Como le puede estar pasando a muchos de mis compatriotas, me siento a reflexionar sobre el futuro del país. Para hacerlo hay que tomarse el tiempo necesario, mirarse y mirarnos, en función de entender que esa construcción simbólica y de identidad nacional que se llama Argentina la hacemos entre todos desde el quehacer cotidiano. Es tan difícil como arriesgado asumir el desafío de analizar a un territorio y a sus habitantes sin dejar de lado a variables que influyen en las condiciones de vida de los que más y menos tienen.
"Este país de mierda"
Decía al principio que poner en debate el futuro nacional es tan incómodo para algunos porque lo reducen a un concepto vacío de contenido. Es una palabra que podría resumir lo que nos conduce casi siempre al camino equivocado: en todos los mensajes de campaña se habla de la necesidad de construir futuro, pero dejando afuera de ese proyecto a los más vulnerables. Quizás la principal preocupación de los millones de pobres que hay en el país sea tener algo para comer en el día, relegando siempre cualquier posibilidad de proyectar un mejor porvenir mejor. Expulsados por falta de recursos del sistema educativo y por ende, del circuito de trabajo formal, pasan a engrosar las estadísticas de nuevos desocupados en el país.
Así las cosas, el análisis debería enfocarse en determinar las causas de este problema endémico de la Argentina que se ha acelerado desde la recuperación de la democracia. Nadie se hace cargo de esa parte de la historia, empezando por la clase política a la que elegimos cada cuatro años, sin contar que cada dos años se decide la renovación de algunos cargos legislativos.
Siguiendo con esa segmentación por grupos sociales, en el imaginario social de este país, la clase media incluyó a los sectores más pujantes o con mayores perspectivas de progreso. Es probable que en el actual escenario las generaciones que gozaron de cierta estabilidad o de un buen pasar económico, posiblemente hayan quedado marginadas de esa condición por diferentes factores que llevaron al país al vivir diferentes períodos de crisis.
La inflación, sin control, generó un fenómeno que trastocó las expectativas de las familias con trabajos formales cuyos ingresos se fueron debilitando frente al aumento sin freno de los precios de la canasta básica. A menor poder adquisitivo fueron perdiendo poder de consumo y de acceso a ciertos bienes y sin posibilidades de generar un circuito de ahorro. La agobiante situación económica empujó además a muchos sectores sociales a una realidad desesperante: en esa categoría se puede incluir a los que quedaron sin trabajo y en forma intermitente consigue empleos precarizados. Los que aún mantienen la fuente laboral, debieron sumar nuevos trabajos para engrosar un poco más los ingresos. Son los que aún se mantienen “a flote” dentro de un sistema signado por la falta de propuestas concretas para enderezar el rumbo económica, agravado por la inercia de un Presidente sin peso ni poder real a pocos meses de culminar su mandato.
“Este país de mierda”, es la frase que suena cada tanto con fuerza en la mesa familiar. Son pocos los que se basan en argumentos válidos para justificar esa creencia y más bien es un método para ensanchar la grieta que amplía la cantidad de víctimas.
Todo se reduce a descalificar al otro porque piensa diferente, apelando al manual de la vieja política, donde no faltan las agresiones verbales o simplemente la violencia a través de las palabras. Es fácil darse cuenta que así no se sale de la crisis, no se construye una salida colectiva, menos con aquellos que pregonan que salida es por el aeropuerto de Ezeiza. Hasta el mismísimo Gonzalo Bonadeo se subió a esa ola justificando la decisión de su hija de irse del país porque “no olvidamos del traidor de ayer solo porque el de hoy te traiciona un poco más. De llenarnos la boca hablando de lo rico que es un país lleno de pobres”. Así reza uno de los extractos de la carta que le dedica a su hija que se irá a vivir a Australia para seguir ejerciendo una pasión heredada: el periodismo deportivo.
Considero que ése no es el camino, más allá de clase política que nos gobierna y nos sigue robando la ilusión de ser un país en serio y previsible.