La licenciada María Eugenia Almeyda coordina la novedosa carrera de Lengua de Señas Argentinas –que se dicta en la Facultad de Trabajo Social de la UNER–, pero antes de la consolidación y desarrollo de esa tecnicatura participó de un notable proceso de reformulación en torno al concepto de discapacidad, y una práctica que potenció las posibilidades en la escuela integral Nº 7 Edith Fitzgerald, de la capital provincial.
La historia de una lengua prohibida que finalmente cobró vida
Gualeguaychú, Villaguay y un primo
—¿Dónde naciste?
—En Gualeguaychú, pero vivimos en Villaguay, en la escuela agrotécnica Urquiza, a cinco kilómetros de la ciudad, donde mi papá era el director. Somos cinco hermanos, aunque uno de ellos es primo, hijo de una de las hermanas desaparecidas de mi mamá y quien estuvo con nosotros desde los nueve meses. Durante mi infancia y adolescencia mantuve un vínculo muy cercano con Gualeguaychú porque visitábamos a mis abuelos, primos y tíos, y los veranos nos quedábamos un mes en la Isla Libertad, donde mi abuelo tenía una casa. Crecí en un ambiente rural pero iba todos los días a la escuela en Villaguay, donde nos mudamos cuando yo tenía 13 años. Me siento de los dos lugares y ahora mis padres viven en Gualeguaychú.
—¿Qué se veía al salir de tu casa?
—Enfrente estaba el internado y el comedor de los estudiantes, y más allá un ambiente totalmente rural de campos, caballos y vacas. Me gusta lo agreste y la naturaleza. Cuando viví allí fue intenso porque percibía una situación de angustia y secreto, y también recuerdo los juegos con mis hermanas.
—¿Y tu barrio en Villaguay?
—Haciendo cruz con el parque Eva Perón, que durante la dictadura le pusieron “Walt Disney”, hacia los márgenes. Al principio me costaba caminar por la calle porque me daba vergüenza. Recuerdo a los amigos y algo ambiguo con la sociedad, porque la presencia de Matías generaba señalamiento, al igual que el pensamiento considerado “subversivo” de mis padres y que dislocaba con las ideas conservadoras del pueblo. Era una figura conocida y fue aguerrido en sus disputas. Renunció en la época de los radicales porque le hicieron un sumario, armado políticamente. Mi mamá era directora de una escuela especial de Villaguay y también crecimos en ese contexto, donde teníamos relación con los niños y con la pobreza. Me quedó un gusto agridulce de esa sociedad, más allá de la amistad con varias familias.
—¿Cuándo supiste sobre la situación de tu primo?
—Cuando yo tenía 5 años nos dijeron que los padres de Matías estaban enfermos y no lo podían cuidar. Mis padres pensaban que mis tíos estaban presos y aparecerían, pero cuando fue un hecho que no, le dijeron lo que había pasado con los militares y la dictadura, y que los habían matado. Matías tenía 8 o 9 años, dijo: “Voy a agarrar una ametralladora y mataré a los militares”, y mi padre le contestó “no, no somos como ellos”. Cuando Matías comenzó la escuela, mis padres, que tenían una guarda provisoria, pidieron si le podían decir Almeyda, en vez de Ayastui, y no hubo problema. Luego estuvo el dilema de si quería que lo adoptaran, como protección y para mis padres cerrar esa etapa, y él dijo que no. Siempre nos trataron a todos iguales.
—¿Personajes de Villaguay?
—Dos: un hombre de la calle, Soto, quien me daba miedo y solo una amiga se animaba a hablar con él, y una persona que me llamaba la atención porque andaba por la calle en una silla de ruedas con motorcito. Recuerdo los festejos del Mundial 78, porque fuimos.
—¿Sentías una vocación?
—Hasta dos meses antes de estudiar Trabajo Social no sabía qué hacer; pensé que me gustaba Abogacía, por un novio que estudiaba, y por suerte no lo hice. Había que estudiar sí o sí; mi mamá me ayudó porque en su escuela había una trabajadora social, me preguntó si no me gustaría hacer lo mismo y hablé con ella. Cuando me recibí, trabajé 20 años en la escuela de sordos de Paraná.
—¿Qué materias de la Secundaria te gustaban?
—Ninguna, y pienso que no aprendí nada. Me gustaba cómo daba la materia la profesora de Historia, pero iba al colegio a encontrarme con mis compañeros, andar de novia y participar en el centro de estudiantes, lo cual era respaldado por mi familia.
—¿Un primer contacto con la discapacidad?
—Desde siempre, porque fue algo muy natural.
Libros y “bajada de línea”
—Imagino que había libros en tu casa.
—Sí, en una biblioteca muy grande, algunos fueron enterrados en el fondo, de lo cual tengo la imagen de mi papá haciendo un pozo en la escuela Urquiza, y no fueron encontrados. También enterró una colección de balas de la época del servicio militar. Los dos eran muy lectores y mi mamá nos leía mucho.
—¿Influencias?
