En el museo Emilio Caraffa (en Córdoba capital) una de las esculturas de la muestra gratuita Stage Diving, de Martín Di Girolamo, inaugurada el 10 de agosto, representa a Fabián Tomasi, símbolo del daño colectivo ocasionado por el uso de agrotóxicos. Fabián, oriundo de Basavilbaso, tiene atrofia muscular generalizada y polineuropatía tóxica metabólica severa, ocasionadas por haber trabajado en una empresa de aplicación aérea de agroquímicos, donde manipuló productos como glifosato, endosulfán, cipermetrina y gramaxone.
Tomasi, símbolo del daño de los agrotóxicos
21 de agosto 2017 · 08:53hs
El extrabajador rural ya era protagonista de otras obras que abordan la problemática del modelo de agroproducción: la serie de fotografías El Costo Humano de los Agrotóxicos, de Pablo Piovano y el libro Envenenados, de Patricio Eleisegui.
Una vez más, desde el arte, también un espacio de lucha, su imagen interpela y mientras su cuerpo se debilita, su voz y su cruzada a favor de la vida se hacen cada vez más fuertes. Él forma parte de los afectados por una matriz productiva que reporta ganancias a unos pocos, y prefiere no callarse, ocultarse ni mucho menos rendirse. No se puede ver a estas alturas a Fabián como una víctima, sino como un héroe, porque deja de lado sus dolencias para poder trasmitir, concientizar, intentar cambiar una realidad que nos enferma, que nos acorta la vida.
Todo comenzó en 2005, cuando después de haber trabajado como peón de campo, carpintero y obrero de la construcción decidió probar suerte como apoyo terrestre en la fumigación área. "Nunca pensé que iban a descuidar tanto. Yo tenía que abrir los envases que dejaban al costado del avión, volcarlo en un tarro de 200 litros para mezclarlo con agua, y enviarlo al avión a través de una manguera", contó Fabián. Empleado en negro, los patrones ni siquiera le dieron una vestimenta adecuada para protegerse de los vapores tóxicos o salpicaduras de los productos.
"Era verano, trabajábamos en pata y sin remera, y comíamos sandwiches de miga debajo de la sombra del avión que era la única sombra que había en las pistas improvisadas en el medio del campo. La única instrucción que yo recibí fue hacerlo siempre en contra del viento, así los gases no me afectaban", relató.
Mientras desmenuzo su historia no puedo dejar de pensar en la mía, en mi madre que habita en la zona rural de Villa Urquiza y convive con ese veneno en la sangre desde hace años. Cada vez que sobrevuela las cercanías (y campos no tan cercanos) una avioneta fumigadora, o que un "mosquito" aplicador pasa por la calle la situación que se vive es más que angustiante. Por más que ella se encierre en la casa, solo consigue menguar los síntomas. A las pocas horas llega la reacción: una migraña que la tira a la cama y la aísla del mundo, un dolor corporal que la obliga a pasar días en la completa oscuridad, sin alimentarse ni hablar. Lo padece hace años, y aunque en menor proporción también mi padre y mi hermano presentan síntomas de intoxicación. Claro que no muchos médicos quieren reconocerlo.
En 2015 la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer de la Organización Mundial de la Salud reconoció que los pesticidas que más se utilizan en Argentina producen cáncer.
Este fin de semana se vivió en San Andrés de Giles el 8° Encuentro de Pueblos Fumigados- 1° Encuentro de Agroecología. Con el mismo ímpetu con que se reclama que detengan las fumigaciones ahora se impulsa la agroecología, que aún tiene muchos problemas pero pareciera haber resuelto otros, como la menor dependencia de agroquímicos, el sostenimiento de la productividad y el nulo o mínimo impacto hacia el ambiente. La problemática social por el uso de agrotóxicos debe ser un punto de partida para impulsar la agricultura orgánica.