"No me preocupa que sean campeones, sino buenas personas"

Sergio Alfonsini analiza los principales aspectos y necesidades actuales del atletismo, resalta realidades de países vecinos y opina sobre el deporte de alta competencia. Una autocrítica y su mirada sobre el dopaje
24 de julio 2017 · 08:39hs
El profesor Sergio Alfonsini –responsable del área Lanzamiento de la Confederación Argentina de Atletismo e integrante de la Comisión de Entrenadores de la Confederación Sudamericana de dicho deporte– desmenuza las falencias estructurales de un deporte que depende del Estado en cuanto a su mayor gravitación para el desarrollo. "Nuestra infraestructura prácticamente no existe. De todas maneras, hay intentos, pero siempre son rengos", critica el entrenador del olímpico Germán Lauro.


El atleta paranaense Julián Molina no está recibiendo su beca.

El atleta paranaense Julián Molina no está recibiendo su beca


Vivir en la escuela



—¿Dónde naciste?
—En Villaguay, en 1961.

—¿En el pueblo o en la campaña?
—En el pueblo. Mi padre –Alfredo Alfonsini– fue maestro rural y luego se instaló en la Escuela Alberdi, donde ganó un concurso para jefe de internados y en 1964 nos vinimos.

—¿Recordás algo de Villaguay?
—Tengo familiares, pasaba los veranos y cada dos o tres meses iba a visitar a mis parientes. Mis abuelos vivían pared de por medio, creía que todos los abuelos vivían así y me quedó ese recuerdo. Era un lugar de gente de campo y podía andar sin restricciones, a pesar de ser muy chico.

—¿Cuáles eran los lugares de referencia?
—La plaza –donde los domingos tocaba la banda– y el balneario municipal –un lugar muy agreste y lindo. Todos los veranos iba, incluso siendo mayor.

—¿Una transformación de importancia?
—Cuando se creó la Facultad de Kinesiología, ya que el alumnado le dio otra vida al pueblo y la gente invirtió para alquiler. Como en todo pueblo grande, los jóvenes migran en el período escolar y vuelven en vacaciones. También sucedió con Oro Verde –que lo conozco desde cuando eran cuatro casas y seis boliches.

—¿Vivías en la escuela?
—Sí. Mi mamá también era docente –en Raíces Oeste.

—¿Cómo te resultó el cambio por la mudanza?
—Era muy chico y continué en mi entorno familiar, así que no cambió mucho. Hice la Primaria –al igual que mis hermanos– en la Escuela Alberdi –en el Departamento de Aplicación que hoy lleva el nombre de mi padre–; mi madre primero fue maestra y luego secretaria. Me quedó un dejo amargo porque a principios de los 70 –cuando comenzaba la Secundaria– hubo un episodio propio de la época. En 1973 mi padre decidió mandarme a Paraná porque habían tomado represalias contra el sobrino de uno de los auxiliares de internado. Los hijos de esa persona eran amigos míos. Hubo gente de Alberdi que fue a Ezeiza a recibirlo a Perón.

—¿El incidente se relacionaba con el contexto político?
—Sí y mi papá –para prevenir cuestiones mayores– decidió aislarme de allí, aunque seguía viviendo.

—¿Cómo influyó el hecho de que tus padres fueran docentes?
—Me debe haber marcado desde lo pedagógico pero no en cuanto a la orientación, porque lo deportivo no tenía ninguna incidencia en el hogar. Mi papá se preocupaba por lo que era arte y mi mamá por sus cuestiones cotidianas y el trabajo de secretaria.



El colegio y las influencias


—¿A qué jugabas?
—En el colegio hice todo lo que pude: comencé con atletismo –donde más me destaqué–, fútbol, rugby y algo de tenis. Iba al Colegio La Salle pero teníamos la posibilidad de jugar en la liga paranaense de las tres disciplinas.

