Tras tres décadas de práctica y enseñanza del sistema Pa-Kua, creado por el entrerriano Rogelio Magliacano, abandonó el mundo de las artes marciales y conocimientos de Oriente, y decidió convertir en profesión otra de sus aficiones: la fotografía. “Arranqué desde cero, en un proceso largo y durísimo, porque no tenía cámara”, confiesa Gustavo Gereniere, autor de una original secuencia de rescate fotográfico, y que actualmente trabaja en otra sobre la historia del tranvía en la capital provincial.
Fotografía y la historia de cómo tornar rentable una afición
Por Julio Vallana
Foto UNO/Juan Ignacio Pereira
Entrevista con Gustavo Gereniere, fotógrafo. Barrio, monte y "pobres". El gran Rogelio Magliacano.
Foto UNO/Juan Ignacio Pereira
Integración “no positiva”
—¿Dónde naciste?
—En Paraná, barrio Municipal, Churruarín y Blas Parera, donde viví hasta los diez años y luego en varios lugares.
—¿Cómo era en tu infancia?
—Muy barrio; no teníamos agua potable así que caminábamos una cuadra para traerla, y luego tuvimos una canilla, fuera de casa, sobre Churruarín. Paraná XIV no existía y jugábamos ahí. Lo único era Aatra y el resto era monte. Hoy, sin supervisión, no dejo salir a mi hija a andar en bicicleta, cuando nosotros andábamos, a los siete años, por la Circunvalación.
—¿Lugares de referencia?
—El monte que te comento, donde jugábamos todo el día. Era la libertad en sí misma; cuando llovía nos tirábamos por una canaleta, sobre Churruarín. El arroyo Colorado todos los días tenía un color diferente, por lo que arrojaba Paranatex, pero había mucha menos basura que hoy.
—¿Transformaciones urbanísticas mientras viviste allí?
—La construcción de Paraná XIV, en cuyo terreno había un eucaliptus gigante y todavía recuerdo el momento traumático cuando lo tiraron, porque era un monumento. Nosotros éramos los “indios” y “pobres”, y ellos de otro estatus, luego se integró todo, no positivamente.
—¿Qué pasó socialmente?
—Se salía menos… aunque luego viví en Racedo y Cura Álvarez, y la secundaria la pasé internado en Las Delicias.
—¿Personajes?
—Uno a quien siempre jodíamos. Le decíamos el increíble Hulk y nos corría… andaba con el termo bajo el brazo y mi mamá le hacía curaciones. Era muy humilde.
—¿Qué visión tenías del centro?
—Venir era todo un viaje, con protocolo, por lo cual mi abuela me ponía zapatos de charol y me peinaba con gomina, y me daba vergüenza. Venía cada mes a cobrar, compraba milanesas y un pollo en una rotisería, lo cual era un evento.
—¿Sufriste el desarraigo al dejar el barrio?
—Se sintió, pero no tengo recuerdos muy vívidos. En calle Racedo también se vivía con libertad y andaba en bicicleta por la vereda, salía, tenía distintas actividades y conocí Pa-kua.
—¿Qué actividad laboral desarrollaban tus padres?
—Mi vieja era enfermera y falleció por pancreatitis cuando yo tenía nueve años, y mi viejo, municipal.
—¿Sentías una vocación?
—Policía, pero hubiera terminado mal. Siempre busqué expresarme, y las artes marciales eran una forma.
—¿Por qué “hubieras terminado mal”?
—Por mi carácter, ya que conviví permanentemente con la violencia y la injusticia. No los preparan para llevar adelante esa profesión. Estoy bien conmigo mismo y lo que hice laboralmente fueron decisiones del corazón.
—¿Leías?
—No; a partir de la adolescencia.
—¿Un libro revelador en esa etapa?
—El alquimista; luego, libros sobre Feng Shui y manuales de acupuntura. Hoy leo sobre cuestiones técnicas.
—¿Por qué El alquimista?
—Por la cuestión del destino y del no rendirse. La vida es un maestro de quien hay que tomar las enseñanzas.
Paraná y un ser extraordinario
—¿Cómo descubriste Pa-kua?
—A los once años, un amigo y vecino, Luis Princic, me dijo “vamos que hay unos locos que hacen cosas”, le dije “dejá de joder, es una secta.” Fui, estaba parado en el tatami con zapatillas y jean, y el maestro me dice “¿vas a practicar?”, por orgullo le dije sí, me saqué las zapatillas y nunca más me las puse durante 30 años.
