Las banderas cuelgan de ventanas, rejas y balcones en las ciudades del país en los aniversarios de muertes ilustres, batallas y alguna que otra revolución. Así ocurrió también este martes 25 de mayo en Paraná: vecinos y vecinas sacaron sus pabellones celestes y blancos, los que adornaron también los frentes de edificios públicos y las vidrieras de comercios.
Banderas argentinas y la disputa por el sentimiento nacional
Por Alfredo Hoffman
Las escuelas son los sitios donde más se expresa este sentimiento patriótico con el que ningún argentino y argentina puede disentir, porque todos estamos representados y contenidos por esa simbología: escarapelas, canciones, homenajes, recreaciones de determinadas interpretaciones de acontecimientos importantes del pasado, todo conforma una expresión de la argentinidad que absorbemos desde nuestra más tierna edad y con la cual crecemos.
En el deporte también se hace uso de este modo de manifestación del sentimiento argentino. Cuando la selección de fútbol tiene un desafío importante (u otra disciplina que esté en un momento de popularidad), todos tendremos nuestra camiseta o algún elemento del merchandising de ocasión.
La apelación al sentimiento nacional también está presente en otros ámbitos. Por lo general, cada vez que se quiere convocar a algo que implique dejar de lado las simpatías partidarias, se pide concurrir con banderas argentinas. Por ejemplo, alguna actividad solidaria o de bien público.
En el terreno específico de la política, lograr esta identificación común es mucho más difícil. Sin embargo, los sectores opositores al gobierno eligieron hace ya un tiempo manifestarse en las “fechas patrias” enarbolando banderas argentinas. A pesar de ser el símbolo de la unidad nacional, de lo que nos contiene a todos y todas por encima de cualquier diferencia, la bandera es utilizada en estas protestas para acompañar un reclamo sectorial y claramente partidario, que lejos está de ser general. Intentan así otorgar sensación de legitimidad a las peticiones, cualesquiera sean, que motiven la ocupación del espacio público.
No es algo novedoso. Lo mismo puede decirse de los cortes de ruta y movilizaciones de las patronales rurales, que al menos desde 2008 son adornados con los colores celeste y blanco y otros símbolos de la argentinidad: a veces cantan el himno y otras trazan asociaciones entre próceres y sucesos de la historia argentina y alguna de las consignas del momento.
Ahora bien, cabe preguntarse: ¿por qué la queja en contra de las medidas sanitarias debe ser entendida como una causa nacional? ¿Para ser argentino o argentina hay que estar en contra de las restricciones de circulación con las que se pretende frenar el aumento exponencial de los contagios de coronavirus? ¿Los millones que piensan que 75.000 muertes es demasiado tienen un pensamiento antiargentino?
Hace menos de un año, los carteles que levantaban muchas personas que participaban de estas protestas opositoras decían: “No a la vacunas”. Este martes los carteles decían: “Vacunas ya”. Ayer era antiargentino apostar a las vacunas. Hoy es antiargentino no tener la suficiente cantidad de dosis como para volver a la normalidad cuanto antes.
La pandemia es un evento extraordinario que alteró la vida de todos los seres humanos y cuyos efectos no terminarán sino hasta dentro de mucho tiempo, en la salud de los pueblos, en la economía, en la política, en la ciencia. No hubo una guerra mundial, no cayó un asteroide como el que extinguió a los dinosaurios hace 66 millones de años; pero un virus imperceptible mató a 3,5 millones de personas en poco más de un año. La pandemia es, efectivamente, un duro golpe para la humanidad. Es una bomba atómica que no arrojaron desde el aire pero cuya onda expansiva amplificamos cada vez que la negamos y actuamos como si no existiera.
El problema no son las banderas. Cada quien es libre de embanderarse cuando y como quiera. Lo que sucede es que si hay algo que debería habernos aglutinado e identificado por encima de las diferencias es la lucha contra este virus mortal. Y lamentablemente no fue así.