Recientemente comencé Snowpiercer, una serie basada en la novela gráfica de ciencia ficción francesa Le Trasperceneige que se publicó en la década de 1980. La trama sigue a un tren, de 1.001 vagones de largo, cuyos pasajeros son los últimos supervivientes de la humanidad. Por un intento fallido de contrarrestar el calentamiento global la Tierra se volvió inhabitable y el tren, creado por un magnate llamado “señor Wilford”, viaja alrededor del mundo sin detenerse.
Bienvenidos al Snowpiercer
Por Fedra Venturini
Con el paso de los años se genera un sistema de “castas” que se dividen en base a la “Clase” del Tren: la Primera, donde habitan quienes financiaron la construcción del tren y compraron su pasaje, la Segunda que son trabajadores de alto rango con beneficios y privilegios, la Tercera que se encarga de atender las necesidades diarias y sobreviven con lo mínimo indispensable ya que no tienen un ticket, sino que fueron rescatados para trabajar y, finalmente, la Cola del tren quienes ingresaron de polizones y son mantenidos con vida en condiciones inhumanas para trabajos de salubridad. El primer episodio nos presenta al protagonista, Andre Layton, un ex detective de homicidios que quiere liderar una revolución en el sur del tren hasta que lo convocan para resolver una serie de homicidios. A lo largo de cada capítulo se nos presentan más personajes de distintas “clases” con diferentes situaciones que conforman una trama unificada donde vemos diferentes encrucijadas morales y sociales.
Conforme avanza la historia el espectador podrá notar, detrás de la trama distópica, que se encuentra frente a un reflejo crítico de la realidad. En el caso de la sociedad argentina, desde luego, no está dividida en clases según el “vagón”, pero sí existe un constante debate en torno de quiénes forman parte de los privilegiados. Si analizamos en profundidad esta idea, es factible pensar que la discusión se intensificó luego de conocerse las medidas que el presidente, Javier Milei, busca implementar como la reducción de subsidios al transporte público y la energía (donde ya sabemos que el valor de los boletos se dispararon y en breve también lo harán las facturas de luz y gas), modificación de derechos laborales, cierre de recursos al sector cultural y científico, recortes en el área de Discapacidad y un largo etcétera. A partir de estas iniciativas, que es de público conocimiento a qué empresarios beneficiarán, es muy difícil no cuestionar: al final, ¿quién era la casta? ¿Al final quiénes somos los ‘argentinos de bien’?.
LEER MÁS: ¿El ajuste no iba a pagarlo la política? II
Milei anticipó recientemente que el acuerdo con el FMI implica “un plan de ajuste mucho más profundo del que pedía” el organismo financiero, lo cual significa una mayor dificultad a corto plazo para subsistir, más que nada para quienes se encuentran en condiciones vulnerables, incumpliendo una promesa que le valió una buena cantidad de votos: que el ajuste caería sobre la clase política, no sobre la ciudadanía.
En el Snowpiercer son sumamente visibles los grandes abismos que separan a las clases dentro del tren y cómo la Primera Clase desconoce, ridiculiza y deshumaniza a todo aquel que está por debajo de sí y esa desigualdad social se hace más evidente, lo que provoca resentimiento y conflicto entre los grupos humanos que residen en el vehículo. Algo que también consideré interesante es confirmar una teoría que formé desde muy pequeña cuando escuchaba a los adultos conversar sobre política: siempre, sin importar qué tan buenas intenciones se tenga a la hora de ingresar a un lugar de servicio público con el fin de ayudar a quienes menos tienen, el poder y la riqueza siempre terminan por alienar y corromper los principios éticos. Y hasta ahora, desafortunadamente, no encontré ninguna excepción que rompiera esta hipótesis.
El presidente lleva poco más de un mes en el cargo y ojalá esta periodista pueda estar equivocada dentro de un tiempo pero de momento, por más que se busque maquillar o disimular, Javier Milei ya no es un Andre Layton que busca un mundo más justo, sino un señor Wilford que observa cómo algunos sufren, pero el tren sigue su rumbo.