César Buchet tiene 65 años de los cuales 42 trabajó y vivió en el cementerio católico de Colonia Nueva de Villa Urquiza, en el departamento Paraná. El 14 de junio de 2024 se jubiló como sepulturero y también de sereno del camposanto y días atrás monseñor Gabriel Viola, sacerdote paranaense que desde hace años vive en el Vaticano (Roma) realizó una misa en su honor y le entregó además un reconocimiento por parte del Papa Francisco.
Una vida entre tumbas: se jubiló César Buchet, sepulturero del cementerio de Colonia Nueva
Por 42 años, César Buchet fue sepulturero. Enterró a sus padres y abuelos. Los tiempos difíciles de pandemia. Anécdotas y vivencias en el camposanto
Por Valeria Girard
Ser sepulturero no es para cualquiera, hay que estar preparado mentalmente para afrontar la muerte todos los días. César lo estuvo desde el primer momento, allá por los años ‘80, cuando se lo propusieron. Y también estaba preparada Estela, su esposa, quien lo acompañó siempre. La casa donde vivieron hasta hace poco tiempo está ubicada en una de las esquinas del cementerio, y fue allí donde criaron a sus dos hijos, hoy ya adultos, quienes crecieron correteando entre tumbas y pasillos.
Aunque César asegura que su oficio nunca le causó impresión, sí recuerda con un dejo de tristeza que fue él mismo el encargado de enterrar sus padres, abuelos, amigos y a su suegro.
Ante la pregunta obligada sobre los mitos de los aparecidos, las almas que rondan y algunas extrañezas de poca explicación terrenal y que cobran relevancia en un sitio tan especial, el consultado aseguró que nunca vio nada extraño, pero si recordó anécdotas como la de alguna vez, en que debió tirar una ofrenda que desconocidos dejaron fuera del portón de entrada, que consistía en un plato de porcelana con seis huevos duros. U otra ocasión, en la que se llevó un gran susto una noche de viento porque la luz de la calle iluminaba la calcomanía refractaria de un cesto de residuos, ésta se movía y parecía que alguien -o algo- andaba entre las tumbas en medio de la noche.
Para ser sepulturero es necesario tener valor para pasar mucho tiempo en un cementerio rodeado de cuerpos difuntos y sobre todo permanecer inmune al dolor de los deudos. Aunque todos los trabajos tienen sus particularidades, algunos son tomados especialmente como raros, sobre todo para los que miran desde afuera, pero no tanto para los que se desempeñan en el rubro. Ruidos hay, pero son los gatos que andan por ahí o el viento que hace que los pinos se muevan y suenen como a un silbido intermitente. “Es como todo trabajo. Yo lo hice mucho tiempo, pero ahora ya los años me han golpeado y no me siento bien para continuar, por eso quería jubilarme”, dijo César Buchet en diálogo con UNO.
En sus años como enterrador vivió de todo, pero uno de los peores momentos para la profesión fueron durante la pandemia. Su presencia fue indispensable para dar sepultura a las víctimas del Covid-19 que llegaban en ataúdes precintados, algunos sin ningún familiar que pudiera despedirlo sin completar el duelo. Como no se velaban los difuntos, los servicios se contactaban con él y llegaban al lugar a las 21 o hasta las 00, y empezaba su trabajo.
Todos los oficios tienen sus más y sus menos pero sin duda el de enterrador es uno de los más complicados por la carga sentimental que acarrea y las connotaciones negativas que lleva aparejado. Ellos son los que acompañan a los muertos en su último recorrido y los que le dan sepultura con el respeto que se merecen, y vigilan que nada ocurra en el recinto del cementerio.
De ayudante de albañil al conflicto con Chile por el canal de Beagle
César Buchet nació en Paraná y cuando tenía un año, su familia se mudó a lo que en ese momento se conocía como Colonia San Juan, en un campo arrendado, bastante cerca de Colonia Nueva. Allí vivió hasta los tres años, y ya después se instalaron concretamente en Colonia Nueva. Como su padre trabajó siempre en la construcción, junto a su hermano ya desde muy chicos lo ayudaron y aprendieron el oficio.
