Un realizador audiovisual de la capital provincial lo definió como un defensor de los débiles con rasgos de antihéroe, que se compadecía con los sufrientes y por eso sus constantes peleas callejeras, a la par que un importante referente y estudioso del rock establece algunas semejanzas con el mismísimo Tanguito –José Alberto Iglesias– mítica figura del rock nacional. Quienes lo detestaban lo describen como un "chico bien, del centro" –lo era, ya que su padre incluso lo sostuvo económicamente tras haberse casado–, pendenciero y fanfarrón. Lo cierto es que más allá de ir moldeando el personaje según sus necesidades, fue auténtico.
Luces y sombras de un antihéroe pendenciero, por la ciudad careta
Vicky Fernández hizo de las calles de la capital el mejor escenario para sus puestas en escena, que no pocas veces terminaban escandalosa y violentamente. Un boxeador muy especial dentro de un féretro y un cultor del rock a su manera
14 de noviembre 2017 · 12:29hs
Desde lo geográfico fue un "chico bien" porque vivió su infancia en calle San Juan –entre Andrés Pazos y Uruguay– no obstante su gusto por transitar los márgenes cuando ya tuvo vuelo propio y hasta el día de su propia muerte, donde solo las sombras iluminaron su cadáver maltrecho.
Víctor Manuel Vicky Fernández –nacido el 9 de julio de 1960, bajo el signo de Cáncer– desplegó luces y sombras como las de cualquiera de los mortales y por eso le caben varios calificativos como los de provocador, divertido, ganador, buen mozo, atrevido, encarador, compadrito, problemático, matón y con una actitud siempre dispuesta a aguantar –incluso contra varios contrincantes. Eran tiempos en los cuales la estética del varón fuerte y machito cotizaba altamente. Le gustaba prepear y era su ventaja táctica en la pelea.
Su histrionismo en los ámbitos en que se hacía presente –especialmente los festivos de la época y otros lugares clásicos– provocaba que tanto la luminosidad como lo sombrío se potenciaran, generando instantáneamente admiradores y detractores.
El militante socio-ambiental Horacio Enriquez –quien fue amigo por la relación de sus respectivos padres y vecino– consideró que "tenía una actitud si se quiere política de transgresión porque –cuando lo conocí– era durante la dictadura; era una especie de Robin Hood, que buscaba los bordes y lo marginal".
El sueño de actuar
En la infancia –como cualquier niño de su época– le gustaba andar en bicicleta, remontar barriletes o jugar a la escondida con sus amigos; con los años aparecería su afición por la guitarra, componer canciones, y su incipiente histrionismo lo hacía soñar con convertirse en un actor comediante –seguramente para superar su extremada timidez.
Claro que esas inclinaciones "actorales" no abundaban tanto en las tablas sino que las puestas en escena podían darse en cualquier lugar de la pacata ciudad –y por eso llegó a convertirse en una leyenda urbana–, ya sea disfrazado de cura –"dando su bendición"–, conduciendo un carro en pleno centro, entrando a caballo al mismísimo bar Flamingo u orinando desde una terraza sobre las cabezas de quienes salían del trasnoche del cine Rex.
"Cada una de sus locuras la vivíamos como un drama", reconoció su hermano Gustavo –arquitecto–, quien se negó a mantener una charla periodística para esta nota, al igual que a contestar preguntas que solicitó por escrito, vía correo electrónico.
Su fuerte no fueron los estudios –ya que a duras penas logró concluir la Primaria, mientras que su madre, Nilda Macchi –funcionaria de la Municipalidad– le enseñó a leer y escribir. Solía volcar su aspecto tierno en el cariño hacia los animales y de lo que no hay dudas es que fue auténtico consigo mismo: "el que aspira a parecer, renuncia a ser", escribió alguna vez.
