El profesor de Educación Física Marcelo Altamirano enfocó su desarrollo profesional en dos áreas que no suelen ser las que más atención demandan tanto por organismos oficiales como por instituciones de la sociedad civil: la ruralidad y el ambiente natural, y la discapacidad. Sobre ambos contextos se refirió a su formación, experiencia y a las necesidades que se presentan no obstante algunos avances que, generalmente, se tornan insustentables en el tiempo.
Educación Física, un potente motor para transformaciones
Por Julio Vallana
Carencias y riquezas del entorno
—¿Dónde naciste?
—En el Hospital San Roque de Paraná, en 1988, pero soy de El Palenque, un pueblo que está a 43 kilómetros, en la zona rural. Mi casa estaba frente a la estación del tren.
—¿Cómo era en tu infancia?
—Muy pequeño; surgió como consecuencia del ferrocarril alrededor de la vía y sus primeras casas pertenecieron a los obreros. Se amplió hacia la zona rural pero no mucho, hasta tener 600 habitantes. Tiene un acceso de asfalto de dos kilómetros, desde la Ruta 12. Esas tierras fueron donadas por Crisólita Giménez, se construyó iglesia, centro de salud y escuela, y cuya fisonomía mantiene, aunque se hicieron barrios y se amplió la escuela.
—¿Cuál era el lugar más simbólico?
—La estación, porque jugábamos en el andén y dormíamos con amigos en verano. Había mucha libertad.
—— ¿A qué más jugabas?
—A la escondida y a la pelota, ya que muy cerca estaba la cancha de la escuela y se hacían campeonatos estudiantiles.
—¿Había un límite en cuanto hasta dónde ir?
—No, el límite era la siesta porque no había que joder ya que todos dormían. Nos gustaba mucho ir a pescar a los arroyos y tajamares cercanos, hasta el atardecer.
—¿Personajes?
—Obreros del ferrocarril: uno a quien le decían Morongo, quien hacía changas… gente humilde y muy buena; había otros de las colonias cercanas que llegaban a caballo a comprar al almacén o para ir a misa. Mi tío tenía el bar del pueblo y se juntaban a jugar al truco, a las bochas y tomar un vinito.
—¿Leías en la niñez?
—Tenía la colección de Billiken, leí El Principito y luego de Julio Verne, El faro del fin del mundo y La vuelta al mundo en 80 días, Moby Dick…
—¿Un viaje significativo por haber salido del pueblo?
—Los primeros con la escuela, en sexto grado, a Buenos Aires, a conocer el Congreso de la Nación, esos edificios grandes…
—¿Qué imaginabas hacer?
—Cuando niño quería ser ingeniero o manejar una empresa, pero en la secundaria me di cuenta de que me interesaba lo social, Historia y Educación Física.
—¿Practicaste deportes?
—En el pueblo no hay ningún club y el más cercano es en Cerrito, a 15 kilómetros. Había una persona que nos enseñaba fútbol y participábamos en encuentros con otras escuelas. La secundaria la hice en el Colegio Nacional de Cerrito.
—¿Qué pensabas en cuanto al futuro laboral con la Educación Física?
—Siempre tuve una mirada distinta de la mayoría que la relaciona con lo deportivo. Para mí era la posibilidad de enseñar y generar cambios a través del movimiento. Tenía claro lo que quería hacer: dar clases en escuelas rurales donde no se daba, como me sucedió a mí. Mi entorno me definió muchísimo. En la Educación Física hay un eje que se llama corporeidad y motricidad en el ambiente natural, y fue el que me atrapó y motivó. Cuando me recibí le pedí a mi viejo que me acompañara a recorrer siete escuelitas rurales de personal único, que llevo en mi corazón (las enumera), donde encontré gente maravillosa y con la cual elaboramos un proyecto para que tuvieran Educación Física. Lo presentamos en la departamental al supervisor, quien hoy es un amigo y a quien le digo que “nos echó a chancletazos”, porque era una idea muy loca. Pero a raíz de eso se generaron los agrupamientos de escuelas rurales, la forma que encontraron para que se concretara y donde estuve tres años. Son los mejores recuerdos. Después me convocó para trabajar en otro proyecto en Paraná.
—¿Cómo te surgieron, antes de la carrera, estas ideas?
—Me despertó interés a medida que desarrollaba mis prácticas deportivas escolares, como vóley, en torno a lo cual notaba el cambio que yo tenía, ya que venía de una escuela rural sin Educación Física.
—¿Cambios de qué tipo?