—¿El primero que practicaste fue el atletismo?
—Sí, me marcó y caló hondo el profe Erwin Goberitz –un idóneo y apasionado de lo que hacía– ya que me inclinó a hacer la carrera de Educación Física. Previamente, una docente de Educación Física de la Primaria –Yayi de Sena– también me orientó. Un nieto de ella fue campeón sudamericano de martillo y yo su entrenador. Igualmente hubo una dirigente que fue Nélida Antías de Denis que fue muy importante para mí y condicionó mi vida para bien.

—¿Otros juegos?
—Me gustaban mucho las carreras de autos y con un amigo teníamos autitos y hacíamos circuitos.

—Deduzco que había libros en tu casa.
—Sí, pero no era su amigo. No soy de los más destacados al leer. Mi padre tenías colecciones de Reader´s Digest y le dedicaba todos los días dos horas a la lectura. Hablaba inglés, francés y algo de alemán –aprendido con unos discos de pasta que le mandaban por correo. Era tremendamente capaz, le gustaba mucho la pintura, la música clásica y si me enteré quién fue Van Gogh y Gauguin, o Vivaldi, Bach, Beethoven y Debussy, fue por él. Mi madre lo acompañaba.

—¿Qué materias te gustaban?
—De la Secundaria, las biológicas; nunca rendí ninguna, y estudiaba lo justo y necesario. Desde el punto de vista motriz, no era de los más aptos; me costó mucho el atletismo en el instituto. Me recibí rindiendo las tres materias de Atletismo, con docentes que tenían mucho peso en el atletismo argentino –Beto Scarpin, Elvio Schneider y Carlos Marzo.

—¿Deportistas modelo o referentes?
—Siempre fue Erwin, por una concepción muy puntual: servir al otro. No me importaba el campeón y tampoco me importa. Me preocupa sí que sean buenas personas, y que tengan una actitud profesional y responsable. Si como consecuencia de eso, pueden ver consolidado su tiempo y su esfuerzo en buenas actuaciones, alguna medalla, conocer otros países representando al país, mejor. Pero lo prioritario es que sean buenas personas. Eso aprendí de La Gallega y de Erwin, y es algo que me preocupa más que lo otro. Acá han pasado chicos que si no hubiera sido por esto no hubieran conocido otra manera de vivir. Lógicamente que tuve la posibilidad de recorrer un montón de lugares, conocer otros deportes y gentes, y esa diferencia se ve. Como en Buenos Aires, que terminás siendo un número o un nombre. Una vez, enojado, le dije a un chico (lo señala, está entrenando): "Quedate tranquilo que me voy a encargar de que no llegues a ningún lado. O cambiás algunas actitudes o me voy a encargar de que te quedés acá". En ese momento se lo dije muy firme, ya que la docencia me enseñó que también se actúa, para que entiendan. Siempre he tenido una relación amistosa con mis alumnos, incluso tolero que me llamen "boludo" –porque he convivido con los adolescentes y me divierto con ellos. Pero, si no venían con el uniforme, los mandaba a sus casas. Hace unos cuantos años me llamó uno de los últimos referentes de la Educación Física y entrenador –Fernando Rodríguez Facal– cuyo ícono era Jorge Kistemacher. Fernando decía cuando le tocaba estar con sus alumnos o despedirlos "el instituto les otorga un título que los habilita a ejercer la Educación Física, maestros serán cuando se lo reconozcan sus alumnos". Maestro es una palabra de mucho más peso y quien te dejó algo que no te olvidás. Es lo que trato de hacer con los chicos, con amor y buen trato, aunque a veces una mala palabra en el momento oportuno genera una reacción que evita un mal mayor. Por ejemplo, en una competencia.



Su casa o el Parque Berduc


—¿Sentías el deporte como una vocación?
—No. En 5º año de La Salle un hermano había visto algunas características en mí que tenían que ver con esa vocación, pero no era lo mío desde ese lado, aunque sí estar en el Parque Berduc, servir al otro y que los chicos encontraran un lugar donde ordenar su tiempo... acá estamos los 365 días del año.

