UNO de corazones: “A mí siempre me habían gustado los hombres mayores, nunca había salido con ninguno que no me llevara por lo menos siete años de diferencia. Así que hoy en día me desconozco”, cuenta A.M.
UNO de corazones: la historia de A. M. y J.
Es que desde hace dos años está casada con J., a quien le lleva 16 años de diferencia. Ella tiene 42 y él 26, sin embargo nunca tuvo –asegura ella– una relación tan estable y madura como la que disfruta ahora. Sin embargo, llegar a este estado armónico no fue simple para ninguno de los dos, más que nada por factores externos.
Ella venía de una relación larga, de 10 años, que había terminado en muy malos términos. Una convivencia tóxica que le había absorbido muchos años, pero sobre todo mucha energía. “Me había costado mucho dejar esa relación, porque me había hecho dependiente y me había aislado mucho de mi familia y de mis amigos. Estaba cerca de cumplir los 40 y me parecía que tenía que aguantar, pero yo no era feliz, sino todo lo contrario. Y si algo aprendí de todo eso es que hay que hacerle caso a la intuición y a lo que una percibe; no a lo que te diga el otro. Así que un buen día terminé la relación y fue un tiempo muy difícil; mi ex me complicó mucho, me seguía, me llamaba, me espiaba básicamente”, recuerda A.M.
Además, en ese momento tenía la autoestima muy dañada, había descuidado mucho su aspecto y, básicamente, había perdido la esperanza de encontrar el amor.
Gracias a una compañera de trabajo, que se convirtió en su consejera, A.M. comenzó a rearmarse y juntar valor para salir adelante.
Bendita app
“Yo nunca fui de salir mucho, ni siquiera de gurisa, así que imaginate a los 39. Mi amiga me insistía que salgamos, que no iba a conocer a nadie si no salía, y bueno, le hice caso, pero la verdad es que la pasé re mal. Terminé descompuesta y en mi casa a las tres de la mañana. Así que, visto que los bares no eran una opción para mí, me terminé bajando una aplicación para conocer gente y probar suerte”, recuerda ella.
A.M. se encontró con un par de hombres que conoció a través de la aplicación de citas, pero no pasó de un solo encuentro: ninguno le convencía. Pasaron varios meses, y ella ya estaba harta de la app, casi ni la revisaba. Pero todo estaba a punto de cambiar. “Un día, aburrida le di ‘like’ a un chico que me apareció en la pantalla. Pero era algo que hacía más por inercia que por interés, lo hacía como para pasar el rato, como quien hojea un catálogo, no con un fin. A la noche me llega un mensaje de la app que me avisaba que tenía un nuevo ‘match’. Entré a ver y era este chico, que si bien se lo veía grande a primera vista, mirándolo en detalle tenía cara de nene todavía. Y al ratito me empezó a hablar”, rememora A.M.
El chico era J., que en ese entonces tenía 23. La conversación fluyó con naturalidad y a los minutos ella ya le estaba pasando su WhatsApp. Al principio, A.M. no tenía otro interés que “echar una cana al aire”, ya que nunca había estado con alguien más joven. Pero desde el primer encuentro cara a cara hubo química entre los dos. La cosa se iba poniendo cada vez más seria.
Superar prejuicios
“Los dos estábamos enganchados, pero la que pisaba el freno era yo. La verdad es que me daba mucha vergüenza salir con alguien mucho más joven que yo. Tenía miedo del qué dirán, de los prejuicios. J. era re maduro, trabajaba, vivía solo, estudiaba, pero a mí me podía la mirada de los demás. Y sobre las mujeres pesa más esa cuestión de la diferencia de edad, porque también pensaba que en cualquier momento aparecía una chica más joven y enseguida me iba a cambiar”, dice.
Pero él se mostraba seguro de lo que quería, y con perseverancia logró convencerla de dar un paso más en la relación, formalizar y –eventualmente– presentarse ante sus familiares y allegados.
Tras dos meses de noviazgo, A.M. se animó a contarle a su amiga sobre su relación, y al ver una buena reacción, decidió contarle a sus familiares. Pero allí la respuesta fue otra: tanto su hermana como sus padres opinaban que el noviazgo no tenía futuro. “Para mí fue muy difícil, yo ya tenía mis prejuicios, y ellos vinieron a confirmármelos. Para colmo, la familia de J. tampoco estaba contenta. Pero él estaba tan seguro, que me devolvía la confianza. Costó mucho tiempo hasta que los padres de él entendieran que yo no era una roba-cunas y que mi familia comprendiera que él no era un tiro al aire”, recuerda.
Paulatinamente, las respectivas familias se fueron acostumbrando a la idea y aceptándola. Hoy en día están más que felices.
Un año y medio después de haber comenzado el noviazgo, J. le propuso matrimonio. “Hicimos algo sencillo, sólo por el Registro Civil, y un festejo simple. Y desde ese día no he vuelto a tener ni una sola duda; la verdad que tenemos las dificultades normales de cualquier pareja, pero no por la diferencia de edad. Hay que dejar de lado los prejuicios si se quiere ser feliz.
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