ponen como ejemplo lo han implementado.
Del otro lado de la grieta, el oficialismo solo ve la paja en el ojo ajeno; y para defender sus propias inconsistencias, las críticas apuntan a las jurisdicciones que les fueron adversas en las urnas. Así, se acusa a Córdoba de introducir al país, sucesivamente, las variantes Delta y Ómicron. Los cordobeses, por su parte, se defienden reflotando casos como el del crucero proveniente de Cabo Verde que pasó sin los controles, los actos políticos multitudinarios y el cumpleaños de Fabiola en pleno ASPO. Entonces se desafía al gobierno nacional imponiendo reglas propias como esos autotesteos de dudosa eficacia para una sociedad inmadura, irresponsable e incapaz de actuar en favor del bien común sin individualismos.
El 71% de la población general tiene el esquema de vacunación completo; 84% tiene una dosis y 10% recibió una tercera dosis de refuerzo. Si bien la inoculación no garantiza la inmunidad al 100% se está comprobando que disminuye notablemente la gravedad de los casos, las internaciones y la mortalidad: todo un logro. Con el pase sanitario se garantiza que personas que pretendan ingresar a un determinado lugar tengan el esquema completo de vacunas con los beneficios mencionados.
Se puede entender el cansancio social tras dos años de pandemia, pero cualquier medida para prevenir contagios y circulación del virus deberían ser bienvenida sin las mezquindades de la política a ambos lados de la grieta. Las personas de bien no juegan ni hacen negocio con la salud de la población. Hay muchos otros temas para hacer política -oficialista y de oposición- aunque más no sea por respeto a los muertos.