—¿Cuándo fue la primera vez que ingresaste al Parque Berduc?
—En marzo de 1973 –como alumno– y no me fui más. Cortábamos el pasto... es mi casa. Ha pasado mucha gente. El día que enterramos a mi papá a mediodía, a la tarde estaba acá con los chicos, y ellos –sin quererlo– fueron quienes me contuvieron y entrenamos como todos los días. Cuando falleció Erwin sentí la enorme responsabilidad de continuar su tarea y quedé solo, porque La Gallega tuvo problemas personales. Fue un momento duro y me sentí muy solo, pero los pibes empujaban.

—¿Te atrajo algo particular del lugar?
—No, era el lugar donde teníamos lo que necesitábamos para llevar adelante nuestra tarea. Hacía atletismo y las clases de Educación Física; cuando comencé el instituto en 1979 también venía a entrenar un poco porque estaba Erwin y La Gallega, y también les daba una mano, al igual que a Irma Venanzi, Inés Torres, Dorita Costa, Quela Colomá, Laura Molina y Lita Guillamet Chargué. En ese entonces venían del Colegio Nacional, Escuela Normal, Comercio N° 1 y N° 2, y Técnica N° 1, y los intercolegiales eran muy fuertes. Ellas también me fueron apadrinando para poder introducirme en las escuelas, si bien comencé a dar clases en 1983 –en los colegios Santa María del Rosario y La Salle.



De biologismo y sociologismo


—¿En función de qué elegiste la carrera?
—Estaba muy decidido y la influencia fue de Erwin y Yayi Matteloni de Sena. Nunca lo dudé.

—¿Se concilió con lo que pensabas antes de ingresar?
—No, porque eran muchos deportes y me costó mucho el ingreso, para el cual me tuve que preparar. Entré en 1979 y egresé en 1982; fui de la última promoción de tres años.

—¿Alguna materia te entusiasmaba?
—Fisiología me gustaba mucho y aún sigo leyendo. El rendimiento en atletismo me costaba mucho y se pensaba que si no corrías 100 metros en determinado tiempo, no podías ser profesor de Educación Física, lo cual es una barbaridad por donde se mire.

—¿Antes, no te pensaste haciendo una carrera como deportista?
—No. La docencia me permitió poder llevar adelante mi hobbie. Además, en esa época no estaba de moda el profesionalismo.

—¿Qué enfoque general predominaba en la carrera mientras te formaste?
—El paradigma era el biologismo, en cuanto al rendimiento. Aunque sigo discutiendo respecto a este tema –quizás con más herramientas que las que tenía por entonces. Todos los extremos son malos: ni el paradigma de la corporeidad y el biologismo, ni el sociologismo –como está hoy– a ultranza. Como decía Fernando Rodríguez Facal: si me plantean el cuerpo como algo que me permite comunicarme con los otros, relacionarme, trasmitir mis emociones y sensaciones, soy sociologista a ultranza. Si me plantean que el cuerpo está compuesto por células, tiene un corazón que late, músculos que se contraen y permiten moverlo, y comunicarnos, soy biologicista a ultranza. Para mí, las dos cosas comulgan. Desde el rol que tengo como rector de un instituto de formación, trato de que no haya demasiado de uno ni de otro, sino que detectemos las necesidades y formemos un docente que dé respuestas. No podemos negar que somos un cuerpo que tiene una corporeidad ni tampoco que la actividad física, excede la escuela y transversaliza un montón de situaciones. Es un tema a discutir.

—¿Y como entrenador?
—Me interesa la persona, formar alguien útil para la sociedad y el rendimiento estaría en un segundo plano –si bien nos movemos en un deporte de tiempo y marca. El rendimiento debe ser consecuencia de lo otro; trato de inculcar valores a los chicos: respeto, orden, disciplina, sacrificio, querer lo que se hace y ser alegres –generando a la vez un lenguaje del cuerpo.



