Los procesos de crisis económica rompen con estructuras que parecían sólidas, corroen las capas sociales más vulnerables y en definitiva, arrastran a más personas a una situación de pobreza. Varios de estos síntomas presentó el estallido social y económico de 2001 en Argentina, aunque en verdad poder explicarlo requiere de un análisis más complejo y no es la intención de este informe. En cambio, lo que puede explicar ese momento de quiebre –uno más en la historia del país– es la necesaria transformación de colectivos barriales que se quedaron sin medios de subsistencia y la experiencia de Paraná resulta un valioso testimonio. Los lazos comunitarios se resignificaron en redes barriales que conformaban las comisiones vecinales, las asambleas ciudadanas, las instituciones religiosas, entre otras. En ese momento nacieron las pequeñas ferias “populares” de venta de indumentaria, calzado y de alimentos de primera necesidad.
Las ferias populares, un fenómeno que no pasa de moda
Esa forma de intercambiar bienes y servicios a bajo costo se multiplicó en diferentes puntos de la ciudad y con el tiempo sembró los cimientos de una modalidad novedosa, que se mantiene en la actualidad: el trueque.
En la capital provincial la venta ambulante en los barrios esconde lo que muchos no vemos: se trata de un espacio público a cielo abierto donde la ropa usada y algunos alimentos se consiguen a precios mucho más accesibles, pero al mismo tiempo es el ámbito donde confluyen hombres y mujeres en la búsqueda de un ingreso adicional que permita “llegar a fin de mes”.
Todo a pulmón
El Paseo Ituzaingó establece un límite imaginario entre el barrio Las Flores y San Agustín, en una extensión aproximada de seis cuadras entre Florencio Sánchez y Ameghino. Pensado como un lugar de esparcimiento y recreación, con el tiempo algunos vecinos empujados por la crisis de 2001 fundaron la feria más antigua de la ciudad. “Ese año empezamos con los bonos federales y después se comenzó con el trueque. Una vecina de Las Flores fue la primera en instalarse junto a otras personas. Ella se tuvo que ir del barrio, entonces me integré a trabajar. Hubo que limpiar el paseo y se plantaron árboles, junto con algunos vecinos. En forma definitiva nos instalamos en 2005, es decir que hace 17 años que estamos”, relató a UNO la encargada de la feria, Yolanda Liberatori.
La mujer es la cara visible de un circuito comercial alternativo, donde prevalece el intercambio de productos a precios populares y en tiempos donde la inflación asfixia es una alternativa para familias numerosas y de bajos recursos. En su mayoría los puestos ubicados a un costado de un cantero central ofrecen ropa y calzado, aunque también se puede conseguir pan casero, barbijos, accesorios para celulares y algunas artesanías.
Es cuestión de tomarse un tiempo y buscar el mejor precio: hay zapatos para niños a 50 pesos o la posibilidad de comprar cuatro prendas por 100 pesos. “Las mujeres con cinco criaturas, ¿con qué compran una ropita? No digo que toda la vida van a vivir del usado, pero es una alternativa. Tratamos de acompañar para que los chicos se puedan abrigar”, reflexionó sobre el espíritu del emprendimiento barrial.
En la actualidad son 40 los puestos ambulantes, aunque esa cantidad puede crecer dependiendo de la época del año. Lejos del furor de los primeros años la feria sigue recibiendo clientes de barrios cercanos, pero también de otros más alejados de la zona oeste. Liberatori se muestra satisfecha por el interés de vecinos del barrio San Martín, Anacleto Medina, Bajada Grande y hasta algunos que viajan desde Santa Fe.
La declaración de la cuarentena sanitaria a raíz de la pandemia de coronavirus puso en jaque la fuente laboral de muchas familias. A diferencia de los trabajadores de la economía formal, los vendedores no recibieron una asistencia estatal, por lo que las condiciones de vida fueron más adversas. A dos años de aquel hito que cambió la historia de la humanidad, los feriantes demuestran que volvieron más fortalecidos y con la esperanza de salir adelante. En tiempos de “nueva normalidad” el desafío es sumar nuevos clientes en base a una propuesta tradicional: precios económicos y productos en buen estado de conservación.
Abren los martes, jueves, viernes, sábados y domingos, entre las 9 y las 16.30. Allí se puede encontrar a Yolanda, pensionada y conocida por sus habilidades como costurera. La historia de sus compañeros refleja la lucha diaria por conseguir “el mango”, ya que muchos de ellos se quedaron sin trabajo y sólo están cobrando un plan social.
Sin ningún reglamento interno que defina los roles y lugares donde deben ubicarse los puestos, la realidad es que los nailon negros desplegados en la vereda expresan un orden que se debe respetar: allí se ubican los más “viejos”.
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Un orgullo familiar
Alicia vende ropa y plantas, una actividad en la que comenzó a incursionar hace una década. “No me hago rica con lo que se vende, pero por lo menos para el día tenés”, sostuvo. Aunque tanto empeño y tenacidad tuvo su recompensa: “Hice recibir a cuatro de mis hijos; hay dos policías y los otros en un frigorífico. Así que gracias a Dios subsisto y vivo con esto”.
