Cómo homenajear a Ramírez sin renegar de Artigas en el intento

Las diferencias entre los historiadores no ocultan las coincidencias en el mejor rostro del caudillo entrerriano como aliado del Protector.
29 de febrero 2020 · 17:28hs

Convendría celebrar pueblos, comunidades, paisajes antes que individuos. Pero se acostumbra a ensalzar a los jefes y es cierto que a veces aparecen luces que dan una impronta personal a su época. Además, lo de los próceres es una vieja costumbre y no nos vamos a resistir a ella, cuando sirve al arraigo.

Un adicional vernáculo complica las cosas: Ramírez empujó a Artigas al exilio, luego las provincias aliadas mataron a Ramírez; Urquiza derrotó a Rosas, López Jordán a Urquiza, Sarmiento (con la ventaja de las ametralladoras) venció a López Jordán…

El estado argentino moderno se edificó con una pila de huesos. Gauchos entrerrianos, mapuches y guaraníes se cuentan entre sus víctimas notables, por masivas.

Como dice el historiador Juan Antonio Vilar, varios pasos se fueron cumpliendo para dar con un país capitalista dependiente exportador de materias primas y centralista. Colonia al fin, con sus matices en cada administración.

Las luchas entre hermanos, que nos ocuparon (y ocupan) a los argentinos durante 200 años, complican los discursos de los políticos de hoy. No faltan gobernadores que mandan a los niños a cantar “la Entre Ríos que Urquiza soñó” en las escuelas, y apenas se encuentran con sus pares de otras provincias se declaran rosistas. Un poco urquicistas, un poco rosistas, de una u otra manera saludan a dos de los grandes terratenientes de la patria, cada cual con sus méritos, claro. Y así encontramos también a gobernadores que declaman artiguismo y celebran el Tratado del Pilar que provocó la ruina de Artigas.

Ansina y Guacurarí

Aquí visitaremos autores que le reprochan a Francisco Ramírez el Tratado del Pilar (como lo hizo José Artigas), y a la vez reconocen luchas fundamentales del caudillo entrerriano sin convertir la historia en un revoltijo.

La puja Artigas-Ramírez no nos importa sólo por panzaverdes. Ocurre que la gran mayoría de los próceres argentinos se corresponden con la mirada blanca, eurocéntrica, patriarcal, más o menos colonizada, y allí José Artigas se desmarca, desde su relación horizontal con mujeres y hombres dentro del mundo gaucho, afroamericano, guaraní, charrúa, criollo. Por eso es tan difícil señalar la fuente de algunos principios de la revolución que encabezó, empezando por la autonomía, la soberanía particular de los pueblos. Lo habitual es hurgar en sus lecturas, pero vivir junto a comunidades no occidentales le dio a Artigas otros condimentos. Que sus guerreros y pensadores más leales fueran Ansina y Guacurarí y el centro de sus recursos la comunidad charrúa: eso dice mucho. Y que los negros e indígenas fueran beneficiados con sus políticas, como las derivadas del Reglamento de Tierras (1815), dice más todavía.

¿Cuántos próceres reúnen estas condiciones, de luchar por la independencia de España, Portugal, Inglaterra; luchar contra el despotismo de Buenos Aires y Montevideo; luchar por el equilibrio económico sin mandones porteños, luchar por la república, el federalismo, el reparto de la tierra contra los “malos europeos y peores americanos”? ¿Cuántos, al mismo tiempo, han sido capaces de resistir a todos los intentos de soborno y las intrigas, y reunir a los pueblos oprimidos gobernando desde un rancho, sentado en una cabeza de vaca, desde la convicción (hecha ley) de beneficiar a los pobres, y de bregar al mismo tiempo porque sus paisanos fueran “tan ilustrados como valientes”?

Un tanto ingrato

El federalismo por el que miles dieron la vida se extrañó en el siglo XX y se extraña en el XXI (los opositores de cualquiera de los gobiernos admiten que es letra muerta de la Constitución). Como se extraña la reforma agraria, si dos terratenientes suman dos millones de hectáreas y millones de villeros no tienen dónde caerse muertos. El artiguismo hace la diferencia, y más aún en el espacio para “los más infelices”, y en el lugar para sus modos y culturas comunitarias, desde la “soberanía particular de los pueblos”, sin contar la intransigencia frente a los atropellos coloniales.