La experiencia con Germán Lauro


—¿Se puede sostener este enfoque cuando se trabaja en el deporte de élite y la alta competencia?
—Este año tuve una experiencia que me regaló la vida y fue acompañar a uno de los deportistas más relevantes que ha tenido el atletismo en los últimos años, como lo es Germán Lauro. Traté de –más que nada– ir por la persona ya que lo otro estaba hecho. Busqué que tuviera confianza en sí mismo, que se sintiera en un contexto amigable, que fuera parte de las decisiones y no solo acatarlas y ser alguien que se sintiera reconocido como un referente. En el poco tiempo en que llevamos juntos, ayer (por el jueves 13) me dijo que sintió un cambio muy grande. Es hablar desde lo humano y no puedo cambiar mi forma de ser porque él sea quien es.

—¿Qué te ha aportado como entrenador esta experiencia?
—Me permitió lograr algo muy difícil –y necesario– cual es documentar lo que se hace cotidianamente. Me obligó a ordenarme, porque el entrenador que tenía era una persona tremendamente ordenada y él estaba acostumbrado a trabajar de esa manera. Día a día llevamos registrado lo que se hace, lo cual a la mayoría de los entrenadores nos cuesta –sobre todo cuando hay mucha diversidad de atletas. Fue importante, luego de seis meses ya me generó el hábito y ahora lo hago con todos. Tengo cosas para cuestionarme del trabajo y es no haberlo acompañado un poco más. Fui claro en el sentido de decirle que lo de estar tan lejos –él en Trenque Lauquen y yo en Paraná– era probable que estuviera destinado al fracaso, porque esto se construye día a día.

—¿Cómo comenzó la relación?
—Soy responsable del área Lanzamiento en la Confederación Argentina de Atletismo y a Germán lo conozco desde que tenía 15 años. En 1999 lo vi en los campeonatos de cadetes, viajamos a Colombia en 2000 al primer sudamericano de Menores y en 2001 fuimos al Mundial de Menores en Debrecen –Hungría. Conozco todo su proceso y no me fue difícil. La propuesta en su momento fue: "Sentate y decime de todas las experiencias, cuáles son las que te resultaron". Le propuse retomar lo que me dijo, más allá de que tenía todo documentado –por mi trabajo en la confederación. Obviamente que aquello de 2011 no es lo mismo que seis años después porque todo atleta de alto rendimiento tiene que pagar la factura que le pasa el cuerpo. Ayer (jueves 13) estuvimos en Rosario haciendo un chequeo médico, viendo una lesión en el hombro y a partir de ahí que él tome, libremente, la decisión de qué es lo que quiere hacer con su carrera deportiva.

—¿Qué te impresionó al verlo por primera vez en la pista?
—Era un chico muy rápido y dedicado, y en esto, a veces, la constancia termina siendo el determinante del rendimiento –más allá de las aptitudes que pueda tener cada uno. Me preguntaste por un deportista y una de las personas que destaco del deporte argentino es Guillermo Vilas, porque –en el contexto de ese momento con Björn Borg, Ivan Lendl y John McEnroe– era el menos dotado técnicamente, y menos talentoso, pero le puso la cuota de sacrificio necesaria para suplir lo que no tenía. Demostró que se puede llegar a ser el número uno en algo –si se le pone sacrificio– aunque no se sea lo suficientemente virtuoso. Terminó siendo un distinto porque inventó golpes e indumentaria, y todos terminaron yendo a centros de entrenamiento que el ideó –junto con Ion Tiriac. Fue uno de los pocos tipos que generó un antes y un después. Después está la otra gente –detrás de la cual me encolumno– ya que no todos tenemos la posibilidad de trabajar con el talento, hay extraordinarios entrenadores que se han pasado la vida formando muy buenos atletas que nunca han llegado a ser campeones del mundo. Tienen una ejecución técnica exquisita y no se dedican más allá de eso. Debe haber entrenadores que detecten chicos, los que los desarrollen técnica y físicamente y los que los lleven al alto rendimiento. (Marcelo) Bielsa es un tipo que ha marcado tendencia filosófica en un juego pero nunca la pudo plasmar como (Pep) Guardiola –a quien también le resulta difícil. Bielsa solo ganó un campeonato con Newell's y en México, pero nos vinimos de Corea con una de las actuaciones más pobres del fútbol argentino. Pero todo el mundo habla de Bielsa. Hay gente que trasciende los resultados porque marcan caminos y tendencias, lo cual es necesario.


