José de San Martín, el revolucionario conservador
A José de San Martín le disgustaban profundamente los tumultos sociales. Durante su larga estancia en Europa, en el último tramo de su agitada vida, se convirtió en testigo involuntario de revueltas populares y su decisión fue alejarse de aquellos sitios donde se producían: lo hizo tanto en Bélgica, en 1830, cuando ante los estallidos partió desde Bruselas hacia París, como en Francia, en 1848, cuando la agitación revolucionaria lo impulsó a abandonar su confortable residencia rural en Grand Bourg, en las cercanías de la capital gala, para dirigirse a Boulogne sur-Mer, en la costa del canal de la Mancha, donde finalmente moriría en 1850.
Lo curioso es que este hombre de rígida formación militar y monárquico convencido, a quien le repelía el pueblo en las calles, fue el mismo que hizo una enorme contribución a la liberación de Sudamérica del yugo español, con sus inspiradas campañas en Chile y Perú. Fue el mismo que, empapado de amor por su patria, regresó de España, justamente, dejando atrás una prometedora carrera en el ejército peninsular, para embarcarse en una aventura de final incierto en la que comprometió la totalidad de su vida, dando ejemplo de abnegación, talento y modestia.
Los cautelosos especialistas suelen ser remisos a las hipótesis y extrapolaciones temporales, pero acaso por una vez valga la pena dejar de lado tantas precauciones y traer a San Martín al presente: ¿qué pensaría —y diría y haría— el Libertador de América o Padre de la Patria, tal cual se lo designa con unción, si contemplara la situación en la que se debate hoy la región del planeta por la cual él entregó nada menos que todo? La imaginación dibuja inevitablemente un rictus de desagrado en su severo rostro: América latina está más dividida que nunca.
San Martín, ejemplo de líder ético, ocupa junto con el gran Manuel Belgrano la cima del canon nacional argentino. Sin embargo —triste paradoja—, la ideología que dio sustento a su acción militar y política sería estigmatizada, de ponerse en práctica en la actualidad, por las élites dominantes de los países sudamericanos, que arrugan el ceño ante la mera mención de esa palabra, "ideología". Es que el glorioso vencedor de San Lorenzo, Chacabuco y Maipú, conservador como era, fue sin embargo un auténtico revolucionario —y esta es una nueva paradoja—, que enfrentó sin vacilaciones al poderoso imperio español para independizar a estas tierras sometidas.
Acaso la cualidad ejemplar de San Martín, entonces, debiera extenderse más allá de las fronteras del valor y la ética personales para encarnar objetivos políticos, similares en su esencia a aquellos que él defendió con su espada. Los mismos pueblos por los cuales él luchó con tanto vigor deberían, sin dudas, profundizar en el auténtico significado de su figura, que sectores interesados en convertirlo en una mera estampa de revistas infantiles han procurado tergiversar desde siempre. Para adueñarse del futuro —deberían recordar—, primero hay que reconquistar el pasado.