El usuario de colectivos de Paraná sabe que día tras día vivirá una historia diferente para llegar a destino.
Arribando
22 de julio 2018 · 08:32hs
Como los libros de cuentos para niños donde se elige la propia aventura, pero al revés, dependiendo siempre de los empresarios y políticos que deciden.
Si un lunes llueve, no solo que se retrasa la llegada de las unidades, sino que en las inexistentes garitas madres con hijos, que esperan llegar al hospital, se empapan mientras aguardan.
El martes el frío se hace sentir y la alegría de ver doblar el colectivo y subir es infinita. Pero las calles están cortadas por arreglos y se cambió de recorrido. El trabajador no se había enterado. Entonces, a patear para llegar a horario y no perder el presentismo.
Es noche de miércoles, oscura y sin luminaria en el barrio, el colectivero no vio a tiempo la seña del muchacho y siguió su trayecto. Los comentarios de furia se hacen sentir. "Dos horas esperando para que pase y nos deje".
El jueves –después de las compras en el centro– la usuaria llega a la angosta parada sobre calle España y se encuentra con una interminable cola de gente que aguarda su línea. Llega la unidad y los ciudadanos se disponen a subir y a marcar cada uno pasando la tarjeta. Resulta que cuando está a dos pasajeros de subir, no hay más lugar y el chofer necesita por seguridad cerrar la puerta. Qué se le va hacer, resignación y a esperar el próximo. Pero esta vez entre los primeros de la fila.
Es viernes y su cuerpo lo sabe, la alegría dura a pesar de viajar parada, apretada y con la asfixia del polvillo que traen los vidrios del coche.
Es sábado y después de una jornada deportiva, los protagonistas buscan volver a sus hogares. Como el conductor designado se quedó en el tercer tiempo, los veteranos suben al colectivo. Entre los comentarios del partido no advierten que la línea es la misma que tomaron hace unos meses atrás, pero el recorrido cambió. Cuando acuerdan están en un barrio muy alejado de la zona a la que querían llegar. Cansados y desganados usan los celulares para pedir que alguien los busque porque no saben como volver.
Y llegó el domingo –se sabe que junto con los feriados es el día de menor frecuencia en el transporte público– pero la aplicación ¿Cuándo llega? anuncia con letras azules en fondo blanco que no habrá espera porque la línea seleccionada... está "Arribando". Satisfacción, para algo sirvió descargar la app en el celular y seguir paso a paso la elección de la línea, de acuerdo a la parada más cercana y guardarla como favorito.
Pero claro está que no todos son jóvenes o estudiantes que manejan la tecnología, no todos tienen datos móviles y entonces es un beneficio para pocos.
Trabajadores, jubilados, enfermos, discapacitados y niños que utilizan el transporte público día a día se siguen adaptando a los ponchazos, como pueden, a las continuas transformaciones que se aplican.
Más perjudicados que favorecidos, porque antes tenían que hacer largas colas en las oficinas del transporte para retirar los abonos que eran usados para pagar el viaje mensual; después guardando monedas para sacar el boleto ocasional; cuando se decidió dejar de tener dinero a bordo compraron la TARJEBUS. Luego llegó la SUBE y se acostumbraron a mirar la pantalla de la máquina para saber el saldo y a buscar un kiosco para cargarla.
De todas formas el pasajero no renuncia, le busca el punto positivo a cada viaje, porque entiende que en algún momento la historia podría tener el final que imaginó. Como en la época del abuelo Godoy, que con una vista privilegiada avizoraba con entusiasmo y proclamaba "allá dobló el Directo". Entonces los que esperaban en Churruarín casi Díaz Vélez se preparaban para "tomar el rojo" que recién transitaba a la altura de calle Río Negro.
Hoy no es la época del abuelo, el tiempo apremia, porque otra vez llegó el lunes, los chicos arrancan las clases y se terminan las vacaciones en el trabajo.
Otra vez la locura, las corridas, el horario y el colectivo que en el celular indica que viene Arribando... a cruzar los dedos.