Luces y sombras


—¿Tu mayor desaprendizaje como entrenador?
—El momento más triste fue con una atleta que por mi inexperiencia, capricho o incapacidad, le hice hacer una actividad riesgosa y –teniendo posibilidades de ser campeona nacional– sufrió una lesión tres días antes de la competencia. Tenía 16 años y nunca más volvió a hacer atletismo. Fui a la casa, le pedí mil perdones, lloramos juntos... lo minimizó pero nunca más volvió. Mi máximo logro, paradójicamente, es con Romina Gallucci. Tenía las mejores marcas en 800 y 1.500 metros –cuando tenía 16 años. Un accidente en moto le provocó una triple fractura expuesta de tibia y peroné. El hecho de que volviera a correr en un torneo nacional –con absolutas limitaciones técnicas– para mí fue lo más lindo que me pasó con este deporte, por encima de las medallas y haber ido a Beijing. Fue un trabajo de, prácticamente, aprender de nuevo a moverse.

—¿Cuáles son las falencias estructurales –de la escuela y la estructura deportiva– para que sobre esas bases no haya una masa crítica suficiente que produzca una buena cantidad de deportistas de alta competencia?
—El deporte siempre formó parte del discurso político, para la tribuna, pero nunca fue parte de la discusión y decisiones políticas –ni estuvo la plata– para dar un salto cualitativo con el deporte. La escuela es lo que permite llegar a la célula de la sociedad, ahí hay que trabajar porque está el potencial humano a detectar.

—¿Antes que el club?
—Sí, el club ya es para menos. El club y las estructuras intermedias del Estado que permiten contenerlos es donde deben ir luego de detectados. Por ejemplo, un Parque Berduc, con un loquito que le gusta el atletismo. Yo venía, miraba desde la tribuna, le decía a un profe que me mandara a determinado chiquito que había saltado vallas o tirado la jabalina, le tomaba los datos y lo invitaba a venir al parque. Pero no era algo sistemático y estaba solo. Con Erwin –en La Salle– hacíamos atletismo desde que entrábamos hasta que nos íbamos del colegio. Luego –como docente– no me pareció justo con los alumnos, entonces formamos distintos grupos por deportes, incluso yo entrenaba hándbol y fuimos a un nacional. Destaco que en nuestra provincia nunca se hayan dejado de realizar los torneos intercolegiales y la tarea que cumple el Parque Berduc en cuanto a interescolares. Es un potencial humano importante, al cual hay que tentar con una tarea que sea agradable. El atletismo por muchos años no tuvo una introducción al deporte que sea divertida, pero a partir del miniatletismo, por ejemplo, se permitió conocer. Depende de una cuestión cultural. El atletismo viene muy retrasado respecto a otros deportes. Los que generan la cultura son los medios y hasta hace algunos años no se veían torneos en televisión. Hoy se ve la liga mundial, los campeonatos del mundo, maratones y con eso se genera cultura. Es lo que luego atrae al chico. En una época, la vidriera era Echagüe, luego Sionista, en el fútbol es Patronato... todos queremos estar ahí y hacer eso. Desde que apareció Lauro entrenando en el Parque Berduc, desde que viene Ailén Armada –campeona sudamericana de disco y bala este año–, y una chica de Chile, comenzó a venir más gente. El problema del atletismo es que no tiene clubes y depende de estructuras ligadas al Estado, centros de educación física, escuelas y municipalidades.

