Por Pablo Felizia
Por eso hoy ya grande
quiso volverse niño
y de un triste recuerdo
hacer la realidad
rejuntando los trapos
de variados colores
que alguien unió un día
dándole la forma
de hermoso pantalón
para que este payaso tenga
alegre el corazón.
Florentino Martín Capri
Florentino Martín Capri nació en El Palenque. Tiene 65 años y hay días en que se transforma. "¡Chinchulín!", le gritan por las calles de Colonia Avellaneda. Es que lo conocen y lo quieren. Con un club de abuelos junta ropa, sillas de ruedas y juguetes que reparte en hospitales y jardines. Héroe silencioso, sencillo, poeta y luchador, el hombre contó su vida, la dureza del campo, la fiereza del ferrocarril y su sueño de niño: el de poder entrar a un circo. "Le pedí a Dios para que cuando me jubilara, me dejara ser payaso", dijo emocionado.
De familia muy pobre, Capri tuvo 11 hermanos y la inquietud de que alguna vez lo llevaran al circo. "Nunca podíamos ir por la necesidad, por la falta de moneda. Entonces yo quería ser payaso y se lo pedí a Dios", dijo ayer en una vereda de Colonia Avellaneda, bajo un toldo en la calle para que el sol no diera de lleno; un amigo prestó sillas y una mesa.
"Hola UNO. Quisiera que ubiquen a un señor de Colonia Avellaneda y muestren todo lo que hace en silencio y vestido de payaso", decía un mensaje anónimo que llegó a la Redacción días atrás. Y ahí estaba Capri, el payaso Chinchulín, dando cuenta de que a veces solo hay que poner el corazón.
Junto al Club de Abuelos Yo tengo fe, hace de todo. "Me di un gusto inmenso, rodeado de amigos, de gente que me apoya un montón. Nunca me falta un recurso para ir a los lugares", señaló, y esos lugares tienen nombre: son jardines maternales, el hospital San Roque, el San Martín, Fidanza y Ángeles Custodios. Contó que a veces en algunos de esos lugares no le dan permiso para entrar, pero él igual espera paciente en la puerta.
La gente le dona de todo, aunque no para él, sino para que él los lleve a los rincones donde crece la necesidad. "Me dan ropa para inundados, sillas de ruedas, bastones, trípodes. Es que armamos una Fundación que se llama Madre Teresa de Calcuta, pero es todo sin fines de lucro. Juntamos tapitas y latas descartables para vender, hacer algo de plata y reparar las cosas rotas", contó Capri, y ante la repregunta, lo de "Fundación" pareció solo un título, aunque no por eso una iniciativa menos importante.
Capri se jubiló antes de cumplir los 65. "Éramos los catangos de las vías", contó y lo de "catango" era una manera de decirle a los muchachos de menor rango. Como buen compañero, cada vez que Capri habló de su antiguo trabajo, siempre lo hizo en plural, como hacen los obreros del mundo. "Íbamos con la zorrita siempre a pulmón. Pertenecíamos a Parera y tomábamos el sector que va desde avenida De las Américas hasta El Palenque", agregó.
Como a tantos otros ferroviarios en el país, ese triste slogan menemista lo dejó sin trabajo con las privatizaciones. Corría 1993 y alguien dijo por ahí: "Ramal que para, ramal que cierra", y Capri junto a esos otros plurales la pasaron fulera.
Este hombre, sencillo superhéroe, contaba con una esposa que no lo dejó caer. De hecho, Graciela Lencina, emocionada, estuvo junto a él durante la entrevista. "Tengo una compañera de fierro", dijo el hombre, y agregó: "Cuando me quedé sin trabajo juntamos grasa para hacer pastelitos, vendíamos diarios y barriletes. Ahora por el calor no pude seguir y entonces tenemos dos peloteros porque con lo que gano de jubilación no alcanza".
Capri también se dedicó a vender ajo casa por casa, fue sereno en una estación de servicios y cuidacoches con su compañera en las careras del autódromo, en algún casamiento o cumpleaños de 15 en salones cerca nos. Tienen tres hijos y siete nietos.
En su casa, este hombre guarda un montón de ropa de bebé para repartir y tres sillas de ruedas que están rotas. Por ahora no le alcanza la plata para arreglarlas, pero emprendió la tarea. Con el club de abuelos se dedican a eso, a juntar lo que sea para resolver necesidades.
A fines de enero una joven de 22 años junto a su hija fueron rescatadas. Estaban en cautiverio en una casa en Paraná. Desnutridas y deshidratadas, llevaban un mes atrapadas por un hombre que no les permitía salir. Esos hechos también movilizaron la solidaridad y hasta ellas llegó Capri, ya transformado en Chinchulín. A la niña le regalaron juguetes y golosinas, algunas donadas por vecinas a través de este payaso que la hizo reír.
Para estar mejor
En el club de abuelos también tiene algunas necesidades. Capri contó que con tres ventiladores de esos grandes estarían mejor. Lo que necesitan, en realidad, es que alguien les done acondicionadores de aire para poder pasar los veranos. "Lo que pueda venir será bienvenido", dijo con humildad. También están en la búsqueda de tres o cuatro sillas de ruedas en funcionamiento porque les va a llevar mucho tiempo reunir el dinero para arreglar aquellas otras que tiene en su casa y hay quienes las requieren con urgencia. Para ayudar hay que llamar al (0343) 155240111.
"Mirá que esto no es política, yo no me caso con nadie, ya me casé una vez",dijo con gracia luego de mirar a su mujer. Al parecer, él tenía la idea de inflar los peloteros y pedir prestado un terreno de la Municipalidad solo para la entrevista. La comuna de Colonia Avellaneda no le permitió hacer uso de su inmueble.
"Con esta ropa soy Chinchulín", dijo un Capri ya transformado, como si antes hubiera sido un Clark Kent, un Bruno Díaz, un verdadero Hijitus. "Este traje me lo regaló Rubén Tovorovsky", contó mientras se señaló esa ropa con colores alegres. Tovorovsky, además de ser su amigo, tenía otro al que llamaban Chinchulín y es como las capas, el antifaz, los sombreros mágicos.
Por las dudas también tiene otros trajes. Uno por ejemplo se lo hizo doña Cirila Ramírez, amiga de la familia, y con él se transforma en Cirilo. También atesora una camisa de colores que le cosió una señora llamada Estela Irusta, quien hasta con graves problemas de salud le arregló la ropa. "Es un amor de mujer", dijo.
Cierto es que a Chinchulín lo conocen todos, y así le gritan por la calle para saludarlo. "Pero también hay algunos que se me ríen, que me dicen que yo soy loco. Soy payaso porque tuve muchas necesidades de ver a uno suelto, porque cuando era chico lloraba afuera del circo. A los que se me ríen los ignoro, o les digo que tal vez ellos no son payasos porque no son locos".
Así habló Chinchulín, con las verdades entre la lengua. Es que además, un payaso solidario exobrero ferroviario, no puede tener un oficio distinto al de poeta. Su obra Corazón Contento, cuyo fragmento encabeza esta entrevista, en otro tramo dice: "Si tú pudieras verlo/ aquel viejo payaso/ que ha encontrado la forma/de poder sonreír".
En Colonia Avellaneda ya había pasado el mediodía y por la calle andaban pocos autos. "Es todo una lucha", dijo Chinchulín para cerrar la entrevista ante la mirada de familiares y amigos; ante las sonrisas de los niños que se quedaron abajo del techo, comiendo caramelos, en el medio de la vereda.