Resulta ingrato comparar a los demás con Artigas. Es como si pusiéramos a cada cantante nuevo de la Argentina al lado de Carlos Gardel y Mercedes Sosa, a cada poeta al lado de Borges y Juanele. Pero más todavía cuando hoy empezamos a recuperar saberes de nuestros pueblos originarios y esclavizados, esa relación armoniosa con el resto de la naturaleza y la vida comunitaria, y advertimos los perjuicios de la verticalidad colonial, que pretende uniformarnos para vendernos a todos la misma gaseosa, la misma película, la misma concepción de la vida.

El nombre de una calle

El conflicto siempre latente volvió a aflorar cuando vecinos y vecinas de Larroque nos comentaron hace un par de años la posibilidad de dar el nombre de una maestra ejemplar de esa ciudad y aledaños a una calle que hoy se llama Tratado del Pilar. Podrían elegir cualquier arteria nueva de la ciudad, pero la casa en que pasó sus últimos años la docente da a esa calle.

La propuesta no tuvo mayor eco, en lo que se refiere al cambio de nombre, principalmente por los pormenores burocráticos. Como sí tendrá eco favorable ese reconocimiento a la maestra y profesora, cuyo temperamento vibrante, su esfuerzo y talento conocimos bien.

De cualquier manera, se dio un diálogo y terciamos entonces con estos comentarios: la ciudad cuenta con importantes calles llamadas Francisco Ramírez y Batalla de Cepeda, por caso, lo cual manifiesta el agradecimiento de los larroqueños a la obra de Ramírez y los gauchos entrerrianos. De manera que esa calle Tratado del Pilar bien podría cambiar de nombre sin descuidar u opacar la figura del prócer.

Pilar oscurece

Y aquí una interpretación: estamos de acuerdo en que una calle se llame Yrigoyen, pero no haremos hincapié en la masacre de paisanos en la Patagonia durante su gestión porque ese es un punto muy oscuro. Estamos de acuerdo en que una se llame Perón, pero no pondremos el acento en la actuación de la gendarmería en la matanza de Rincón Bomba contra los pilagás, o su actuación en el llamado Malón de la paz. Para adherir a figuras de nuestra historia no hay necesidad de aplaudir momentos poco edificantes.

Ahora vayamos al punto: el Tratado del Pilar es una obra cuestionada de Ramírez, y por respeto a las consecuencias nefastas que produjo para el conjunto de los argentinos, o por lo menos en reconocimiento a las críticas de historiadores notables (incluso de nuestro territorio), debemos admitir que ensombrece la historia, o se encapricha en una defensa débil del prócer.

Dos Ramírez

Habrá que decir que Francisco Ramírez no es uno solo. Nos regocijamos del Ramírez federal, revolucionario junto a Artigas, y seguimos debatiendo en torno de algunas de sus acciones que parecen menos honrosas.

Larroque es un sitio clave en la historia de la revolución federal, porque en el momento en que referentes principales eran captados por el poder metropolitano, apareció en esas inmediaciones el genio de Francisco Ramírez para sostener el artiguismo y liderar batallas decisivas. Fue en el combate de arroyo Cevallos o Santa Bárbara, fines de 1817, principios del 18. Si bien uno de esos lugares del combate ha sido puesto en dudas, para el caso que nos ocupa da lo mismo: es esa zona el centro de las disputas a fines de 1817, de resistencia de la revolución federal contra el poder invasor porteño. De ahí que el recuerdo del arroyo Cevallos y Santa Bárbara, y su reciente recuperación a través de la Agrupación Mingaché y otros vecinos, nos ayudan a conocernos mejor.

La historia oficial

Por siglos predominó la resistencia charrúa, chaná, minuán, guaraní, gaucha, en fin, contra la invasión europea. Como antesala al fogonazo de Ramírez, la zona se había caracterizado por la emergencia de paisanos independentistas, encabezados por Bartolomé Zapata, que encendieron la revolución federal.

Hablamos de aquel Francisco Ramírez artiguista hasta la Batalla de Cepeda: ese es el símbolo de la independencia, la república, la autonomía, la distribución de tierras, la banda roja, la lucha heroica, la rebeldía. Así como destacamos la actuación de Eusebio Hereñú en la Batalla del Espinillo en 1814, y no sus posteriores caminos sinuosos, también en Ramírez encontramos momentos clave y otros que desafinan. Nobleza obliga: la posterior República de Entre Ríos tuvo documentos y principios notables, para recordar.