—¿Qué te impacto?
—Fue increíble y trascendental, porque la cultura oriental y la contención de los maestros me salvó la vida y me dio un punto de anclaje. Tuve cinco maestros diferentes y desde que comencé nunca más me peleé con alguien.
—¿Cuándo entendiste en su integralidad la esencia de la disciplina?
—Hubo varias etapas: una era hacer actividad física y artes marciales, después vino un maestro de Buenos Aires y me dijo “te duele la espalda”, a los dos día le pregunto cómo supo y me dijo que por la lectura de la oreja. Seguí practicando para decirle a la gente algo similar y era lo único que me interesaba. Luego nació la vocación por la enseñanza y compartir con los alumnos.
—¿A qué maestría te dedicaste más?
—Mientras estuve hubo nueve maestrías, fui cambiando a medida que crecí, desde la actividad física intensa a lo terapéutico y filosófico, como el feng shui, el reiki y la acupuntura.
—¿Cómo entrenabas si estabas internado?
—(Risas) Era parte de mi vida. Durante la semana salía a correr, volvía los viernes y tomaba clases ese día y el sábado.
—¿Conociste a Rogelio Magliacano (fundador de la Liga Internacional de Pa-kua)?
—Fue “el maestro”. Cuando inició Pa-kua no había nada y hoy hay en todo el mundo, incluso todas las ramas que se separaron nacieron de allí. Es argentino, entrerriano y se crió en Paraná, de donde se fue a los 18 años. Vivía en Estados Unidos, te llamaba y te preguntaba cómo estabas, por tu familia y alumnos. Tenía miles y se tomaba su tiempo. Gracias a él conocí muchos países.
—¿Cómo era compartiendo actividades?
—Muy humano, extraordinario por su experiencia en todo el mundo, profesional y muy accesible para enseñar; cuando comenzaba a hablar te dabas cuenta de que estaba en otra liga. Estar con él era mágico y aprender. Y si te tenía que retar, lo hacía.
—¿Una situación sorprendente?
—¡Uh! Gente muy bruta estaba tratando de arreglar un ropero, los retó, tomó un clavo y con el otro puño comenzó a clavarlo. Acá en Paraná aprendió faquirismo.
—¿Cómo convertiste la afición en profesión?
—Es un hobby, como la fotografía, caro, y si no tenés un papi o mami que te regalen las cosas, hay que rentabilizarlo. A modo de “beca” daba clases, con lo cual cubría mis estudios y gastos.
—¿Más allá de cada rama y de lo técnico, cómo definís Pa-Kua por tus tres décadas de dedicación?
—Una búsqueda de seguridad, autocontrol y autoconocimiento, más allá de la imagen que tenemos de nosotros mismos. El Tao Te Ching dice “así de grande es su cara, así es su dorso.” Hay una tendencia a venerar y endiosar determinada cosa, pero cuando ves el otro lado, te espantás.
—¿Por qué dejaste?
—Ya no aprendía ni disfrutaba, daba clases y me preguntaba qué estaba haciendo, porque estaba vacío y no tenía nada para ofrecer, y tampoco Pa- Kua a mí. Hay que hacerle caso al corazón, aunque ganés diez veces menos. Arranqué desde cero, porque no tenía cámara. Igualmente fue un proceso durísimo y largo, para lo que conté con el apoyo de mi viejo y mi familia.
—¿Eras aficionado desde niño?
—Toda la vida saqué fotos, al igual que mi viejo, y su hermano tenía un laboratorio en la casa. Con los Federales lo perdí como hobby, al igual que al ciclismo. Tomaba fotos a mis compañeros practicando Pa-Kua, cuando viajaba y a mi familia, así que era algo permanente, hasta que con la era digital comenzó a gustarme más. Las cosas siempre me entraron por los ojos y siempre me gustó poder trasmitirlo, como con la fotografía urbana, la de naturaleza y la macrofotografía. En el fondo de tu casa o en un baldío, por ejemplo, podés encontrar un mundo maravilloso, aunque estés tirado tres horas en el piso para sacarle una foto a una hormiga.
—¿Conservás lo relacionado con Pa-Kua?
—Lo regalé porque no soy muy apegado a lo material.
