Insólita, incomprensible, desesperante la realidad que viven miles de paranaenses que utilizan el servicio público para sus actividades cotidianas. La perplejidad y el desconcierto de los usuarios se multiplican junto a un casi total estado de indefensión, por indiferencia, desinterés y conveniencia de todas las partes de la comunidad.
La triste sensación de que a nadie le importa nada
Foto UNO
Pasan los días, y del mismo modo que en algunos ya se naturaliza la falta de servicio, para otros adquiere un tono dramático, particularmente para los pasajeros y los trabajadores que ven cómo se dilapidan sus ya magros ingresos, sus tiempos y su calidad de vida. Tampoco parece dimensionarse el impacto en la educación. Anoche, un giro de dinero de la Provincia pretendió destrabar la situación, luego de 11 días; se concretó previo a tres días sin bancos, que permitan acreditar los saldos salariales pendientes de los trabajadores.
La falta de resolución, de acuerdos mínimos, de diálogo para alcanzar soluciones muestra también el reflejo de un estado de la sociedad. En esas partes de una comunidad disociada, algunos esconden sus verdaderos intereses, otros juegan con fuego, hay quienes no asumen responsabilidades, y finalmente hay una “masa” que no exige ni demanda.
Las comparaciones son odiosas, pero a veces necesarias: ¿qué ocurriría si Buenos Aires, Córdoba, Rosario o Santa Fe –por citar ciudades de la Región Centro, que integra Entre Ríos– pasarían más de 10 días sin servicio público? Aquí, en todo este tiempo, la movilizada y hoy única defensora de los usuarios, la Asamblea Ciudadana, no logra reunir en sus convocatoria siquiera un 1% de los 100.000 pasajeros diarios del servicio.
Esta indiferencia, desinterés comunitario y falta de empatía con el vecino, se replica a diario.
En Paraná hace rato hay una grieta que no es ideológica, sino cultural. En cada problema urbano, en cada conflicto barrial, hay culpas repartidas.
A algunos, claro está, les caben las mayores responsabilidades, como a las autoridades en el conflicto del transporte. Pero la realidad pinta un perfil medio del ciudadano paranaense. .
Somos quienes nos rendimos ante el respeto y buen funcionamiento del tránsito en otras ciudades, pero acá estacionamos en doble fila u ocupamos espacios no permitidos, para no tener que caminar 100, 200 o 300 metros. No importa si eso afecta a otros, o hace colapsar la circulación vehicular, o impide el paso de ciclistas, motociclistas o automovilistas.
Hay falta de valores de convivencia en comunidad, de respetar al otro. Arrojar podas de árboles y hasta materiales de construcción en los contenedores, es un clásico paranaense. O vaciar la bolsa con la basura, y dejar todo suelto en ese depósito. Cuesta entender, con tantos ejemplos cercanos, que en la Paraná del siglo XXI no se pueda avanzar mínimamente en la separación domiciliaria de residuos.
Falta agua, y siempre hay quienes están lavando el auto o regando el pasto.
Hay, como en el mundo, una creciente conciencia sobre los derechos de los animales, pero es casi nula la responsabilidad sobre esa tenencia: nadie sale con palita y bolsa; más aún, dejan sueltos los animales en plazas y paseos públicos, pese a la presencia de niños. “No hace nada”, es la respuesta del dueño, ante el susto de algún infante, que se sorprende ante una mascota más grande que él. Hay una larga lista de más ejemplos de desinterés por el otro, como el descuido de los arroyos, la ocupación de la vía pública, el cruce de semáforo en rojo, la indiferencia frente a la pérdida o desaparición de instituciones deportivas, entre tantísimas otras.
El interés común está casi ausente, con las excepciones –que siempre las hay– de trabajos y proyectos con compromiso comunitario. Incapaces de resolver situaciones, hay una triste sensación de que a nadie le importada nada. Esa misma que se observa en tantísimas acciones diarias, se replica en el conflicto del transporte público. Eso nos define como sociedad, y nos da cuenta de por qué es tan difícil en una Paraná postrada hace tiempo, desarrollar un proyecto colectivo social de progreso que tanto añoramos.