Su padre –Manuel, conocido como "Manolo", exsecretario de la Cámara de Senadores durante el gobierno de Juan Carlos Cresto– siempre lo ayudó económicamente, incluso le compró un hotel para que lo administrara –lo cual hizo durante pocos meses. La constancia en el trabajo no era la capacidad más desarrollada de su hijo, aunque supo ejercer el oficio de zapatero con cierta dedicación. Tal vez por esa comodidad garantizada, tampoco sus preocupaciones materiales figuraban entre las prioridades, y así pensaba que la riqueza no se mide "por las cosas que posees" sino "por aquellas que no cambiarías por dinero".
Del centro y por los bordes
Hincha de Independiente y lector del Martín Fierro, vivió en la Paraná de hace 40 años cuando algunos ritmos y hábitos sociales diferían bastante de los actuales: el "centro" estaba muy definido y concentrado en el bar Flamingo, calle San Martín se recorría en auto y las aggiornadas "vueltas del perro" tenían un formato de vidriera para que los jóvenes se mostraran y sedujeran. En un ejercicio de imaginación, se lo puede presentar en la confluencia de calles San Martín y Urquiza, con su fuerte presencia física y luciendo su personaje. Luego, cuando aquella calle se peatonalizó, recorriéndola.
En esa sociedad fue uno de los más visibles y dividía aguas: para los del centro se trataba de un marginal y transgresor, y para los de los bordes, uno de ellos, a quienes no pocas veces facilitaba su ingreso a lugares y circuitos sociales que de otra forma no hubieran accedido, considerando la matriz conservadora de la sociedad capitalina. Sobre esa dualidad social –donde no resultaba demasiado fácil correrse de los mandatos sociales– circulaba con comodidad y decisión –incluso en tiempos de la dictadura cuando había que animarse a ciertas transgresiones.
¿El Tanguito paranaense?
"Con Jorge –a quien admiraba y mencionaba como "maestro"– se querían mutuamente bien –amén de las diferencias, porque mi hermano era estudioso, disciplinado y trabajador. La relación –iniciada en la adolescencia– se basaba en encuentros nocturnos, ya que también le gustaba vivir, escribir música y salir de noche", comentó Ernesto Mockert –hermano del destacado músico fallecido–, quien lo describe como "un tipo muy noble de corazón, sensible, respetuoso, buenudo y un músico en potencia.
Integró varias bandas –entre ellas Trío de Rock– con un protagonismo dentro de determinado circuito "border", bares de avenida Laurencena y Ramírez, en calle San Juan, y La Capilla, de calle Saavedra, entre otros, aunque en los 70, el circuito nocturno no tenía tantas "bocas de expendio" más que cuatro o cinco.
"En los 80 veía en nosotros lo que le hubiera gustado ser –continuó el exintegrante de Madrediablo, Magma y El Puente– pero no hizo una elaboración hacia la resignación o el resentimiento –propio de nuestra ciudad– sino una empatía".
Así se refirió al respeto por el talento del notable compositor y músico, desconociendo –aunque no descartando– que en alguna de esas noches hayan hecho algo musicalmente juntos.
"Conmigo la relación fue más distante porque yo era más grande y Jorge era más extrovertido que yo, pero con Vicky nunca tuve una experiencia mala", añadió.
Otros –incluso la propia esposa de Vicky– consideraban sus cualidades musicales como "un desastre"– lo cual no amilanaba su deseo por acariciar la guitarra para acompañar letras que por sí solas hablaban de su "vuelo creativo", mientras que la forma de vestir y algunos detalles de cadenas, vincha y pulseras denunciaban claramente su predilección por el rock pesado. Era un excéntrico y su desafío cotidiano era crear algún espectáculo.
En los albores de la restauración democrática y ya entrados los años de libertad, el ambiente de la "movida" paranaense pasó a concentrarse en las peñas universitarias, de la escuela Normal y boliches emblemáticos como La Belle Epoque, Borboleta y Natacha, entre otros, bares como Los Alpes y Aloa. Prefería aquellos encuentros que le permitieran sacar a relucir sus dotes "artísticas" o la posibilidad de un escándalo o pelea, como las peñas en las facultades o bailes estudiantiles y en el Club Apren, Avenida Ejército y Olimpia, al igual que otros bares –entre ellos los varios que funcionaron en el excine Avenida–, en la zona del Mercado Central y del Puerto, en Urquiza y Salta, los de calle Gualeguaychú, Café París –con música en vivo–, bodegones, garajes convertidos en puntos de encuentro y cabarets como Azúcar.