Realizaba el servicio militar cuando surgió el conflicto entre Argentina y Chile por el canal del Beagle, allá por 1979 y se puso a disposición de la Patria: “Estuve en Tierra del Fuego. Tenía 19 años. Mi base fue la Infantería Marina, cerca de Puerto Belgrano. Al principio no la pasamos muy bien porque teníamos hambre, escaseaba la comida, pero después nos organizamos mejor. Manejé un camión y mi función era recorrer las estancias llevando alimento a los soldados de los diferentes batallones. A los tres meses regresamos”.
El sepulturero recordó que estuvo en el servicio militar durante un año y en todo ese tiempo, una sola vez viajó a visitar a su familia: “Cuando regresé, me dediqué un tiempo a la construcción con mi padre, ingresé después a Agua y Energía, trabajaba en la zona de El Chapetón. Hacíamos perforaciones para estudiar la profundidad y la resistencia de la tierra, en el caso de hacerse la obra de la represa del Paraná Medio, finalmente ese proyecto no se hizo y nos quedamos sin trabajo. En ese entonces me fui como camionero un tiempo, para la empresa Cacciabue, que estaba ubicada en avenida de Las Américas. Alquilaba una casa en Paraná y la verdad nunca me gustó mucho la ciudad, así que cuando el presidente de la comisión del cementerio, que en ese momento era Armando Leriche, me llamó para trabajar aquí, no lo dudé”, relató.
César comenzó como sepulturero el 1° de agosto de 1982 y en noviembre de ese mismo año formó unión matrimonial con su gran compañera de vida. Para él el cementerio no era un lugar desconocido, su casa paterna estaba a 500 metros y además, trabajó en construcciones y arreglos y mantenimiento del mismo, cuando era albañil junto a su padre. “Tenía unos 12 años cuando carpíamos con pala anchas todo el sector del cementerio para mantenerlo limpio”, mencionó.
Estela no tuvo ningún problema en acompañarlo e instalarse en la casa que está en una de las esquinas del lugar.
“Escuché muchas historias sobre los cementerios, sin embargo de los años que estuve nunca pude ver nada y yo si no veo, no creo. Me pasó una noche estar sentado fuera de mi casa y ver una luz moverse entre las tumbas. Resulta que había un canasto de esos para tirar las flores secas que tenía esos papeles brillosos y la luz de la calle lo iluminaba, había una brisa que lo movía y parecía una linterna que se prendía y se apagaba. Si sos de creer podés tomarlo como un aparecido o alguien que andaba por allí, pero fui a comprobar y supe la causa”, relató.
César siempre fue muy celoso del lugar que tenía en custodia y no dejaba que nadie deje ningún objeto, sobre todo si sospechaba que podía tener intenciones no tan buenas. “Una vez en el portón estaba cerrado porque eran las 6 de la mañana, era verano y un auto apagó el motor. Como no pudieron entrar dejaron arriba del paredón del portón un plato de esos de porcelana con seis huevos hervidos y pelados. Les habían echado pimienta o algo parecido. Que tipo de ritual querían hacer no sé, pero al verme se fueron”, contó.
Convivir con el dolor
“Uno se acostumbra al trabajo. A mí me tocó sepultar a mi padre, a mi madre y a mi suegro, a mis abuelos también. Me tocó sepultarlos a mí personalmente, eso es muy fuerte. Es chocante también cuando la persona fallecida es una criatura o alguien joven que falleció en un accidente, pero uno no pierde de vista que un trabajo y una responsabilidad”, reconoció.