—¿Con quién aprendiste lo técnicamente esencial?
—Con cursos y capacitaciones, porque siempre tuve cultura de estudio, y luego aprendí el manejo del Photoshop, iluminación y otras cuestiones.
—¿Hacia qué te enfocaste al comenzar a trabajar?
—Al principio hice de todo y terminé haciendo eventos, pero no es mi vocación.
Expresar dos épocas
—¿En función de qué elegiste los lugares y las tomas para el trabajo de rescate histórico-fotográfico (ver recuadro)?
—Son unas 20 o 30 fotos antiguas que me mostraban algo y me motivaban. La mayoría de las fotos que conseguía eran muy chicas, pero gracias al museo pude escanear originales con alta resolución, y a partir de ahí hacer una gigantografía de calidad.
—¿Qué lapso comprenden?
—Fines de 1800 y antes de 1920, un momento de esplendor de la ciudad.
—¿Qué te sorprendió como pérdida arquitectónica o histórica?
—Lo que más me duele es el desinterés y la falta de información y conocimiento. Quería acceder a información y fotografías, pero si no me conectaba con David y su locura, y la de otros con quienes me conectó, no hubiera contado con ello. ¿Por qué no todo el mundo tiene acceso a ello? Me duele que no haya un tranvía turístico, como en muchas partes del mundo. Estoy armando una muestra enfocada en este transporte, los motorman y demás oficios relacionados con este medio.
—¿Descubriste algo de Paraná, a través de este trabajo?
—Mucho. Encontré que no hay datos detallados sobre las fotos antiguas, salvo, como mucho, el año. En algunos casos tenía que recorrer varias veces un lugar para reconocerlo según la foto antigua.
—¿El trabajo de “encaje” fue con Photoshop?
—Sí, y tenía que ser perfecto, para mostrar la vida de hoy contrastada con la antigua. Tené en cuenta que no son las mismas cámaras ni lentes, con lo cual los grados de distorsión son distintos y hay que compensarlos.
—¿Se puede ver en las redes?
—Sí, Fotografía Gereniere en Instagram y Facebook
“Quise mostrar dos épocas en una misma fotografía”
Gereniere subraya el factor paciencia que en algunos casos debió extremar para lograr lo que realmente quería trasmitir, al montar parte de la foto antigua con una versión actualizada.
—¿Qué te inspiró para este trabajo?
—Las cosas me surgen y luego no duermo hasta realizarlas, porque soy obsesivo. Me crucé con un viejo amigo y segundo padre, David Córdoba, quien es un apasionado de la Historia. Lo que me gusta de la fotografía antigua es preguntarme cómo era la época y su gente. Él tiene mucho material de ese tipo, y me conectó con gente del museo (Histórico de Entre Ríos), hasta que me pareció interesante poder plasmar las dos cosas, lo histórico y lo actual. ¡No dormí más y me volví loco! (risas) Probé varias cosas pero quería que con la misma foto se pudiera viajar a dos épocas, y poder expresarlo. Porque, por ejemplo, ves el edificio del Iosper y una foto antigua, y lo único que cambia es que ahora hay asfalto, aparatos de aire acondicionado y algún cartel. No dice nada. En cambio para otras estuve 40 minutos, por ejemplo esperando un colectivo, porque tenía una foto con un cole de hace 70 años. Para hacer otras estuve tres meses y las hice diez veces, porque no me gustaban. Muchas de las fotos antiguas fueron tomadas en lugares que ya no existen, como en los aledaños de la Escuela Normal. La primera que saqué fue del monumento de San Pedro en la catedral, en cuya foto antigua hay tres personas. Estaba con el trípode, llegan tres personas, uno me pregunta qué hacía, le muestro la idea y llamó a los otros dos para que se pusieran en determinados lugares (risas). Ese espacio físico es exactamente igual que hace más de cien años.
—¿Estás preparando otra con el mismo concepto?
—Sí, una viaje en el tiempo a los tranvías, con el mismo concepto y haciendo referencia a cómo era la ciudad con ese medio de transporte, y fusionarla con la vida de hoy. Por ese entonces la ciudad no era muy grande y ahora en el microcentro hay muchas obras, por lo cual tengo que esperar a que concluyan, porque tengo, por ejemplo, fotos del Club Social.
—¿Cuándo estimás que podrás presentarla?
—La idea era para fin de año pero dependo de eso.