La economía argentina cierra el 2025 atrapada en una paradoja. Por un lado, exhibe una inflación que ha desacelerado al 2,5% en noviembre; por el otro, muestra una tasa de desocupación que ya golpea el 7,6%, con una industria manufacturera que cayó un 2,9% interanual en octubre.
La fórmula de la economía actual: cerrar la caja rompiendo el tejido social
En la economía argentina actual se muestran balances que cierran en lo fiscal, pero con una realidad social que cruje bajo la lógica de un “sacrificio” mal entendido
La fórmula de la economía actual: cerrar la caja rompiendo el tejido social
Frente a este escenario, el debate público parece secuestrado por falsos dilemas. Se nos presentan opciones binarias –estabilidad o crecimiento, campo o industria, mercado o Estado– como si fueran verdades reveladas.
Sin embargo, la evidencia estructural sugiere que estamos comprando, una vez más, recetas falaces. En la economía argentina actual se muestran balances que cierran en lo fiscal, pero con una realidad social que cruje bajo la lógica de un “sacrificio” mal entendido.
El falso dilema del sacrificio social
La dicotomía más dolorosa hoy es la que contrapone “lo económico” a “lo social”. La narrativa oficial sugiere que la prosperidad futura depende del sacrificio presente: licuar ingresos y recortar gastos para generar confianza. Sin embargo, esta lógica ignora la estructura real de la economía argentina.
Mientras se celebran los números verdes en sectores poco intensivos en mano de obra –como el agro, las finanzas y la minería–, el resto del tejido social, que depende del mercado interno, se derrumba.
En la Argentina real, la distribución regresiva del ingreso no trajo una lluvia de inversiones, sino un desplome de la demanda. Los resultados están a la vista: el desempleo escala y la precarización laboral avanza sin freno. Lo que observamos es la caída simultánea del empleo registrado asalariado, de los trabajadores autónomos e incluso de la cantidad de empleadores, en contraposición con un incremento exponencial de monotributistas. No estamos ante un boom emprendedor, sino ante estrategias de supervivencia frente a la falta de trabajo digno.
A este cuadro de fragilidad laboral se le suma el retiro del Estado, con recortes críticos en salud y educación que dejan a la población aún más expuesta.
Los datos de noviembre de 2025 confirman que esta “terapia” es destructiva: con un Salario Mínimo, Vital y Móvil de 328.400 pesos, el ingreso legal no solo perdió su poder de compra real, sino que quedó dramáticamente lejos de cubrir la Canasta Básica Total de $406.903.
Pedirle a una sociedad que se abstenga de consumir –empujándola a la pobreza– mientras se desfinancian sus escuelas, universidades y hospitales, no es el camino al saneamiento; es la garantía de una recesión cada vez más profunda y dolorosa.
Campo o Industria, una pelea estéril
Otro falso antagonismo que se revive con fuerza es el histórico “Agro vs. Industria”. Pero la política económica parece haber tomado partido: mientras se incentiva al sector primario con medidas como la baja de derechos de exportación y se celebra el dinamismo de la minería y las finanzas, se acepta pasivamente el derrumbe de los motores del empleo urbano.
Los números rojos son contundentes: el Índice de Producción Industrial manufacturero continúa su recorrido descendente, marcando un retroceso del 2,9% interanual según datos del Indec en el mes de octubre; y si hablamos del sector de la construcción puede verse que continúa paralizado, mostrando una nueva baja en octubre del 0,5%.
El error estratégico es creer que puede elegirse uno u otro modelo únicamente. Argentina necesita las divisas del campo, sí, pero necesita imperiosamente a la industria y a la construcción para absorber mano de obra y generar empleo de calidad.
El agro moderno y la tecnificación de la mano de la incorporación de tecnología no pueden emplear a todos; cuando la fábrica cierra o la obra se detiene, el empleo no se reconvierte: se degrada. La consecuencia directa de esta matriz es doble: por un lado, el crecimiento de la tasa de desocupación; y por el otro la “monotributización” de la economía. Así, los datos del mercado de trabajo revelan la fractura: la pérdida de 190.000 empleos asalariados y la baja de más de 16.000 empleadores no solo derivó en un desempleo, sino también en precarización.
La estadística es alarmante: por cada 10 empleos formales que se destruyen, surgen 7 nuevos monotributistas de subsistencia. Al renunciar a la industria en nombre de la eficiencia, el resultado final no es la modernización, sino la multiplicación de la informalidad.
El Estado ausente interviene
Finalmente, el debate sobre “Libertad de Mercado vs. Intervencionismo” se ha vuelto un ejercicio doctrinario desvinculado de la realidad argentina. La complejidad de una economía moderna hace que la acción reguladora del Estado sea ineludible.
La supuesta “no intervención” de hoy es, en realidad, una intervención activa: se decide dejar de arbitrar a favor de los más débiles para dejar vía libre a los sectores concentrados y extranjeros.
En términos empresariales, hay empresarios que autoperciben pro-mercado hasta que ven amenazados sus modelos de negocios por la saturación de los aeropuertos con contenedores de Shein y Temu y salen a pedir la “intervención” del Estado para frenar las perdidas que se les están reflejando en sus balances comerciales. Obviamente, aducen también la perdida de ingresos de la industria y el comercio nacional y la destrucción de las fuentes de empleo locales.
Y en términos familiares, esta lógica se siente en el bolsillo cotidiano. La desregulación de precios en alimentos, medicamentos y prepagas no trajo competencia, sino que transfirió costos impagables a las familias, obligándolas a elegir entre comer o curarse. Del mismo modo, el conflicto con las universidades nacionales y la asfixia presupuestaria al sistema científico-tecnológico no son actos de “libertad” ni de “ahorro fiscal”; son la liquidación del activo más valioso de un país: su capital humano y la construcción de su futuro.
El verdadero dilema no es entre intervenir o no, sino a favor de quién se interviene.
Un Estado que se retira de la salud y la educación mientras baja impuestos a las exportaciones primarias y sin agregado de valor, no es un Estado neutral; es un Estado que ha decidido hipotecar el desarrollo futuro para cerrar su planilla de cálculo en el presente y para ser un alumno distinguido del organismo financiero internacional que le va delineando los pasos a dar y las medidas a implementar.
Conclusión
Este camino de obediencia externa no es nuevo para nuestro país. Insistir con las viejas recetas del Fondo Monetario Internacional, salvo que ocurra un milagro, nos sumergirá inevitablemente en una crisis cíclica, tal como las que ya sufrimos durante la dictadura (1976-1983), el menemismo (1989-1999) y la gestión de Mauricio Macri (2015-2019). La evidencia histórica es irrefutable.
Aplicar nuevamente el triángulo compuesto por ajuste fiscal, reestructuración con achique del Estado y endeudamiento externo, configura una trampa de la que es muy difícil salir ileso. No hay misterio en el desenlace de esta ecuación que ignora la variable humana: lamentablemente, ya sabemos cómo termina.
La solución real no es pedir más pobreza para tener más estabilidad, sino entender que no existe “éxito económico” posible si el modelo deja a la mitad de los argentinos afuera, con salarios de miseria y sin acceso a la educación ni a la salud. Superar estas falacias es el primer paso para dejar de cerrar la caja rompiendo el tejido social.
El verdadero obstáculo de Argentina no es la falta de sacrificio de su gente, sino una estructura productiva que choca siempre con la falta de dólares y la subutilización de sus recursos. Seguir insistiendo con falsos dilemas solo nos lleva a un lamentable callejón sin salida.
Escribe María José Quinodoz/ Contadora, economista y docente universitaria
Especial para UNO