La mujer dijo que con lo que se vende puede comprar el pan, la carne o el jugo. Entre sus productos se pueden encontrar plantas (cala blanca, helechos, potus) a 200 pesos, incluso los cactus tienen un precio más módico: 100 pesos.
En cambio las prendas de vestir oscilan entre 50 y 100 pesos, dijo. Al señalar que “la vida está cara”, explicó que en su caso cobra “la asignación y ahora el Plan Potenciar Trabajar. No te alcanza, con un joven de 15 años, al que le tenés que pagar los estudios y todo lo que te piden en la escuela”.
Alicia se presta al intercambio que propone el trueque, “porque las cosas son mías. Necesito azúcar, tengo esto y te gusta, te lo cambio. Volvimos de nuevo al trueque”.
A pedido de sus compañeros contó que confecciona muñecos con telas reciclables y almohadones. “Hay que tener constancia, paciencia y tratar con dulzura y con amor al cliente. El cliente siempre tiene la razón”, manifestó.
Norma también es parte de la historia de la Feria del Paseo Ituzaingó. Es madre de tres hijos y en su puesto tiene un lema: cada vez que vende va comprando para vestir a los chicos. “Comprar en el centro es imposible”, planteó. “Con la venta del día puedo comprar la leche, los yogures, frutas y verduras. Es para subsistir en el día, porque la gente sabe que uno viene y lo tiene como un rebusque”, aseguró.
Explicó que la oferta es atractiva, porque se trata de ropa de calidad barata, y si es una familia numerosa el beneficio es por partida doble. “Ni con la asignación que cobro por los tres chicos, y la Tarjeta Alimentar, y asimismo no alcanza. Las cosas están muy caras, el pan está a 250 pesos el kilo y mis hijos toman leche tres a cuatro veces en el día; la caja sale casi 1.000 pesos”, subrayó.
Una feria reconvertida
Los feriantes de la plaza Francisco Ramírez, en la vecinal Villa Sarmiento, debieron reubicarse en cercanías de la Dirección Provincial de Vialidad (DPV). En el momento de mayor auge un ejército de vendedores acudía a ese espacio público, poblando cada rincón y por tal motivo los vecinos se quejaron porque sus hijos no podían usar los juegos. Actualmente ocupa los sábados y domingos las veredas de las calles Brasil, Saraví, Vicente López y Planes y Esquiú, en la zona de la Dirección Provincial de Vialidad.
Es un fenómeno en plena expansión, ya que sólo el sábado pasado se habían reunido cerca de 200 puestos ambulantes, abarcando toda una manzana. La oferta consiste básicamente en prendas de vestir, calzado, artesanías, algunos alimentos y hasta es posible conseguir neumáticos, que se ponen a la venta desde las 14 hasta que se pone el sol. La actividad se reorganizó de tal forma que los vendedores cuentan con puestos metálicos para ordenar la mercadería, ya sea ropa u otro artículo de primera necesidad.
Se pueden conseguir camperas inflables a 1.000 pesos, y jeans a un valor similar, mientras que un par de zapatillas nuevas pueden llegar a valer 2.000 pesos. La ropa de cama, como por ejemplo acolchados, se ofrecen a 1.000 pesos. Por su crecimiento de los últimos años es posible afirmar que es la feria más grande de Paraná.
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“Prácticamente vienen todos los que necesitan”
Margarita es de la zona y es una de las vendedoras más antiguas de la rebautizada feria de Vialidad. “Prácticamente vienen todos los que necesitan. Se vende ropa y por ahí alguien trae una torta, pan casero, bizcochos, se hace torta frita sobre calle Vicente López y Planes. Cada una maneja su mercadería y los precios para la venta. Es una feria, no se vende caro”, describió en diálogo con UNO. La mujer recordó la gestiones realizadas por el municipio junto a la vecinal, organizaciones sociales y otros actores de la comunidad para que los vendedores se reubiquen en las calles adyacentes a la zona de Vialidad. “Nacimos en la plaza Francisco Ramírez, pero como los niños no tenían dónde jugar, entonces luego por intermedio de algunos feriantes se consiguió el nuevo espacio”, expresó.
A partir de marzo de 2020 la actividad se paralizó por varios meses, hasta que al habilitarse la circulación de personas debido a la mejora en las condiciones sanitarias la feria recuperó su esplendor. “Volvimos con barbijo, con alcohol, todos separados. Ahora no se usa tanto el barbijo. Aunque al principio se respetaba el protocolo porque venían las chicas de la Municipalidad, que eran dos enfermeras a controlar que se respetaran las medidas de cuidado”, reseñó.
Recomendó a las personas que tengan intenciones de visitar la feria que se tomen el trabajo de recorrerla y buscar precios.
“Vienen a comprar desde distintos puntos de Paraná, pero también de localidades cercanas como Viale, de Diamante”, graficó.
Luego admitió que el contexto de crisis económica se pone de manifiesto en el intercambio con la gente que acude a buscar precios a la feria.
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