—Mamá nos compró un Don Quijote de la Mancha para niños, todas las noches nos leía un capítulo, y me dio para que leyera Mi planta de naranja lima y Capitanes de la arena, lo cual fue el ingreso a la literatura, la desigualdad y el sufrimiento. También leí Raíces. Nos bajaba un poco de línea con los libros que nos daba (risas) y conversábamos mucho sobre lo leído. En la adolescencia leí la Colección Billiken y Mujercitas. Cuando vivíamos en la escuela Urquiza solo veíamos un programa de tv por día.
—¿En qué momento de la carrera te convenciste que era lo tuyo?
—Quería aprender, todo me gustaba, me resultaba muy intenso, hacíamos prácticas en los barrios pobres, se me abrió la cabeza y pude pelearme con algunos pensamientos políticos de mis padres, aunque luego me amigué. Antropología me gustó mucho, fui auxiliar y ahora soy docente de esa cátedra. Cuando comencé 3º año, también comencé a trabajar.
—¿Cuáles fueron esas revisiones?
—Mi mamá y mi papá no eran peronistas, aunque luego se hicieron kirchneristas (risas), criticaban mucho pero no eran gorilas. Mi abuelo materno era absolutamente antiperonista y mi abuelo paterno, muy terco, era filoperonista pero lo obligaron a cerrar la escuela que dirigía cuando murió Evita, dijo que nadie lo obligaría, cerró la puerta con llave, se fue y renunció. Hasta casi los 80 años hacía excavaciones y coleccionaba piezas, entre ellas un esqueleto humano y una tortuga gigante. Cuando estudié, esta facultad era bastante peronista, había materias en las cuales se enseñaba, descubrí cosas y me peleaba con mis padres. Hasta ese momento no me había despegado del pensamiento político de mi familia. Donde más aprendí a pensar críticamente la formación fue con la militancia en la Agrupación Indigentes del Sur.
Transformar significados
—¿Cómo fue el contraste de enfoques entre el propio de tu formación y el de tu ámbito de trabajo?
—Cuando me recibí comencé a trabajar en la escuela de sordos, luego de estar en el Consejo General de Educación, sobre el cual tengo el peor de los recuerdos. En la facultad comenzamos a juntarnos personas que trabajábamos con la discapacidad y estudiantes, y en 2000 presentamos un proyecto de extensión que ahora se llama La producción social de la discapacidad. Aportes para la transformación de los significados socialmente construidos. Esto fue paralelo durante muchos años y se fueron cruzando, y haciendo una sinergia. El primer curso de lengua de señas que propusimos se hizo en la escuela, para los niños sordos y docentes, y en la facultad, en un contexto en el cual estaba prohibida.
—¿Prohibida?
—Durante mucho tiempo lo estuvo porque en las escuelas no se dejaba hablar con esa lengua, porque decían que era la “lengua de los monos”, que había que hablar en español y rehabilitar el habla. Hay muchas escuelas de sordos del país que todavía lo piensan.
—¿Qué otras elaboraciones hicieron en el marco de ese programa?
—La de cómo las ciencias sociales pueden pensar este objeto teórico, corrido de la Medicina y la Pedagogía, ciencias dominantes en la visión de la discapacidad. Lo más maravilloso fue producir colectivamente otra visión, considerando que la discapacidad es una relación de opresión y dominación, en la cual hay cuerpos que son valorados y desvalorados. Eso significó mirar que el sordo no es una persona discapacitada sino que habla una lengua que aprenden en contacto, así que todo lo que se hace va en una dirección distinta. Cuando entré a la escuela de sordos, este discurso estaba prohibido. En 1997 me metí en Internet, busqué lengua de señas, y fue encontrarme con un mundo nuevo, ya que había lingüistas en Estados Unidos que investigaban la lengua de señas.
—¿Cuándo nace o se estructura históricamente?
—Cada país tiene su lenguaje de señas y hay diferentes visiones. La historia oficial dice que había un abate (Charles-Michel de l’Épée), en Francia, en el siglo XVIII, quien le enseñó a niños sordos y comenzó a usar los gestos. Para mí, teóricamente, donde hay dos sordos o una comunidad, se produce una lengua de señas, con características viso gestuales y espaciales. Por ejemplo, en Uruguay hablan una distinta a la de acá; en México también está la lengua de señas maya…
—¿Qué se utiliza además de las manos?
—Todo el cuerpo.
Rehabilitación torturante
—¿Cómo fue la integración de esta visión y práctica en la escuela?
—Casi que no te lo quiero contar de lo feo que era, porque había una rehabilitación torturante del habla. Es tan básico que alguien aprende a hablar porque escucha, con lo cual es imposible, pero la pretensión era que aprendieran a decir palabras. Había una rehabilitación del aparato articulatorio, lo cual era horrible y me parecía extraño, y no entendía nada de lo que decían. Entre ellos hablaban con señas, aunque secretamente. En 2000 hicimos el primer curso, con mucha resistencia, y finalmente con el equipo técnico dijimos que no daba para más, comenzó a florecer todo y a aprender, porque hasta ese momento no sabían nada. Hubo un proceso de transición que llevó mucho tiempo y hoy en la escuela un niño que ingresa puede terminar la Primaria en los años normales. Es un ejemplo de educación, respetando la identidad, y donde todos hablan en lengua de señas argentina.