Las reuniones multitudinarias también eran propicias para iniciar alguna gresca, como en la Toma Vieja o los encuentros en la siesta y por la noche en el Thompson, donde confluían grupos rockeros y hippies, incluso de otras ciudades del país que solían pernoctar en el camping durante varios días.
Ese fue un fenómeno durante los años 70 y gran parte de los 80, propio de una cultura border no muy refinada musicalmente aunque sí con una identidad delineada.
Escribió sus propios temas con la inspiración de clásicos como The Beatles, entre ellas El cura falopero, Damajuanas luminosas y Clítoris, con el siempre presente deseo de emular a sus grandes ídolos.
Otros de sus "faros" musicales fueron Vox Dei, Riff y Pappo, con quien compartió una cena en el desaparecido bar Victoria, luego de un recital que ofreciera la otrora figura y precursor del rock pesado argentino.
"Tocaba con su viola un hard rock poderoso pero reconocía otras corrientes más elaboradas musicalmente", analizó Mockert quien destaca la creatividad e imaginación "a flor de piel", que no encauzaba en un formato serio pero se acompañaba con el desenfado propio para ser "artista" garantizando, siempre, alguna sorpresa porque no se sabía lo que haría.
El historiador del rock local –quien establece ciertas comparaciones con Tanguito (autor de La Balsa)– argumentó: "Tanguito también fue un mito inflado que se necesitaba en ese momento cuando comenzó a escribirse la historia del rock argentino, aunque fue permanentemente despreciado. Mientras que Vicky también tenía una vida normal, Tanguito no, ya que fue un personaje marginal, hippie, bohemio y antisistema. La coincidencia viene por el lado de decir que el mito urbano del rock paranaense –tal vez con cierto fórceps– es él, con el inconveniente de que no tuvo la suerte de encontrar pares para desarrollarse y generar una química que lo motivara a la evolución".
Su afición –que incluso lo llevó a vender un anillo de compromiso para comprar una guitarra– hacía que elaborara estrategias para estar en los festivales de la Alternativa Musical Argentina, en los cuales solía brindar sus "servicios de seguridad". "Era sobreprotector con quienes quería", recuerda sobre esos festivales la profesora de danza Nora Aracil.
Ring, riñas y caballerosidad
Practicó el boxeo entre 1988 y 1995. "La primera vez que lo vi pelear fue contra Luciano Rodríguez –de Villa Mabel– en un festival de los barrios en el Club Paraná –donde mi viejo (Luciano Amatti)– lo entrenaba. Era la pelea de fondo, una gran atracción porque lo seguía mucha gente y además venía volteando varios muñecos", apuntó Esteban Pepo Amatti, hijo del destacado promotor y creador de figuras boxísticas.
Regularmente llegaba con su bolsito cargado de vendas y toallas, y se sometía al duro trabajo del entrenamiento sin provocar ningún desorden, salvo típicas ocurrencias como la de presentarse con los labios pintados e intentar besar a su entrenador por "estar enamorado" y "amarlo", lo cual rompía la seriedad de un ámbito tan poco propenso a demostrar esas "debilidades". En cambio, cuando alteraba la regularidad en la asistencia, era porque el alcohol había hecho su parte: la única vez que llegó borracho, Amatti –sin miramientos– lo mandó a su casa y Vicky pidió las disculpas del caso.
Su talla de grandote respondía a la de peso pesado y cuando su derecha entraba, hacía estragos en el rival.
