Alfredo Hoffman/ De la Redacción de UNO
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Dolorosa alegría
La restitución de los restos de los desaparecidos entrerrianos Eduardo Mencho Germano y Adela Leli Savoy despertó, en un lapso de pocas horas, una larga serie de expresiones de sentimientos tan profundos como contradictorios. Las noticias de ambas identificaciones se conocieron esta semana con un intervalo de apenas 24 horas y se reprodujeron rápidamente en las redes sociales y en los medios. Las manifestaciones espontáneas y los comunicados de prensa –que se suponen más reflexivos– demostraron esa ambigüedad: se trata de acontecimientos que provocan alegría pero al mismo tiempo mucha tristeza.
El trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense confirmó, como lo hace en cada una de las investigaciones en que arriban a una conclusión, la brutalidad planificada del terrorismo de Estado: Mencho y Leli –casualmente secuestrados al mismo tiempo, el 17 de diciembre de 1976, aunque en operativos diferentes y en ciudades diferentes– eran muy jóvenes cuando fueron asesinados, él tenía 18 años y ella 19; ambos estaban sepultados como NN –él en el cementerio de Rosario y ella en el de Isidro Casanova, Buenos Aires– y fueron ocultados por los represores luego de haber sido él volado con explosivos en un simulacro de atentado y ella fusilada.
El plan sistemático se confirma en cada hallazgo. Consistía en el secuestro de los militantes por parte de grupos de tareas conformados por miembros de las fuerzas armadas y de seguridad, en sus casas o en la vía pública, el traslado a centros clandestinos de detención donde eran sometidos a torturas, para luego asesinarlos y esconder sus cuerpos, es decir, eliminar la principal prueba del delito. Este ocultamiento se realizaba mediante los vuelos de la muerte, en que los cuerpos eran arrojados desde aviones o helicópteros, o bien, como en este caso, mediante enterramientos clandestinos y sin identificación en cementerios. La noticia vuelve a poner en primer plano la magnitud atroz del genocidio, lo cual explica la obviedad del dolor y la congoja. Sin embargo, al mismo tiempo representa el desenlace de una prolongada lucha por memoria, verdad y justicia de familiares y organismos de derechos humanos, lo cual es digno de un festejo.
La restitución de los restos significa también que quienes pelean contra las consecuencias del terrorismo de Estado hoy están logrando reparar algo de todo el daño. Encontrar al desaparecido significa, al fin y al cabo, desbaratar un plan siniestro y dar a quienes sobreviven la oportunidad de lo que les fue negado hasta ahora: la posibilidad de poner en práctica la costumbre milenaria de sepultar a sus muertos y poder honrarlos de acuerdo con sus creencias.
Tal vez sea esto último lo que mejor explica la conmoción y la tristeza-alegría que estas noticias causan o, como expresaron desde la agrupación Hijos de Paraná, la “dolorosa alegría”. Porque cada familiar de desaparecido sobrelleva la tragedia a su manera y como mejor puede, pero si en algo coinciden es en el lamento por no haber tenido dónde ir a llevarles una flor durante casi 40 años.