—Los que se generan en un adolescente por practicar un deporte, lo corporal, la conducta, lo social…
—¿Por todo esto la elegiste y no Historia?
—También por una cuestión de que me cuesta estar quieto, si bien no había practicado deportes de manera regular en un club. La natación que tenía era la del arroyo, muy básica, y recorríamos muchos kilómetros, sin correr maratones.
Naturaleza, ruralidad
y Educación Física
—¿Qué cátedra te atrajo en el marco de aquel eje temático?
—Vida en la Naturaleza, que son prácticas corporales con la profesora Sara del Porto y con Silvio Cristaldo, un grande, y en lo pedagógico la profesora Paola Fálico, quien nos brindó muchísimo.
—¿Son suficientes los contenidos relacionados con los espacios no habituales?
—Ahora están presentes en solo un año mientras que el 33 por ciento de la carrera habla de cuerpo y movimiento con relación al ambiente natural. O sea que debiera estar presente, al menos, en dos años. Se habla mucho del cambio climático, reciclaje y otras cuestiones ambientales, y desde la Educación Física hay mucho para aportar. Trabajar en la ruralidad es un contacto permanente con la Naturaleza y me fui formando con capacitaciones por fuera de la carrera.
—¿Una capacitación como gran aporte?
—Una muy interesante y novedosa en Brasil, llamada ecoesporte, porque es la relación del conocimiento de la Naturaleza con el deporte de orientación, creado por un ex militar, practicante de orientación y profesor de Educación Física. Se trabajaba con brújulas y mapeo a escala durante siete días. Luego, María Laura Frutero dio una capacitación de ecoesporte en Paraná, en la Escuela Hogar.
—¿Cómo sintetizás la experiencia en esas primeras siete escuelas?
—Fue lo que me brindó más herramientas para el hoy, porque es un lindo desafío trabajar con plurigrado en escuelitas de diez o 12 alumnos, al igual que aquellas que tenían solo cuatro estudiantes. Tuve que repensar las prácticas para que les sirviera cuando llegaran a la secundaria. Todos los años hacíamos campamentos y participábamos en todo lo que nos invitaban.
—¿Cuál es el déficit en dicho ámbito?
—Si bien se sigue trabajando con los agrupamientos de escuelas rurales hay algunas no tienen Educación Física. Hay que brindarles herramientas a los estudiantes de los profesorados para cuando les toque encontrarse con esas situaciones. Cuando estudié, realicé mis prácticas en la Escuela Sarmiento, con grupos de 25 a 30 chicos, un salón hermoso, y las secundarias las hice en la Escuela del Centenario. Después te encontrás con otras situaciones como la de estar con rocío, helada, bosta de caballos y vacas… Hay futuros docentes interesados en practicar ahí y hay que posibilitarlo.
—¿Cuáles son las diferencias respecto a los educandos?
—Un chico en la ciudad está más estimulado y en lo rural no hay tantas propuestas deportivas y artísticas, lo cual a la hora de trabajar hace muy atractivo y se disfruta lo que planteamos. Incluso los padres ofrecían los días de lluvia ir a buscarnos en tractor para poder ingresar a la escuela.
Extendiendo el campamentismo
—¿En qué consiste el programa Entre Ríos Acampa que coordinás?
—Estoy desde septiembre de 2017, cuando me convocó mi supervisor para trabajar en ese programa de la Dirección de Educación Física del Consejo de Educación, mientras yo estaba haciendo talleres itinerantes de vida en la Naturaleza en el departamento Paraná, ya que cada vez menos escuelas realizaban campamentos y convivencias. Fue muy movilizante y luego se trasladó a la provincia, aunque comenzamos el programa sin carpas ni bolsas de dormir; luego se refuncionalizaron las escuelas rurales que habían quedado cerradas por falta de matrícula y se transformaron en plantas de campamento, contando con la colaboración de los municipios para el mantenimiento. La primera fue la de Hernandarias.
—¿Qué desarrollo tiene actualmente?
—Este año contamos con quince localidades, cinco plantas de campamento y siete espacios educativos al aire libre, en convenio con polideportivos. Y también están los talleres itinerantes.
Discapacidad, sus tiempos de aprendizaje y posibilidades
Altamirano es docente en la Escuela de la Asociación Paranaense de Síndrome de Down (Aspasid), ámbito que lo obligó a replantear conceptos pedagógicos, por otra parte insuficientes en su formación. Igualmente manifestó su satisfacción con los logros obtenidos interdisciplinariamente.