Con el ingenio de la calle a flor de piel, aprovechó su trabajo en Lampertti para que la empresa fúnebre fuera su "auspiciante". De esa forma le facilitaba un féretro y el personal del servicio –pulcra y discretamente uniformado– lo llevaba en su interior hasta el ring, desde donde surgía con su sombrero tipo cowboy, bata y lentes oscuros. Mientras los asistentes hacían ese trayecto, se escuchaba el aliento de los simpatizantes que lo ovacionaban. Otras veces, "protagonizaría" a Drácula y las tribunas repletas del Club Olimpia festejarían a rabiar su ocurrencia.
"Su estilo era pura joda; a veces se bajaba los pantalones y mostraba el culo. Era un show", recordaron algunos asistentes de aquellos memorables festivales de los barrios entre cuyas jornadas sobresalían las de "Sensación de pesados" –categoría en la cual fue campeón.
"Un día lo vi en el camarín –antes de pelear– fumando un habano y tomando cerveza con quien sería su contrincante en pocos minutos", rememoró Amatti.
No obstante su personalidad inclinada a algunos excesos, logró entusiasmarse por temporadas con el rigor del gimnasio –donde permanecía regularmente unas dos horas–, y también transitó las sombras de este deporte. "Entré al vestuario en el Club Paraná y se estaba inyectando algo, tal vez un estimulante", reveló un exanimador de aquellas veladas, quien opina que no progresó en el deporte por su inconstancia.
"Lo íbamos a ver varios –aunque no me atraía ese deporte– y lo disfrutaba como un show y fenómeno antropológico. Era una estrella a su manera, aunque pareciera incluso decadente y bizarro. Esas noches eran surrealistas", aportó Enriquez, quien luego fue vecino en la zona del Thompson.
"Había un muchacho imbatible, que era un animal, un loco de la guerra que lo quería pelear –(Miguel Ángel) Tarimba Celentano–, pero Vicky no se animaba", acotó otro concurrente a los recordados festivales.
Claro que su demostración de fuerza y pugilismo no quedaba circunscrita al ring. "Todas sus riñas callejeras estaban justificadas", defendieron a su favor, algunos, mientras que quienes lo detestaban le imputan que "era un hijo de puta; te cagaba a palos por cualquier cosa". Efectivamente, cualquier cosa podía ser el disparador para sentirse amenazado o molesto, y de ahí pasar a la "acción directa", que más de una vez terminaba en verdaderas trifulcas con intervención policial incluida, la cual solía dejarle sus marcas físicas tras las brutales palizas que solían propinarle los uniformados.
A veces, tras esos "encuentros", desaparecía de los lugares habituales por algunos días, hasta reaparecer con barba crecida para disimular heridas y hematomas. En paralelo, abundaban las versiones –que fueron imposibles de corroborar– sobre su relación con dicha institución en cuanto a desempeñarse como informante, y quienes la sostienen argumentan la impunidad con que se movía en una época en que sus integrantes hacían sentir el especial rigor para mantener el orden y control callejero. Sólo un conocido de la familia –fallecido hace unos pocos meses– sostuvo enfáticamente la existencia de dicha relación.
"Una vez lo encaré –dijo Edgardo Willich, reconocido artista marcial paranaense y cinturón negro de kung fu–, le pregunté qué le pasaba con mi novia y me pidió disculpas, porque le había hecho un lance. Desde ahí en más siempre me miraba de reojo. Se hizo famoso pegándole a los inválidos", remató con cierto desprecio el fisicoculturista, quien describió que cada vez "estaba más alcohólico y se lo veía raro, como en su propio mundo".
Lo cierto es que cuando bebía se transformaba: la mezcla de alcohol –generalmente vino, sangría o ginebra–, con antidepresivos, eran una combinación explosiva con efectos ciclotímicos para su personalidad, ya que también podía llevarlo a la docilidad completa y romper en llanto. Llegó a tratarse por su adicción creciente aunque sin mayores resultados, y con cada recaída, los problemas se potenciaban. "Se me escapaba", lamentó su exesposa, quien reveló que "con el primer hijo –cuando había deseado una nena– no le caía la ficha de su rol de padre. No obstante, amaba a sus hijos y reconocía que eran lo más grande que había tenido".
