La cancha está protegida por un enorme techo. Afuera, el infaltable chulengo va quemando unos palos, mientras los chorizos esperan un poco más de calor y, los perros, la caída de alguno que nunca se da, al menos en estos días de miserias provocadas.
Volvieron al club de barrio los bochófilos
Por Gerardo Iglesias
Adentro, las lisas y rayadas se baten en un duelo de arrimes y bochazos entre los tríos de Racing y Juventud de Caseros, en la cancha recuperada del club del barrio, de Racing Club, de La Academia del Puerto Viejo en Concepción, ese club que fundaron los abuelos, que fue orgullo de años.
Luego de varios años de silencio y portones cerrados, el club Racing comenzó a resurgir de manera lenta, en tiempos donde todo es negociable, descartable, rápido, un grupo de vecinos del Puerto Viejo frenaron el apetito de vivillos leguleyos que se frotaban las manos para quedarse con las instalaciones, en esa esquina de Perón y Peyret.
Un largo tiempo, del que ya dimos cuenta en estas páginas, el club fue abandono y usurpación, de los cuales queda solo un perro negro, grande y manso, que se aquerenció en una de las casas de enfrente.
Entre semana, la cancha y su lugar viene recuperando, partido a partido, la luz de tiempos no tan lejanos. Los bochófilos emprendieron la tarea de poner en condiciones la cancha, sacudirle el polvo de la ausencia de juegos. Broza nueva, barandas arregladas, maderas que lucen como en sus mejores tiempos tras varias limpiezas. La cancha recobró vida, los vecinos un espacio de ellos y para ellos.
Recostado sobre Peyret, adentrándose hasta la mitad de cuadra, el enorme salón que cobija la cancha muestra el paso del tiempo en el que no recibió caricias, ni luces ni arreglos. Pero en algunos sectores, la recuperación se va notando.
El Celeste y Blanco reluce a nuevo, cicatrizando las heridas del abandono. La cantina comienza a poblarse poco a poco, para que los parroquianos y los visitantes calienten las noches del invierno presente con alguna espirituosa mientras el partido va sumando puntos.
El ruido del tapapozo sigue siendo el más destacado. En pleno dominio de modernidades impostadas, de presentes prestados, las bochas resisten el avance de “lo moderno”, respetando los silencios durante el juego, admirando la concentración del que está por realizar los dos pasos antes de apoyar una mano sobre su rodilla, inclinar su cuerpo y soltar la bocha con delicadeza, con amor, e ir detrás de ella, como un padre guía a su hijo en los primeros pasos. Cuando se detiene, recién ahí los aplausos rompen cierta tranquilidad.
Toda esa ceremonia volvió a Racing. Las noches ya no son oscuras en esa esquina emblemática. Las luces volvieron. Hay bochas, hay box, han gentes, hay hinchas de La Academia festejando los campeonatos del de Avellaneda. Hay vida. Y, como reza una parte de un bello poema de González Tuñón: “Corto sueño y larga andanza, En constante despedida; Todo nos falta en la vida; Menos la esperanza”.
El equipo se fue armando con jugadores de Parque Sur, el Gigante del Sur, y de Engranaje. Ambos dieron de baja, por distintos motivos, las bochas. Y encontraron un nuevo lugar, tradicional en las lisas y rayadas de Concepción.
EL ACTA. “Bajo la denominación de Racing Club constituyese en la ciudad de Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos, el 23 de julio de 1944, el entidad de carácter deportivo, cuyo objeto es prestigiar por todos los medios a su alcance el desarrollo del deporte en general y en especial el foot-ball, como ejercicio atlético y educativo, manteniéndose ajeno a cualquier otra cuestión que no se relacione directamente con los deportes físicos que cultiva”. Así se especifica en el artículo 1º del acta de fundación del club.
Las hojas sepias y amarillentas devuelven, en el segundo artículo, el nombre de los socios fundadores José Tálamo, José Marassi, Regino Iglesias, Eduardo Pereyra, Juan Carlos Gómez, Lorenzo Brisolesi, Ramón Valenzuela y Luis Brisolesi.
El acta fundacional deja en claro que “admitirá en su seno “a las personas sin distinción de sexo, religión, ideas políticas.
Una perlita expresa que “quedan eximido del pago de la cuota mensual, los socios que deban cumplir el servicio militar, gozando de esta franquicia mientras se encuentre bajo bandera”, una muestra cabal de la Argentina de otros tiempos. Luego de una larga batalla, con la recuperación de la personería jurídica, el club resurge lentamente, para las nuevas generaciones, en un claro mensaje de respeto hacia aquellas que pasaron.