—¿Cuál fue la primera aproximación a un colectivo de jóvenes con discapacidad?
—Tuve algunas integraciones en escuelas urbanas, trabajé en Viale, Hasenkamp y Paraná, y también de preceptor.
—¿Reflexiones que te generó?
—La forma de aprender y el vínculo que se genera, lo cual te atrapa y convoca a querer hacer algo que esté bueno para los jóvenes. Mi llegada a Aspasid fue por su directora Laura (Buson), quien era maestra orientadora en una de esas escuelas y participaba de mis clases.
—¿El primer gran desafío?
—La dificultad de medir mi nivel de ansiedad, por la necesidad de entender que hay otros tiempos y que lo que tenemos planificado realizar necesitará de un período más largo para concretarse. No entendía cómo resolverlo, si bien nos habían dado una materia específica, pero no era lo suficiente como para salir a trabajar en una escuela integral. Laura me ayudó y comencé a pensarlo de otra forma. Comenzamos a trabajar con el comunicador social en lo referido al fútbol, planteamos una serie de contenidos para cubrir los partidos a corto plazo, pero se nos hizo muy complejo. También tiene que ver con replantear formas de trabajo y enseñanza, para que sean más desde lo simbólico, audiovisual y con el cuerpo. Fuimos virando hacia allí hasta que logramos armar algo muy lindo que se sostiene hasta hoy.
—¿Qué revisaste sobre el concepto de “capacidad”, tan determinante en términos deportivos y de actividad física?
—Es un desafío interesante que te saca de la monotonía y siempre digo que “todos pueden”, lo cual implica que tenemos que ver de qué manera podemos hacer que puedan, y hacerlo juntos. Hay que buscar las formas, las cuales muchas veces repetimos automáticamente. Fue mi pensamiento para poder trabajar ya que hay jóvenes que tienen mi edad y otros muy cerca de ella. Así que trabajamos con un par y lo hablamos con confianza. La formación que tenemos en la carrera fue demasiado técnica, tiene que ver con patologías y acá me encontré con otras cuestiones cotidianas más vinculadas con lo social, los vínculos y lo afectivo, porque nuestros estudiantes son de demostrar mucho el cariño que sienten por el docente.
—¿Qué potencialidades descubriste?
—Todos son muy hábiles con determinadas cuestiones entonces buscamos potenciarlas: hay chicos que relatan excelentemente bien, otros, por ejemplo, que son muy buenos pateando penales…
—¿Una vez que “se te quemaron los papeles”?
—A ver… como anecdótico en educación integral fue en un taller de armado de carpas y refugios en la Escuela Hellen Keller. Uno de los jóvenes me preguntó si íbamos a ir a acampar, le digo “vamos a ver” y me dice “si voy a ver no estaría acá”. Me sentí muy mal, los profes se reían y me dijeron que eran muy chistosos.
—¿Cuál es el panorama general de la Educación Física en las escuelas con estas características?
—Está presente y es muy necesaria no solo desde el desarrollo motriz sino que va de la mano de las actitudes, lo espiritual y otras cosas que se abordan. No es solo el bienestar que brinda el movimiento de un músculo sino el encontrarse entre compañeros, disfrutar de actividades y de la cooperación y del juego, que generan alegría, vínculos y aprendizajes no convencionales.
Clubes, competencia y resistencias
—¿Casos de aprendizaje a través de estas formas que por el lado formal son más dificultosos?
—Nos sucedía mucho con la natación, principalmente con jóvenes que tienen dificultades en el tren inferior, pues permite fortalecer y tomar confianza ya que el agua permite manejarse con soltura. Ahora están interrumpidas las clases de natación en el Club Echagüe y son espacios muy importantes.
—¿Hay resistencias para la inserción en estas instituciones?
—Ha habido pruebas pilotos en varios clubes y hemos participado. Pero son acciones efímeras, no sostenibles en el tiempo y hay que seguir luchando. Hace un tiempo lo trajeron a dar una capacitación a Emiliano Naranjo, un profesor de Educación Física con discapacidad que trabaja en su silla de ruedas. Pero no tuvo continuidad y no hay propuestas.
—¿Qué falla?
—Lo competitivo hace que no se pueda dedicar el tiempo que uno necesita en la discapacidad y también genera algunas rispideces. No está bueno que una institución deportiva cuente con un equipo para personas con discapacidad sino que la integración tiene que darse entre pares de la misma edad que comparten una actividad, como puede ser el básquet.