Pero si existen tantos puntos para rendir el justo homenaje, ¿por qué venerar el Tratado del Pilar, germen de la derrota y la muerte? La historia más difundida, bien orquestada por Buenos Aires, coloca al Tratado del Pilar como piedra basal del federalismo. Pero ensalza en Ramírez no sus virtudes, sino un punto de claudicación. Favoreció a los porteños no sólo a través de la letra del Tratado del Pilar, que no se correspondió con los mandatos de la Liga de los Pueblos Libres, sino además con el pacto secreto que fortaleció con armas a Ramírez en prevención por la respuesta negativa que seguramente daría Artigas a ese acuerdo. “No he anoticiado a la provincia del auxilio que se nos presta, porque me abochorno, y tal vez causaría una exaltación general en los paisanos”, escribió Ramírez. (Está en la obra Artigas y Ente Ríos, la parábola de Artigas, de los entrerrianos Gladis Balbi y Alejandro Richardet, en la página 291). Buenos Aires, mediante sus intrigas, logró que Ramírez expulsara a Artigas, para luego quitar de en medio también a Ramírez, como dice el historiador entrerriano Juan Antonio Vilar.

El centralismo metropolitano, unitario, jamás cumplió sus pactos y, como la diplomacia inglesa, supo ganar con intrigas lo que perdía en el campo de batalla. Lo ha repetido Vilar en sus obras. Ramírez sufriría eso también después, con la traición de Lucio N. Mansilla.

Una cosa es saludar a nuestros caudillos, otra es sostener contra viento y marea cabildeos o tropiezos. Dice Vilar: “este tratado fue jubilosamente celebrado por Federico Lecor y significaba un nuevo triunfo porteño, quien ya encontraría la forma de no cumplirlo en sus partes fundamentales (la reunión de un congreso federal). El día 27 Ramírez informó a Artigas del tratado manifestándole: ‘creo haber llenado completamente los encargos de V.E.’. No podía haber mayor cinismo –agrega Vilar–. Ramírez había violado la condición única y excluyente para firmar un convenio con Buenos Aires. La declaración de guerra a los portugueses. Artigas era mencionado como ‘capitán general de la Banda Oriental’ cuando no gobernaba ni un centímetro en su tierra; le desconocía su condición de protector ni existían ‘los Pueblos Libres’. Esta traición no podía tener otra consecuencia que la guerra”.

Y sigue Vilar: “Ramírez, de estrechas miras, escuchó los cantos de sirena de los intrigantes porteños… La soberbia y escasa lucidez política de Ramírez le impidieron ver que la oligarquía lo utilizaba como instrumento para terminar con ‘el mal mayor’; ya encontraría el medio para hacerlo con ‘el mal menor’, que era él mismo”.

Vil tratado

Tras el destierro de Artigas en el Paraguay, dice Eduardo Azcuy Ameghino: “Se cerraba así en la región rioplatense, con la derrota del artiguismo, el ciclo democrático de Mayo”.

Las decenas de páginas de Azcuy Ameghino sobre el Tratado y el contexto son claras. Lo mismo la obra que mencionamos de Gladis Balbi y Alejandro Richardet. En la página 293, la opinión de Artigas: “y no es menor crimen haber hecho ese vil tratado sin haber obligado a Buenos Aires a que declarase la guerra a Portugal y entregando fuerzas suficientes para que el Jefe Supremo y Protector de los Pueblos Libres pudiese llevar a cabo esa guerra y arrojar del país al enemigo aborrecido que trata de conquistarlo. Esa es la peor y la más horrorosa de las traiciones de V.S.”.

Beatriz Bosch transcribe otra expresión de Artigas: “El objeto y los fines de la Convención del Pilar –reclama Artigas a Ramírez- sin mi autorización, ni conocimiento, no han sido otros que confabularse con los enemigos de los pueblos libres para destruir mi obra”. Pilar es, como se ve, un punto central en las desavenencias de la revolución federal. De allí en adelante sólo hay que esperar declinación y muerte.

La urquicista Bosch se declara artiguista, y lo mismo su contemporáneo jordanista, Fermín Chávez: “La figura de Artigas es clave, es una de las expresiones más auténticas, porque era la síntesis de los sentimientos, del creer y del pensar de la cultura popular. El momento de Artigas es un momento fundamental… este tema de la soberanía popular que se ha heredado, no se lo leyó en ningún libro... Naide es más que naide, es la consigna de Artigas”. (Discurso en Paraná).

Lo que señalan estudiosos como el oriental Gonzalo Abella y otros es que el artiguismo no responde a las luchas entre criollos, por diferencias de tipo occidental, sino que hay allí un resplandor, una luz reconocida por pueblos milenarios de este suelo. Artigas alumbra o, mejor, se deja alumbrar por otro mundo muy nuestro y vivo, aunque oculto, menospreciado. Y Ramírez participó de ese mundo un par de años como guerrero principal, más victorioso que el propio Artigas en ese campo. ¿Por qué no celebrarlo, pues?