Hay dos hechos que recuerda como muy duros, distantes entre sí en cuanto al tiempo, uno de ellos fue la muerte del doctor Dante Aníbal Del Castillo, Fabián Mendoza y Rubén Borghello de 20 y 18 años, en un accidente de tránsito en 1986. “Tuvieron un accidente a la altura del Autódromo Ciudad de Paraná. Como ese día, nunca, era impresionante la cantidad de personas que había en el cementerio, todos conocidos. Y eran tres ataúdes. Traté de dedicarle tiempo a cada uno, respetar los tiempos de los familiares, la gente se amontonaba. El otro caso fue el de una docente muy querida en la zona, Susana Schmaedke, quien falleció trágicamente en Buenos Aires hace dos años, un 24 de diciembre. El cuerpo llegó a las 00 y era tanta la cantidad de personas que la esperaban para despedirla, el cementerio no está preparado para tantas personas, y tampoco para que el oficio fuese durante la noche”, expresó.
Rodeado de 3.200 tumbas
En el cementerio de Colonia Nueva hay 3.200 tumbas, según indica el libro de registros. En tantos años, César fue testigo mudo del duelo de los familiares, recuerda las visitas diarias de mamás que habían perdido a un hijito, de nietos a los que les costaba soltar a sus abuelos, de amigos que no podían dejar de ir a hablarle a una lápida, con el corazón roto, sobre el dolor de su partida. “Siempre me manejé con mucho respeto. Para mí si había cinco personas o quinientas despidiendo al ser querido, el momento del entierro era lo mismo. No cambiaba mi rutina. Entiendo que nunca es el momento adecuado para la persona que está alrededor de la sepultura, por lo que trataba de esperar, y en medio de la contención de unos a otros, empezaba mi trabajo”.
La conducta de los dolientes cambió un poco con el paso de los años -consideró. “Ya la gente no le dedica tanto tiempo a los cementerios. Vienen un rato, traen flores, se sientan a un lado, rezan, hablan y después se van. Antiguamente, cuando yo era chico, recuerdo que muchos pasaban el día entero en el cementerio”, dijo. También habló sobre lo que dejan en la tumba de los difuntos: “Después están las ofrendas que cada persona le trae a su ser querido. Si bien lo más común son las flores, muchos dejan objetos que tienen un valor simbólico, por lo que significaron en vida para el difunto, porque es algo que compartieron o simplemente porque de alguna manera lo representa. Hay casos en que una persona grande, por ejemplo, gustaba mucho de tomar whisky, entonces le dejan una petaca con alcohol en la sepultura, otros les encienden un cigarrillo y dejan que se consuma, les traen eso en vez de una flor, porque es con lo que más lo identifican. Es una forma de recordarlo, incluso de sentirlos presentes”, detalló el entrevistado haciendo referencia a la forma de transitar el dolor que tiene cada persona, y de vincularse con quien no se encuentra más en el plano terrenal.
Festejos y despedida
Días atrás, la comisión cooperadora que tiene a cargo el funcionamiento del cementerio católico de Colonia Nueva organizó una despedida para el nuevo jubilado.
Coincidió con la visita de una persona muy especial para la comunidad, el padre Gabriel Viola, ahora monseñor, quien ofició la misa por la jubilación de Buchet en el salón del centro de jubilados y pensionados del lugar. “Nosotros queríamos algo sencillo, para a familia y los más cercanos, pero la verdad nos emocionamos mucho con lo que organizó la comisión. La misa estaba prevista en el cementerio mismo, pero como era un día de viento y frío, se cambió de lugar. El padre Viola había llegado un día antes desde Roma (Italia) y fue quien ofició la misa. No esperaba tantos obsequios, incluso el padre nos trajo un recordatorio enviado por el Papa Francisco. Todos tuvieron palabras para mí y para mi esposa que realmente nos emocionaron".
César habla en todo momento en tiempo presente de su labor, aún así ya está organizando su futuro, que estará ligado a lo que más le gusta, el trabajo en el campo. “Nací en Paraná pero casi toda mi vida la viví acá en Colonia Nueva. Tengo mi pedacito de tierra acá, para entretenerme”, dijo. Será en compañía de su esposa, con la visita frecuente de sus dos hijos, Diana de 33 y Hernán de 38 y el cariño de toda la gente de la zona.