Este lunes Evo Morales y su ex-vicepresidente Álvaro García Linera regresaron a tierras bolivianas luego de 364 días de exilio. El expresidente y trabajador rural de origen aymara, cruzó caminando el paso internacional que une La Quiaca con Villazón. Lo despidió el presidente Alberto Fernández del lado argentino. Lo recibieron trabajadores mineros del otro lado de la frontera. La escena es, sin duda, una imagen que muy pronto se convertirá en símbolo.
El regreso de Evo Morales a Bolivia
Por Alfredo Hoffman
Los acontecimientos del futuro dirán qué historia contará esa foto: si será la historia de los pueblos de América Latina gobernados nuevamente por fuerzas populares –lo que la derecha llama “populismos”– o si será la historia de nuevas frustraciones.
Lo que seguramente cuenta la imagen, hoy por hoy, es lo que el propio Morales dijo antes de cruzar la frontera: “No dudaba que iba a volver, pero no pensaba que iba a ser tan pronto”. El expresidente estuvo un año fuera de su país tras sufrir un golpe de Estado y regresó con un gobierno de su partido electo por la gran mayoría del pueblo boliviano y en un contexto regional que parece empezar a cambiar. Esto significa que las experiencias neoliberales en el continente no parecen haber tenido la duración que se pensaba, o al menos las que supieron tener en otras épocas no muy lejanas, como la década del 90.
Evo Morales era un oasis en el desierto. Su gobierno se mantenía vigente por decisión de la ciudadanía boliviana, mientras alrededor los electorados de otros países viraban ideológicamente o se sostenían a duras penas en sociedades polarizadas y con cuestionables respuestas a las pretensiones de intervenciones extranjeras.
La victoria de Mauricio Macri en Argentina en 2015 fue parte de una restauración que parecía con ímpetu suficiente para prolongarse en el tiempo. Sin embargo, fue el primer presidente argentino en ejercicio en presentarse a una reelección y ser derrotado. Y además fue en primera vuelta. En las urnas, la decisión popular fue en contra del proyecto de Juntos por el Cambio, que al cabo de cuatro años había aumentado la pobreza, la desocupación, la inflación, las tarifas de servicios públicos y el endeudamiento, y no había cumplido con sus promesas de “pobreza cero”, respeto por las instituciones y acabar con la corrupción.
La llegada al poder de Jair Bolsonaro en Brasil, tras ganar las elecciones de 2018, también había significado un avance de la derecha que parecía consolidarse a nivel regional. Bolsonaro es la expresión más extrema de estos sectores: apologista de las dictaduras, homofóbico y racista. Luego vino el golpe en Bolivia y Evo Morales, que resistía, fue obligado a exiliarse y en su país se impuso de facto un nuevo gobierno sin el aval de las urnas.
El panorama era próspero para esas fuerzas políticas enfrentadas al llamado populismo. Pero esta avanzada tuvo un freno con la derrota de Macri en Argentina y ahora con el regreso al gobierno del MAS en Bolivia. La imagen de Evo y Fernández en La Quiaca resume esta nueva etapa.
Morales agradeció reiteradamente a Alberto, antes de cruzar la frontera, el haberle dado asilo en Argentina. “Especialmente agradezco al presidente Alberto Fernández, me salvó la vida, y eso nunca lo voy a olvidar. Muchas gracias hermano presidente”, dijo emocionado. La foto también habla de eso.
La historia dirá de aquí en más qué hacen los dirigentes sudamericanos con estos acompañamientos que sus sociedades les dan. Dirá también si saben interpretar el mandato de sus votantes y si se esfuerzan por no repetir errores.
Una de las tareas fundamentales en nuestros países es disminuir los niveles extremos de polarización política, que bloquean la posibilidad de consensos que fortalezcan la resolución de las diferencias dentro de las reglas de la democracia.
Mientras tanto, el presente es el de esa escena que quedó congelada en la frontera entre Argentina y Bolivia. Esa postal que refleja el final de una injusticia que era una herida abierta en América Latina