—¿A qué responde esta realidad histórica?
—Dentro de un club necesitás demasiado espacio para hacer atletismo porque la infraestructura es muy grande. Nosotros hemos sido muy locos, pero en un lugar como este (Parque Berduc) no se puede lanzar martillo. Pero de acá y por eso han salido campeones sudamericanos y panamericanos, aunque corrimos a todo el mundo (risas). Una de las pruebas menos practicadas son las de garrocha –por los elementos necesarios para un espacio seguro– y el martillo –porque necesitás prácticamente 50 metros por 100 metros para que tiren dos atletas. A los clubes no les es redituable, sumado a lo cultural.

—¿Qué observás –perteneciendo a una estructura dirigencial nacional– como falencias recurrentes?
—En 2014 se hicieron los Juegos Suramericanos en Chile, a los cuales fui con el equipo nacional y (Luis) Chuzo González –que era subsecretario de Deportes de la Provincia. El día que lanzaban Lauro y (Rocío) Comba –que eran posibilidades de medallas de oro– me dijo si podía ir con nosotros. Cuando salimos del estadio nacional de Chile le dije: ¿Qué ves acá? Pista sintética, tribuna para 50.000 personas, dependencias para alojamiento y comida, pista auxiliar, otro edificio con salas de pesas, para gimnasia artística, esgrima, yudo, levantamiento de pesas... al fondo, un polifuncional para varios deportes, una especie de carpa con tres piletas climatizadas, y adelante está el estadio nacional de tenis y equitación. Todo eso depende del Estado. Y en la capital hay más de 30 pistas –de las cuales 90% son privadas. Pero en el estadio nacional hay dos. Nosotros pretendemos –pagando becas, lo cual no está mal– obtener resultados ya. Falta infraestructura y la instrumentación para que se desarrolle todo el mundo. El Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard) está bárbaro, pero está en Buenos Aires; se necesitan centros en otros lugares. Recientemente fuimos al sudamericano de adultos en Paraguay, el cual se hace en el predio del Comité Olímpico. No es para desmerecerlos, pero no es precisamente uno de los países más ricos y de mayor potencial económico, sin embargo ese predio es del Primer Mundo –con una pista de atletismo nueva. Ni hablar de los estadios, la sala de pesas, los consultorios médicos, dependencias de alojamiento, depósitos, gimnasios, piletas... ¡Es impresionante! Nosotros dependemos de muchas cuestiones particulares y privadas, y nuestra infraestructura prácticamente no existe. De todas maneras, hay intentos, pero son rengos. Tenemos una pista espectacular en Concordia, que no tiene las estructuras conexas –depósitos, sanitarios, vestuarios, salas médicas...– necesarias para poder realizar la actividad. Ahora tenemos una más completa en el Centro de Educación Física Hugo La Nasa –de Concepción del Uruguay–, la cual tendrá un estadio y pista del primer mundo, y han puesto algunas dependencias pero faltarían otras. Se han hecho obras en todo el país pero siempre rengas y a veces en lugares... En Mendoza, la pista de atletismo y la cancha sintética de hockey están linderas al estadio, pero está a 10 kilómetros de la ciudad. No digo que no sea bueno hacer una pista sintética en Comodoro Rivadavia pero tenemos que ser conscientes de que hay un viento promedio de 20 kilómetros –como mínimo– todos los días del año. Todas esas obras requieren de personal que las cuide y docentes que trabajen. Las pistas son infraestructura con un vencimiento de 10 a 14 años, entonces hay que prever el reacondicionamiento.

—¿Las entidades son consultadas para el diseño de estas decisiones?
—Hay poca participación o ninguna. En una época había una Dirección Nacional de Educación Física pero ahora es muy difícil llegar a Educación, desde Deportes –si bien el Ministerio es de Educación y Deportes. Todavía no se ven acciones conjuntas y sostenibles; tenemos que generar un modelo de hacer cosas.