—¿Cuáles eran las mayores resistencias?
—De los docentes, autoridades del CGE, supervisores y padres, porque querían tener hijos que hablaran oralmente, como les habían prometido y lo cual es falso.
—¿Otros momentos importantes en cuanto al cambio?
—Todo lo que iba pasando en la escuela, para mí, era producto de lo que pensábamos como equipo en la facultad y fue muy lento. Luego hubo una directora de la escuela muy abierta, hubo disputas con el sindicato docente por la cuestión del aprendizaje de la lengua, los sordos no les entendían y finalmente se conquistó que para ingresar hay que saberla. Fue mucha pelea y persecución por parte del CGE. Como es ágrafa, no se escribe en la forma tradicional, aunque sí con videograbaciones, los estudiantes tenían serias dificultades para aprender a leer y escribir, principalmente porque las formas de enseñanza, aún hoy, están ligadas con la oralidad, lo cual en el sordo está bloqueado. La crítica que permanece es que tienen serias dificultades para producir en español escrito, ya que lo hacen según la gramática de la lengua de señas. Por eso las escuelas de sordos de Entre Ríos no pueden certificar que los estudiantes terminen la Primaria, y si lo quieren tener, tienen que ir los últimos años a una escuela común.
Los unos y los otros
—¿Países o experiencias de vanguardia?
—Los países nórdicos y en Estados Unidos la Universidad Gallaudet, fundada en 1864 y donde todo es en lengua de señas americanas desde que ingresás. Es el modelo porque hay carreras y posgrado. Los sordos en Estados Unidos tienen ventajas abismales respecto del resto de los países.
—¿Qué aporta el desarrollo cibernético e informático?
—Todo, porque antes los sordos para encontrarse con otros tenían que ir hasta la casa. Ahora se comunican con videos a través de WhatsApp.
—¿Dónde se enseña en Paraná?
—En la Facultad de Trabajo Social hay un curso gratuito, al igual que otro para empleados públicos; también en el Instituto Provincial de Discapacidad, un equipo municipal que da talleres y privados. Además, en la facultad funciona la Tecnicatura en lengua de señas argentina, prioritariamente orientada a personas sordas, en la cual todas las materias se dictan en esa lengua y español escrito. El perfil es que aprendan a enseñar su propia lengua. Y esperamos que se abra la Tecnicatura de Interpretación.
“Cuando comenzó a fluir, me dieron varias trompadas”
La trabajadora social admite que tuvo varios impactos desde el momento en que la lengua de señas comenzó a circular como la forma de comunicación natural en la escuela en la cual desarrollaba actividades. “Me sorprendía porque creía que el problema eran los sordos y no la relación con ellos”, reconoce.
—¿Un caso paradigmático?
—Cuando la lengua comenzó a fluir en la escuela hubo varios episodios que fueron verdaderas “trompadas”. Un estudiante, Edgar (Sosa), a quien conocí cuando él tenía 10 años, no hablaba nada en español y decían: “La cabeza no le da”. Cuando comenzó con la lengua de señas fue sumamente lector, estudioso, ahora es un referente lingüístico y tiene un cargo en la escuela. Se expresa en forma precisa, poética y profunda, y se transformó en otra persona. Cuando tenía 16 años le dijo a la madre, que aprendió la lengua, que quería saber cuestiones familiares básicas, porque no sabía nada. Otro caso: una nenita de 4 años hizo una seña, la miré porque no le entendía y le pregunté a Edgard, quien me explicó que decía que “como no tenía nada para comer en su casa, la madre cazó unos pajaritos y cocinó polenta”. Fue otra trompada porque no podía creer que pudiera decir eso, cuando un niño de esa edad puede hacer un relato complejo. Me sorprendía porque creía que el problema eran los sordos y no la relación y la comunicación. Otra vez, cuando no sabía bien la lengua y durante un encuentro en que se hicieron lecturas de cuentos, hubo una intérprete extraordinaria, quedé fascinada con lo que decían y las metáforas que utilizaban. Sentí que habíamos estado oprimiendo sistemáticamente a esas personas porque no las consideraba como un par. No alcanzaba con saber solo un poco de la lengua, sino ser absolutamente competentes. La incorporación de intérpretes en las cadenas nacionales revolucionó la comunicación y se puede trabajar mucho con la Ley de Medios.
—¿Cuál es el prejuicio más instalado?
—Es con la discapacidad en general. En cuanto a las personas sordas, son hablantes de una lengua tridimensional, lo cual hay que asumir y debe ser oficial. Es una deuda enorme.
—¿Cuántos sordos hay?
—Según los censos de discapacidad, Argentina tiene entre el 12% y el 14% de personas con discapacidad, de las cuales el 1,5% son sordas, aunque ellos no se consideran discapacitados y hay una discusión. Están muy organizados políticamente, incluso en una federación mundial.