Hoy, su hijo Facundo, también practica boxeo, aunque consultado si continúa los pasos de su padre, señaló: "Quizás sea una coincidencia, no más. Me gusta esta disciplina, por la adrenalina y el peligro que tiene", el mismo que sentía Vicky cada vez que ofrecía su show. Al momento de su asesinato, sus hijos tenían 3 años y medio, y 2 años y medio, respectivamente.
Una habitué de uno de los bares más emblemáticos de la época destacó sus modales, al decir que "con las mujeres –incluidas quienes fueron sus novias– era caballero, respetuoso, correcto y gentil, lo cual parecía contrastar con su aspecto rudo. Lo veías entrar y su fama lo acompañaba, por ser bravo y temido en la calle. Llegaba solo, se acodaba en la barra –describió– y se encontraba con amigos. No pasaba desapercibido y siempre tenía algo que lo distinguía, por ejemplo si no se usaba chaleco como moda, lo usaba".
"Una vez en un cabaret de calle Almafuerte hizo un desastre. Salió de estar con una chica y no quería pagar. Apareció el dueño, le pegó con un palo, lo sacaron noqueado, lo llevaron y cuando volvió en sí, pidió que lo llevaran de nuevo. Como no quisieron hacerlo, rompió de una trompada un vidrio del auto", rememoró un cliente que presenció el incidente.
"Una noche –en Barajas, un boliche de moda en aquella época– estábamos con el amigo Juan Carlos Mandrake López, sentí que dijeron "lo buscan a Mandrake", salió y recibió un tremendo golpe que le rompió la cara", manifestó un amigo del exdestacado jugador de Echagüe y Recreativo. "Lo llevé a mi casa, tambaleando, le puse hielo en la cara destruida, me dijo que había sido Vicky y que no quedaría así. Pasaron tres meses, se encuentran en Las Piedras, cada uno jugando en una mesa de pool, Mandrake da vuelta el taco, lo midió y casi se lo partió en la cabeza, tras lo cual cayó desparramado en el piso. Tiempo después estábamos con Mandrake en el Flamingo, sale Vicky, borracho, del bar del hotel Paraná, Mandrake lo cruza, Vicky lo para, levanta las manos y le dice "no peleemos, se terminó". Y los dos se abrazaron. No hubo tercera pelea", rememoró el exbasquetbolista Juan Carlos Morichetti.
Diario de la cárcel
Tras recibir una condena por las severas lesiones causadas al conductor de un vehículo, en 1990 fue alojado en la Unidad Penal N°1 de la ciudad de Paraná.
Obviamente que la causa había sido un incidente callejero, en este caso una discusión en la zona de la Costanera –a la salida de un boliche– seguida de una persecución e intercepción de un vehículo.
En la cárcel escribió que "estaba podrido de estar preso por ser inocente", y reconocía que "pasar por alto ciertas cosas, es buena parte de la sabiduría. El peligro es el gran remedio para el aburrimiento", añoraba en el encierro mientras místicamente reflexionaba que "el cristianismo podía ser bueno si alguien intentara practicarlo".
En la celda número 10 consideraba que "las leyes inútiles debilitan a las necesarias. La libertad –escribió– primero hay que aceptarla, después planificarla y finalmente, disfrutarla", clasificando a las personas como "aquellas que se elevan" y "aquellas que se inclinan".
Uno de sus hijos –Facundo– además del cuaderno donde constan muchas más citas y reflexiones, conserva un ejemplar de la Ilíada, que también supo leer en la prisión.
Casamiento express
Con María Elena Falcón se encontró tras un festejo en la Plaza 1° de Mayo, luego de conocerse el resultado electoral de la fórmula de Mario Moine y Julio Solanas, comicios en los cuales su futura esposa había participado como fiscal –teniendo 23 años–.