—¿En qué estás enfocado actualmente?
—En los chicos que tenemos en el parque; el año próximo son los juegos olímpicos –que se organizan en Argentina y tenemos tres proyectos que pueden llegar a estar en el equipo. Tratar de que mejoren su rendimiento los chicos que viste entrenar hoy (por el viernes 14) y ver de qué manera ayudamos a que Germán Lauro tome la decisión más correcta en cuanto a su futuro deportivo. Tratamos de seguir aprendiendo y disfrutando de la buena actuación en el último sudamericano de Adultos, la buena actuación que están teniendo los chicos que están en Kenia en el Campeonato del Mundo de Menores –donde hemos tenido tres finalistas. Estamos con muchas expectativas con Ailén Armada –que suele entrenar acá y esta semana está en el Campeonato Panamericano junior –en Perú. Esto es permanente.



***
Las impensadas fronteras del esfuerzo humano y la realidad


Alfonsini valora positivamente la tendencia actual de la International Association of Athletics Federations de revisar todos los récord mundiales ante la posibilidad de haber sido logrados en condiciones de dopaje. "¡Cuán grande es la decepción cuando vemos que algunas marcas se logran de manera artificial!", se lamenta el entrenador.

—¿Qué es lo más novedoso o revolucionario que ha acontecido en materia de entrenamiento, nutrición, tecnología, psicología –entre otros aspectos– desde que estás vinculado con el atletismo?
—Hay muchas cosas: algo que fue evolucionando fueron las técnicas de ejecución, las cuales a medida que apareció la Biomecánica –algo tecnológico– permitió obtener mejores resultados. En cuanto a la infraestructura, la construcción cada vez más avanzada y con elementos más útiles a la ejecución técnica de los elementos, y las pistas, generó un avance importante. En cuanto a los sistemas de entrenamiento, han evolucionado pero quizás sea lo que menos lo ha hecho. Los ejercicios de fuerza siguen siendo más o menos los mismos, los sistemas podrá atender a aspectos más estructurales o nerviosos o neurales en cuanto a la fuerza, pero no son grandes cambios en los últimos 20 años. En los trabajos de resistencia, lo que más ha cambiado es la intensidad por sobre la cantidad. Antes, un maratonista hacía 300 kilómetros por semana, y hoy hacen bastante menos pero más rápido. Está todo lo que tiene que ver con la interdisciplinariedad –Psicología deportiva, Biomecánica, Nutrición, Kinesiología, Medicina, Farmacología, el análisis del movimiento, la preparación física– con la cual se aborda el entrenamiento y es un cambio sustancial Un capítulo oscuro permitió en una época resultados impensados, que tiene que ver con ir más allá de lo que puede dar el cuerpo humano.

—El dopaje.
—La farmacología, en torno a la cual hay una lucha encarnizada en cuanto a que está primero.

—¿Se puede concebir el deporte de alta competencia sin dopaje? ¿Tu opinión sobre el dopaje libre, en un futuro posible?
—Tenemos que entender que rol cumple el deporte de alto rendimiento en la sociedad: es un show, un espectáculo. Como tal la importancia económica que tiene es trascendental. Como a todo empleado, se le exige que rinda más y que cada vez esté más tiempo rindiendo más. Si bien el ser humano es la máquina más perfecta que existe, no es una máquina en términos tan absolutos. A veces se recurre a ayuda exógena para poder sostener ese show y ésa es la industria de la Farmacología. No solamente pasa en el deporte sino que también hay que hablar de Medicina y salud, y ver cómo se juega y especula con cada uno de nosotros. Hay que tener claro que eso –desde el punto de vista deportivo– es trampa.

—¿Aunque lo hagan todos?
—Por el momento, hay muchos que no lo hacen, o porque no tienen las posibilidades económicas, nunca fueron tentados o porque su filosofía y su ética se los impide. Mientras no esté legalizado, es trampa. Aquellos que obtienen rendimientos superlativos haciendo trampa, deben ser castigados, porque si no se desnaturaliza la cosa. Lo lindo de esto es ver hasta dónde el ser humano –en su esencia más pura– puede desafiar sus límites funcionales, fisiológicos y hasta la física misma. ¿Cuán rápido podrá correr una persona? ¿Cuánto podrá impulsar un implemento para que viaje a qué distancia? ¿Cuán alto o lejos podrá saltar? Cuán grande es la decepción, después, cuando vemos que se logran de manera artificial. En la actualidad hay una tendencia de la IAAF (International Association of Athletics Federations) a revisar todos los récords del mundo y desde 2005 se comenzaron a guardar las muestras, las cuales están siendo revisadas.

