Rosa Vera nació en Las Cuevas, departamento Diamante, hace casi 90 años. A los 12 años ya trabajaba en el campo junto a su padre y colaboraba con su madre, tanto en el cuidado de sus hermanos como la limpieza de la casa. Ya un poco más grande decidió radicarse en Paraná en búsqueda de un trabajo, fue empleada en casas de familias y, por mucho tiempo, portera en una escuela hebrea. Formó una familia, tuvo cuatro hijos y le tomó cariño a su nuevo hogar, a lo que hoy considera su lugar en el mundo. Era mucha la pobreza y la necesidad que se vivía en el barrio Belgrano y ella no podía sentirse ajena, por eso un día, tras “masticar” una idea, la hizo efectiva y junto a otras abuelas empezó a dar la copa de leche. Ese fue el inicio de una enorme tarea de solidaridad y compromiso. Algunas veces era té, otra mate cocido, la gente colaboraba con lo poco que tenía y eso era lo que se compartía, mientras tanto se fue armando un grupo que a diario garantizaba las pancitas llenas, sobre todo de los más chicos.
La historia de doña Rosa Vera y su Nietito Fuerte
Por Valeria Girard
Foto UNO/Juan Ignacio Pereira
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La gran obra de solidaridad del club de Abuelas de barrio Belgrano fue denominada Nietito Fuerte y el comedor comunitario dejó de funcionar en el club Sirio Libanés cuando Rosa se mudó a su actual casa y donó parte de ésta para poder continuar la labor solidaria. Allí un humilde saloncito se convirtió en lugar de encuentro, de talleres para aprender oficios, de apoyo escolar y también de contención, sobre todo para mujeres, a quienes ayudaban a salir de la pobreza, de la violencia de género y les mostraban que otra realidad era posible.
Después de más de 40 años ininterrumpidos de trabajo doña Rosa, apodada cariñosamente por “su gente” como La Mamma se siente satisfecha. “Creo que hice bien las cosas, porque siempre tuve vecinos que me ayudaron y confiaron en mí. Acá todo lo que se hizo fue en conjunto y por suerte mis hijos me acompañaron”, dijo.
No sólo el comedor es de puertas abiertas, la casa entera y el corazón de doña Rosa. A sus cuatro hijos, suma uno más del corazón. “Mi Negrito”, le dice cariñosamente mientras él la observa y ella aclara que al día de hoy también él va a ayudar, como así también los nietos.
“Regalé a la gente de mi barrio mi vida y mi tiempo, nunca me arrepentí, porque mis vecinos siempre nos trataron con mucho respeto y gratitud. Por acá han pasado familias enteras y aún hoy continúan viniendo ya los nietos de las primeras generaciones”, explicó Rosa.
Rosa se emociona, mucho, al hablar del cariño que la barriada le profesa. “Tuve muchas abuelas compañeras, hicimos muchas cosas y vivimos bien porque nos queríamos mucho. Eramos tan humildes, que uno aprende a ver la realidad de otra manera y a valorar los pequeños grandes gestos. Me gustó este lugar, cuando me casé me vine a vivir a este barrio y acá crié mis hijos. Muchas veces con dolor escuchamos decir ´No me gusta ese barrio, por la inseguridad, por los problemas´, nunca nos pasó nada, ni a mí ni a mi familia. El Belgrano se convirtió en mi lugar en el mundo”, contó la abuela.
“Por Nietito Fuerte es mucho lo que siento, es mi vida, ¿sabe?. Hice tantas cosas, amasábamos para darles pan a los vecinos, enseñábamos, cocinábamos, recolectábamos abrigo, lo que haga falta. Hoy puedo decir que en mi vida he sido muy feliz, porque mis hijos, mi familia y mi gente del barrio siempre estuvieron conmigo, me quisieron mucho y me quieren. Cuando yo no esté, mis hijos tienen que seguir con ésto que es tan lindo, no se puede caer”, consideró ante la mirada atenta de una de sus hijas.
A sus casi 90 años, doña Rosa recuerda aquellas grandes amigas con quienes formaron el club de Abuelas de Barrio Belgrano: “Recuerdo a mi querida amiga Belia, a Nicolassa, Ana, a Irma Petrucci… vivimos muchos momentos juntas”
Salvadores de barriadas
Los comedores comunitarios son salvadores de las barriadas. Son espacios que además de dar respuesta a la necesidad urgente de llevar un plato de comida a la mesa, sirven para tejer lazos. Así fue siempre Nietito Fuerte.
Los actuales son tiempos de crisis donde muchas familias ven como sus salarios se esfuman en pocos días y no alcanzan para llevar un plato de comida a la mesa. En ese contexto los comedores y merenderos se vuelven espacios fundamentales para crear lazos de solidaridad, compromiso y compañerismo, a la vez que permiten al menos garantizar una comida diaria.
Las heroínas y héroes silenciosos, que aunque saben que la comida no alcanza, se las rebuscan para ponerle color y sabor al guiso. Muchas veces terminan poniendo unas cebollas o un par de papas de sus propios hogares para engordar la olla, y son las primeros en resignar su propio plato para dárselo a quienes no tienen nada. Los comedores son así espacios que aglutinan a las vecinas y vecinos, y que van generando el germen de la organización.
Cuentan con un reglamento interno donde cada uno que asiste tiene que cumplir una tarea colaborando en el comedor. La organización está dividida en diferentes partes: tareas de cocina, tareas de limpieza, mantenimiento, lavado de ollas, picar verdura, hacer la merienda, y absolutamente vienen todos, sea a pelar una bolsa de papa o para instalarse en el área de la cocina hasta que todo esté listo.
La constante y la metáfora es el remo, ya que si hay un elemento característico en la olla popular de todos los barrios, es el gran cucharón que revuelve. A este elemento fundamental e icónico de los comedores se lo llama remo, y quizás, sea la forma más simple de ejemplificar lo que sucede a diario en cada uno de estos espacios comunitarios.
En el comedor Nietito Fuerte las actividades están repartidas. Quienes comienzan temprano a la mañana, como es el caso de Lucrecia Cisneros, hija de doña Rosa, intercala la entrega de botellas de leche y pan, con la preparación de los insumos para la cena que comenzarán a entregar a partir de las 17:30, cada día.
La sede central del club de Madres y Abuelas de barrio Belgrano es calle General Espejo Casa 82 (en la esquina Benjamín Victorica) y es allí donde funciona el comedor Nietito Fuerte, pero desde hace bastante tiempo el trabajo no sólo se concentra allí, también tienen a cargo el comedor Cebollita, en calle Ameghino al final de barrio San Martín.
En ambos casos entregan entre 280 y 300 porciones diarias, a lo que se suma la copa de leche. Reciben fondos del Programa Nacional Alimentario (PNUD), que se destina a la compra de alimentos y cuentan con un convenio de trabajo mutuo con el COPNAF, que se destina para el personal de trabajo. En total son 12 los colaboradores que realizan diferentes tares de lunes a viernes. Los platos son muy variados: hamburguesas, quiso de arroz con pollo, estofados y de postre frutas.
"Cuando yo no esté, mis hijos tienen que seguir con esto que es tan lindo, no se puede caer", repitió doña Rosa durante la entrevista, una madre, abuela y vecina con un corazón gigante, tan grande como para contener a todo un barrio.





