Los defensores

Conspicuos autores excusan a Ramírez. Leandro Ruiz Moreno, Aníbal Vásquez, Leoncio Gianello, Jorge Newton, por caso. Bartolomé Mitre lo aplaude. Para él, el Tratado del Pilar es “la piedra fundamental de la reconstrucción argentina bajo la forma federal”. Eso es lo que repiten los distintos oficialismos de estos tiempos. Leoncio Gianello toma palabras del estudioso Joaquín Pérez. “El tratado del Pilar, dice Pérez, dibujaba el acta de defunción de Artigas como primera figura política en el Río de la Plata. Significa al par el encumbramiento de Francisco Ramírez y su hegemonía, tan definida como fugaz”. Para Gianello no hubo traición de Ramírez, lo que ocurrió es que las cosas cambiaron desde la derrota de Artigas en Tacuarembó. Una lectura parecida es la de Facundo Arce.

Oscar Tavani Pérez Colman resume su posición en su documentada obra “Ramírez y Artigas”: “El general Artigas había perdido el sentido de lo posible no advirtiendo que en la situación en que se hallaba el país era imposible exigir al gobierno der Buenos Aires la declaración de guerra a Portugal”. Algunos no reconocen en la batalla de Cepeda sino en el Tratado del Pilar la derrota de la monarquía, por ejemplo. Sin embargo, el tratado sigue siendo motivo de arduas discusiones.

Nuevas miradas

Los historiadores Mauricio Castaldo, de María Grande, y Jorge Villanova, de Caseros, se refirieron esta semana a las luchas históricas que cumplen 200 años y tuvieron como protagonista a Ramírez. Sus columnas pueden leer se en el periódico “el miércoles digital”, y “actividadentrerios.blogspot”. Ayudan a esclarecernos y demuestran la vigencia de la discusión.

Villanova aporta interpretaciones de Salvador Ferla, Jesualdo, Jorge Abelardo Ramos, Oscar Urquiza Almandoz, Félix Luna, incluso de María Esther de Miguel. Y se pregunta, de modo un tanto retórico, si en vez de crear un relato conveniente “no sería más honesto reconocer la traición del entrerriano, para después resaltar lo positivo en la figura de Ramírez si lo tuvo”.

Luego insiste: “La traición al Protector, y el acuerdo con los porteños, son el ángulo, no de la vida del caudillo sino de la suerte del federalismo. Artigas era el hombre a vencer para Buenos Aires, y lo destruyó a través de la mano de un federal, el que por una cuestión biológica etaria y por capacidad estaba llamado a sucederlo”.

Castaldo apunta tres bicentenarios posibles, y los sintetiza en los nombres Cepeda, Pilar y República de Entre Ríos. Hay que leer estos aportes, claro, pero aquí una punta: “El mejor Ramírez, el más lúcido política y militarmente, fue el Ramírez artiguista… Cuando Ramírez rompió con Artigas, todo se fue para atrás. Hasta los árboles lloraron cuando estos caudillos se enfrentaron, recita bella y tristemente la payadora entrerriana Liliana Salvat… No digamos traición, si no queremos usar una palabra que ya fue usada y tiene sus fundamentos, pero digamos claramente que el Tratado del Pilar fue un error, fue un grave error político”. Para Castaldo: “Recuperar la cabeza federal no es una tarea antropológica, arqueológica o folklórica. Es pensar los aciertos y los errores de nuestra historia política, es darse cuenta de lo que tenemos que hacer para dejar de flotar en lo poco posible”.

En los tramos finales, el mariagrandense genera interrogantes para vincular la historia con los tiempos actuales.

La gran mayoría coincide en que se puede honrar a Ramírez sin hacerse en Artigas. Dice el oriental Gonzalo Abella: “Artigas no es un milagro inexplicable, no es la perfección en un tiempo imperfecto. Es la expresión de la alianza en pie de igualdad de los pueblos originarios no imperiales con los afro americanos, las nuevas comunidades indio cristianas, los criollos discriminados, los mestizos y los mulatos, todos ellos enfrentados a la opresión colonial y a la opresión de las nuevas oligarquías criollas en alianza con Inglaterra”.

El refucilo de Ramírez llenó de energía esa revolución. Cómo no. Si miramos sus aciertos.

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