—¿A primera vista en una pista podés darte cuenta de alguien que está dopado?
—Sí, a simple vista, por la estructura física...

—Me refiero a las posibilidades de rendimiento al momento de competir.
—Hay rendimientos que son muy sospechosos, como en gente que no estaba en determinado nivel y sorpresivamente da un salto cualitativo demasiado importante. A veces, te das cuenta por el mismo estado en que se encuentra mientras compite, demasiada adrenalina y euforia. El tema es que hecha la ley, hecha la trampa. Así como se avanza en detectar las sustancias prohibidas, también hay una carrera para que no sean detectadas. Pero se está haciendo una lucha titánica que me parece muy bien. Incluso Argentina tuvo que actualizarse y el caso más reciente es el del fútbol. Eran controles permisivos, ahora se actualizaron los métodos y la tecnología, y comenzaron a aparecer problemas con sustancias prohibidas.



El fenómeno Bolt


—¿Qué atletas te han fascinado?
—Estuve presente en dos momentos históricos del atletismo: uno en Beijing, cuando Usain Bolt hace el récord del mundo. Si bien para nosotros el atletismo es un deporte precario, en ese estadio había 105.000 personas. Cuando sonó el disparo era un griterío ensordecedor y cuando ganó, ni hablar. Lo conocí en Sherbrooke –en 2003, cuando era menor y solo corría 200 metros. Se arrimó a jugar con unos chicos que estaban en una colchoneta.

—¿Se entiende algo más al verlo en persona, en cuanto a la relación de su estructura corporal con la velocidad?
—La lógica dice que una persona longilínea en la curva no podrá correr demasiado porque al tener el centro de gravedad muy alto, se irá hacia afuera y la fuerza centrífuga lo seguirá sacando. Pero una vez que entre a la recta... agarralo. De abajo no será tan rápido porque al tener palancas más largas, en cuanto a sus reacciones le costará tener más frecuencia. ¡Olvidate; nada de eso pasó! Rompió todos los récords en ese torneo y a partir de ahí hubo un cambio de biotipología de los corredores de velocidad: pasaron a ser más longilíneos y menos musculados –también les cayó el doping. Ya no era una estructura del tipo Ben Johnson –de 1.74 metros, más ancho que alto–, quien hacía 350 kilos en sentadillas profundas. Fue algo imponente verlo a Bolt. Faltando 20 metros bajó los brazos y dejó de coordinar su movimiento con las piernas, entonces se hizo una especulación sobre en cuánto tiempo menos hubiera podido correr. Corrió en 9,69 y ese estudio decía que podía correr por debajo de 9,60. En el mundial de 2009 –en Berlín, donde tuve la fortuna de estar– corrió en 9,58.

—¿Cuál es el factor que hace la diferencia?
—Genética y nacer distinto.

—¿Otro atleta?
—Tuve la posibilidad de charlar con Yelena Isinbáyeva –en Italia, antes de los Juegos Olímpicos de Beijing– y es una persona excepcional. Una referente del deporte ruso que luchó mucho por su pueblo. Llevó el salto con garrocha arriba de los cinco metros y batió el récord del mundo. Soy un apasionado del lanzamiento de martillo y también estuve con el poseedor del último gran récord del mundo –86.74–, Yury Sedyj, quien vino a Santa Fe a dar una clínica. Fue una semana de compartir una experiencia fascinante, fue estar con dios. En Beijing entré al desfile con Santiago Lange y en Río me había emocionado hasta las lágrimas verlo ganar la medalla de oro, porque es un luchador. Miré y "los vi sentado en la tribuna" –y me emociono hasta hoy– a Erwin, La Gallega y mi viejo. No pude dejar de llorar, vino Oberto y me dijo "¿se emocionó profe?".



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