En la Argentina se están viviendo momentos muy difíciles, donde aplicar la letra fría de la ley sin mirar el contexto es caer en soluciones parciales que pueden menospreciar el fondo de la cuestión.
La decisión entre elegir y defenderse
Por Javier Aragón
Por estas horas recrudece el debate con la situación del jubilado entrerriano –que vive en Quilmes, Buenos Aires-, quien mató a un delincuente que lo asaltó.
Al mirar simplemente un video, se observa a un hombre que corre y cae, y a los pocos segundos, otra persona que supuestamente le dispara y lo mata.
Verlo así, es sencillo: un homicidio. Matar a un hombre sin defensa.
Claro que convendría no quedarse con esa foto, y ver la película entera. El matador era una persona que había sido asaltada tres veces en una noche. El entrerriano fue torturado, amenazado, brutalmente golpeado, y muy afectado trató de defenderse de los delincuentes que le robaron y casi le quitaron la vida.
Los familiares del delincuente –que tiene severos antecedentes-, reclaman justicia y la detención del jubilado. Así, aparecen otros grupos que siempre están en defensa de los delincuentes, sin siquiera saber a veces cómo están las víctimas, sin acercarse para darles una mano y una contención.
Esto que decimos para nada convalida la represión o el uso de armas de fuego a diestra y siniestra. Sólo intentamos buscar un equilibrio mirando el contexto.
El entrerriano, tornero, trabajó toda su vida. No conoció otra manera de ganarse la vida; no esperó la ayuda oficial o el maná del cielo. No se caracteriza por ser de ese sector cada vez más amplio en la Argentina, de los que ni estudian, ni trabajan.
El abuelo, brutalmente agredido, habló con el corazón: “No nací para matar a nadie, no soy un delincuente, pero les doy las condolencias a los familiares de la persona que murió”.
Qué se hizo desde la Justicia, imputarlo del delito de Homicidio calificado por el uso de arma de fuego, y se intentó desde un primer momento meterlo preso. Frente a la presión pública, al entrerriano se le dictó la prisión domiciliaria.
Cinco delincuentes le entraron para torturarlo, uno de ellos había sido beneficiado con la salida de las cárceles por los problemas de Coronavirus. Medida impulsada, entre otros, por el secretario de Derechos Humanos de la Nación.
Hoy, algunos sectores pretenden ver la foto: el jubilado reaccionó y mató al asaltante. Pero, ¿ocurrió eso verdaderamente?
La posición de una Legítima Defensa comienza a tallar, partiendo del sentido común y de la necesidad de dejar de lado las ideologías para el tratamiento de las causas.
En la Argentina, la dirigencia política y los funcionarios del Poder Judicial han llevado a este presente de inseguridad e impunidad, donde los únicos que tiene derechos son los delincuentes. Las víctimas, bien gracias. Cuando no deben penar por los pasillos de tribunales para que se logre “Justicia”.
En definitiva, todo sería más fácil con dos preguntas. Señor jubilado, ¿usted qué estaba haciendo en su casa al momento del hecho? Señor delincuente, ¿usted qué fue a hacer a la casa del jubilado y qué le hizo?
Es obvio que no se debe permitir la matanza de nadie, pero en la situación de salir a provocar la desgracia, el delincuente eligió y optó por entrar a asaltar, torturar y agredir a una víctima; en ese revoleo, uno terminó muerto y los restantes fugados.
El jubilado, ¿qué eligió? Nada, solo defenderse.
La Justicia una vez más tiene la palabra. Es su deber proteger a las verdaderas víctimas y analizar las conductas, por supuesto, y teniendo en cuenta los seguros atenuantes, las situaciones que podrían justificar en alguna medida la acción del entrerriano.
Finalmente, sería interesante saber si los opinadores ideologizados piensan lo mismo desde la teoría a la hora de hablar de la situación del delincuente muerto. ¿Dirían lo mismo si sufrieran en carne propia, o en un familiar, un asalto violento, un robo, una violación? ¿Seguirían cuestionando sólo al entrerriano que salió a defenderse?