Creo que esto existe en todas las ciudades y también en los pueblos… Pero en las ciudades, a veces pasa más desapercibido por el incesante y demencial trajín que los seres humanos llevamos cada vez con más frecuencia… Caminamos siempre con prisa, trabajando, cumpliendo horarios, preocupados por el quehacer diario, porque el tiempo no nos rinde como deseamos, atribulados por el tráfico, concentrados en el ombligo de nuestros problemas sin ver mas allá de nuestras narices…Sin ver lo que nos rodea y nos regala la vida, pequeños y fugaces instantes de gran valor, destellos de vida, de naturaleza, de alegría que a veces ni percibimos…Y en esos destellos urbanos, cuando en una plaza, en un negocio o en una peatonal, brilla el sol de la mañana siempre andan seres de ojos avizores (léase fotógrafos), con cristales multifocales, adaptables, lentes que es expanden; miradas artísticas que captan inmortalmente algunos instantes y en ellos, algunos ángeles, en este caso específicamente de cuatro patas, peludos de ojitos tristones o pícaros, de colas que se achatan o se agitan, diversos colores; pero una sola bandera: la libertad… o el destino… eso que les tocó y al cual se adaptaron y adaptan y a veces captan caricias y a veces palos (porque no todos los humanos somos generosos) pero ellos son resilientes y disfrutan de esos momentos como mejor pueden.
Perros buenos
Son esos perros vagos de razas “delmo” (del montón) barbillas, peludos, pelones, mezcla de policía con rotwheiler, de alazán con bayo, de labrador con collie, de pointer con doberman, de galgo con ratonero; que recorren algunas zonas (sus zonas) y conocen todos los rincones, donde dormir, donde guarecerse, donde y con quienes comer, donde bañarse (si…porque en días de calor se bañan), donde curarse cuando se lastiman o los lastiman. Son esos perros buenos que cuando vamos a tomar una cerveza en verano se nos acercan con una cara tímida o con un esbozo de sonrisa los encaradores; o los mas desconfiados se mantienen a una prudencial distancia para ver si alguien los distingue con un convite (no de pan eh?) de algo rico, o… a veces les hacen ruido con la boca para que no molesten.
Si uno se detiene en la plaza de Mayo en las mañanas soleadas de otoño los ve desperezarse al sol tibio, alongar como el mejor atleta y luego sacudirse el sueño, el pasto y alguna que otra pulga con ese movimiento programado que empieza en las orejas, recorre todo su cuerpo en vaivén y termina en la cola.
En invierno se los ve paseando al solcito por la peatonal, algunos abrigaditos por las buenas almas de los comerciantess o de las sociedades protectoras de animales que les adapta unos simpáticos abriguitos con huellitas, o con cuelleras que a veces se les deshilacha en algún alambre inoportuno al cruzar los canteros.
En verano hay algunos acólitos a las fuentes que de pasada les ofrece una llovizna fresca cuando están encendidas y otras que invitan a un rápido chapuzón cuando están apagadas… se las rebuscan muy bien y son felices con tan poco…
En época escolar cosechan galletitas y caricias de los alumnos que cruzan las plazas o van de tarea institucional de actividades plásticas en sus bancos, o debajo de sus pinos. Y también de otros niños que juegan con sus padres (los que nos les tienen miedo)…
En invierno, a veces pegan las ñatas contra los vidrios de las confiterías y restoranes que están en el circuito de las plazas y seguro que algo “ligan”. O si no en la mas extrema medida en los tachos de basura, solo que ahora no se les hace tan fácil con esos cajones grandes con tapas que les llaman “contenedores” y a los cuales no hay forma de entrarle… caramba con lo inventos del hombre (será por ellos?)…
Pero siempre están dispuestos a la alegría, propia o ajena, para compartir o guardarla, algunos con nombre, otros con fama. Siempre vigilan y cuidan el lugar, o al policía que les comparte su tiempo, su sándwich o les da agua, porque si algo tienen de bueno es su memoria: a nuestras voces, a nuestros aromas, a nuestras caricias… Y hacen gala de ella cuando salen a nuestro encuentro si somos frecuentes peatones que les hablamos o los acariciamos… Parecen indiferentes pero es su coraza, no quieren encariñarse con nosotros porque nos extrañan cuando nos alejamos pero nos festejan cuando otro día pasamos… Perros buenos, perros nobles… No los ignoremos, no los alejemos, démosle como propina una caricia, una sonrisa, un bocadito… si no los podemos llevar a casa, llevémoslos en el corazón, porque son parte de nuestro urbano paisaje, porque están solo de paso por poco tiempo, porque son ángeles de cuatro patas que nos rozan el alma para que los descubramos… La vida no les dio casa, pero les obsequió el mundo libre en donde se desplazan. Bajémonos un rato de nuestro carrousel intenso y compartamos con ellos la vista de su trote, de su alegría, de su sueño, de su desfachatez de no hacer nada…