Carlos Damonte/ Jefe de Redacción de UNO
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“¿Ya terminaron muchachos?”, preguntó el policía
Ni un solo día debería estar fuera de la agenda social el programa de subsidio al precio de los alimentos. Por una simple razón: el mantenimiento de esta propuesta entre ejecutivos privados y funcionarios públicos sirve de freno a la inflación. Y más rápido que despacio se agranda la canasta de alimentos a valores más acomodados al bolsillo del trabajador promedio. En sintonía habría que tratar las subas de los servicios públicos, la nafta, los alquileres, el acero, el plástico y todo aquel bien o servicio que impacte en la formación del valor de la comida. No hay otra.
Y tal afirmación incluye las expresiones sociales que, para defender una posición castigan los ingresos de otros sectores que también trabajan para comer. Nadie responderá por las pérdidas que representa la literal espantada de clientes que provoca la protesta de unos 10 manteros en el centro de Paraná. Me refiero a un caso puntual: quemando cubiertas desde el martes en calle Perú hicieron posible que la docena de comercios de la zona quedaran vacíos y sin chance de trabajar por imperio de la humareda. “Esto es inaudito, me vine de Buenos Aires por los dislates cotidianos y acá estamos llegando a lo mismo, cualquiera toma la calle por su cuenta y que el vecino se la aguante”, describió uno de los comerciantes. Por la proximidad física con los vendedores ambulantes (trabajan a muy pocos metros de su local) el hombre opina a cambio del anonimato y es válida su postura. A este periodista no le queda otra que poner la cara y dejar en claro una situación que también lo afecta hasta personalmente porque en UNO ayer hubo que asistir a trabajadores intoxicados por el humo negro. Ahumaron la despensa, la tienda, la juguetería, la pilchería, la zapatería, el kiosco, la pescadería, la carnicería y otra docena de comercios cercanos.
Los ambulantes hacen uso de un derecho, a la protesta, pero, reitero, nadie cuida el derecho a transitar libremente, a trabajar y a preservar el aire. Al menos en Paraná no estamos tan acostumbrados a los cortes de calles con grandes despliegues escenográficos y poca gente. Más bien suelen darse movilizaciones de centenares de personas por un breve lapso de tiempo. Rompen esa rutina los recolectores de basura y los taxistas cuando copan las calles cercanas a la sede comunal. También están los cortes con quema de cubiertas cuando en algún barrio no se presta como es debido el servicio público del agua potable que la mayoría paga a precio injusto en la ciudad. Y los maestros y estatales, cuando marchan, no provocan ni por casualidad el cierre de comercios que lograron un puñado de manteros con un encendedor y media docena de cubiertas. Si hasta daba risa oír y observar al policía preguntándoles “¿ya terminaron muchachos?”, cuando creyó que el corte del martes había acabado.
Dónde ubicar a los vendedores ambulantes es un tema endémico en la ciudad. Las últimas cuatro gestiones municipales no han dado en la tecla que dispare la solución. Mientras tanto, cada tanto cruje la ciudad por la presión de los que trabajan en las calles para obtener el sustento diario. Habrá que seguir habituados, pero que quede claro, mientras duran, este tipo de protestas pueden afectar como la inflación que, por otro andarivel, combaten los precios cuidados.