La ola de calor que se anuncia para los próximos días, con temperaturas que llegarán a los 39° en gran parte del Litoral, vuelve a poner en vilo a los productores hortícolas de Entre Ríos. El impacto no es nuevo, pero sí cada vez más severo: altas temperaturas, humedad elevada y lluvias intermitentes conforman un combo que afecta directamente la calidad de las verduras, reduce los volúmenes cosechables y termina presionando sobre los precios al consumidor.
El calor extremo en la región afecta gran parte de la producción hortícola
Las altas temperaturas en la zona impactan en la calidad de los cultivos. Por el intenso calor, ya escasea la lechuga y podría subir su precio.
Por Vanesa Erbes
La lechuga es uno de los cultivos que más sufre el calor extremo
“Nosotros dependemos totalmente del clima. No tenemos mucho margen para modificar la rutina de trabajo”, explicó a UNO Nicolás Bevilacqua, presidente de la Asociación de Productores Hortícolas de Entre Ríos.
La mayoría de las quintas de la zona trabajan a cielo abierto, con grandes extensiones de tierra, lo que vuelve inviable la colocación de media sombra u otros sistemas de protección ante el sol extremo.
Los daños que causa el calor extremo
Frente a jornadas de calor intenso, los productores recurren al riego casi constante como única herramienta posible para amortiguar el daño. “Se está regando prácticamente todo el día por aspersión, sobre todo las verduras chiquitas que recién están saliendo, para que no las queme el sol”, detalló Bevilacqua.
Sin embargo, la estrategia tiene sus límites: cuando el calor se prolonga y la humedad se mantiene alta, el daño es inevitable. La lechuga es la primera en evidenciar el impacto de estas condiciones: “Empiezan a quemarse las hojitas internas, el cogollo. Y ahí ya no tenés cómo salvarla. Si limpiás bien, te queda prácticamente el tronco”, describió el productor, y acotó que, en el mejor de los casos, cuando el daño se limita a las hojas externas, se puede deshojar y rescatar parte del producto, pero la merma es significativa.
Esa pérdida se traduce directamente en una menor oferta. “Donde antes sacabas 10 cajones, ahora sacás cinco. Y eso después se refleja en el precio”, señaló el dirigente.
La ecuación es simple pero implacable: menos producción, mayor costo por unidad y precios que tienden a subir.
A las altas temperaturas se suma otro factor determinante: la humedad. Las lluvias intensas seguidas de sol pleno generan un efecto térmico devastador sobre las plantas. “El agua queda acumulada en el cogollo y cuando sale el sol es como echarle agua hirviendo arriba”, graficó Bevilacqua.
Si bien la lluvia tiene efectos positivos visibles y “la hoja cambia, se ve más linda”, según explicó, subrayó que el exceso termina jugando en contra. En este contexto, no es sólo el calor lo que daña la producción, sino la combinación de variables climáticas cada vez más extremas y frecuentes.
Aunque el impacto todavía no se refleja de lleno en los valores de venta, la merma ya es visible en las quintas. “Había para cortar 1.000 cajones y se termina cortando bastante menos”, reconoció Bevilacqua.
Todo indica que, de persistir el calor extremo, la lechuga será uno de los productos más afectados, con subas de precios en el corto plazo.
Otros productos también muestran comportamientos estacionales marcados. El limón, por ejemplo, atraviesa un período de escasez relativa. “La principal zona productora es Tucumán y salen muchos menos camiones. Entonces todos quieren y el precio se dispara”, explica. El tomate, en cambio, vive una realidad opuesta: hay producción durante todo el año gracias a variedades híbridas y rotación de zonas productivas, lo que genera sobreoferta y precios muy bajos.
Desafíos estacionales
Paradójicamente, el verano es la estación más productiva para la horticultura. Los ciclos se acortan y los cultivos crecen con mayor rapidez. “Una lechuga en verano la trasplantás y en 45 días ya estás cortando; en invierno te lleva 60 o 70 días”, explicó Bevilacqua, y comparó: “Es como el pasto del fondo de tu casa: en verano lo cortás todo el tiempo, en invierno casi no crece”.
Pero esa mayor velocidad también implica mayor exposición al clima. Un golpe de calor puede arruinar en pocos días lo que llevó semanas de trabajo. En cultivos como el zapallito, las diferencias entre estaciones son abismales: “En verano, una hectárea te puede dar 1.000 cajones por día; en invierno necesitás 20 hectáreas para sacar lo mismo”.
En cuanto al invierno, el presidente de la Asociación que nuclea a los horticultores aseguró que el de este año “fue especialmente duro para el rubro”. Por eso la expectativa está puesta en que el verano permita sostener la actividad, aunque sea en un contexto adverso. “Un verdulero compra un cajón de lechuga y si no lo vende en el día, en verano se le arruina; en invierno le dura una semana”, explicó, marcando la fragilidad del negocio.
Aun así, los productores siguen afrontando los desafíos propios de la actividad, adaptándose a un escenario donde el clima marca el ritmo. “Esto se va a notar cada vez más en la merma y en el precio de la lechuga, que es lo más delicado que tenemos hoy”, anticipó.
Mientras las temperaturas siguen en alza, la horticultura entrerriana enfrenta un desafío doble: producir en condiciones cada vez más extremas y sostener el consumo en un contexto social y económico que también cambia.
El resultado, como suele ocurrir, termina reflejándose en la góndola, pero empieza mucho antes, en la tierra, bajo un sol cada vez más implacable.
Los cambios de hábitos generan mermas en el consumo
Más allá del clima, el sector enfrenta otro desafío estructural: la caída del consumo de frutas y verduras. “Se ha perdido mucho la costumbre”, afirmó al respecto Nicolás Bevilacqua, y comentó que la tradicional ensalada de frutas casera, un clásico que suele formar parte del menú en las Fiestas, cede terreno frente a productos listos para consumir, congelados o envasados. “La gente ya compra la ensalada de fruta hecha, en lata. Se va perdiendo esa mano de obra que había antes en las casas”, observó.
En este marco, señaló que los cambios en las rutinas laborales, con jornadas extensas y poco tiempo para cocinar, refuerzan esta tendencia.
Datos recientes muestran que el consumo de frutas y verduras en la Argentina viene en caída, con retrocesos de hasta un 40% en la demanda de estos productos en períodos comparables del último año. Esa cifra se desprende de informes hechos por el sector de Economías Regionales de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), que vinculan la baja demanda con la pérdida de poder adquisitivo de las familias y el aumento de precios desde el campo hasta la góndola.
Además, productores y consultoras especializadas advierten que la retracción no se limita a un solo producto, sino que se observa especialmente en frutas tradicionales como manzanas, peras, bananas y naranjas, cuyos niveles de venta han profundizado la preocupación en el sector.
Expertos del sector señalan que muchos consumidores dejan de comprar frutas y verduras frescas porque prefieren alimentos listos para consumir,como ensaladas ya preparadas, productos congelados o envasados, que se ajustan mejor a rutinas laborales más largas y con menos tiempo para cocinar. Este cambio cultural influye tanto como los factores económicos. “La fruta y la verdura no tiene reemplazo, pero igual se vende menos por estas cuestiones”, concluyó Bevilacqua.





