Tenía una visión de la política muy elemental, casi deportiva. Era un peronista sentimental, como tantos otros que ese día poblaron y festejaron en el centro de la capital provincial. Una compañera se lo presentó, fueron a bailar a La Fet, se despidieron, las siguió hasta la casa de la amiga y más tarde apareció un compañero de Vicky para hacer algunas preguntas.
A la semana se vieron "casualmente" en la calle y la saludó pero a María Elena no le atraía para nada, especialmente por lo "ordinario" de las letras de sus canciones, alguna de las cuales había escuchado en la Toma Vieja, donde también supo de los escándalos que protagonizaba su pretendiente. Hacía no mucho tiempo que había estado preso, experiencia que le generaba una sonrisa y sin que, aparentemente, lo hubiera marcado. "Estoy en la oscuridad por tomar demasiado", escribió en un cuaderno donde sobresalen citas muy ingeniosas.
Transcurridos dos meses del primer encuentro le propuso casamiento: "Me voy a casar con vos porque sos la única que se plantó para decirme las cosas", le dijo Vicky. Hacía referencia a que le advirtió que si iba a la Toma Vieja, no la vería más, a la par que la joven tomó la propuesta matrimonial como una más de sus originales ocurrencias.
"Les presento a mi novia", dijo con las formalidades del caso ante su familia y el padre no demoró en preguntar cuándo se casarían, lo cual se concretó a los pocos días.
El final: ¿cómo tenía que ser?
La zona donde habitó hasta el último de sus días –la del Thompon– presentaba una mixtura de viviendas marcadas en sus extremos por las de alto nivel económico sobre calle Bravard y en sus "bordes" barrios como El Morro y Puerto Sánchez, con la "escalera de Villalba", a unos escasos metros de donde estaba el bar en el cual fue el comienzo del fin la noche del domingo 18 de agosto de 1996.
Antes, con su señora e hijos, visitó a sus padres, luego cenaron en un comedor de calle San Juan, regresaron aproximadamente a las 22, se quitó la ropa y le pidió a su señora que le comprara cigarrillos, a lo cual se negó porque ya se había puesto un camisón. Tomó su moto y marchó hacia un kiosco cercano, al rato su esposa salió a mirar porque se había demorado, vio que hablaba con alguien que pudo reconocer y volvió a pie, con la moto a la par. Discutieron, la joven se enojó, colocó a los dos niños en el cochecito y le gritó que se iba. Le suplicó que lo dejara ir a jugar al pool solo una hora, en un bar de calle Ramírez, donde también trabajaban prostitutas. Se lo permitió pero le advirtió que si no regresaba en una hora, se iría. Se sentó a ver televisión y antes del tiempo otorgado, la perra doberman ladró con furia, a la par que llegó un agente de Policía.
—María Elena: ¿Qué pasó?
—Policía: Vicky...
—M.E: ¿Qué hizo?
—P.: No, le hicieron.
—M.E.: ¿Lo golpearon? ¿Está en el hospital?
—P.: No, ya era tarde.
La mujer, quien opinó que pudo ser un crimen por encargo a partir del acercamiento de su esposo –que fue encontrado lavando sus medias manchadas con sangre– a la dueña del bar, corrió hacia la casa de Enriquez quien escuchó los gritos desesperados y golpes en la puerta. "No entendía nada –relató– pero me vestí y salí. Me pidió que lo fuera a ver pero yo estaba shockeado. Bajé y seguí hasta una cortada que estaba a la vuelta de casa. No me acerqué sino que lo vi a la distancia. No me animé...", reconoció el ecologista.
Había salido del bar y quienes estaban jugando con él, lo siguieron y aprovecharon su exagerado estado de ebriedad para definir la partida a su favor. Las cadenas, palos y un nunchaku secuestrados a los homicidas durante las detenciones –que durante el juicio oral dijeron no recordar nada–, hablaban de la disparidad de fuerzas. Lo mataron por la espalda tras recibir un golpe devastador en la nuca y luego pasaron con una moto por encima de su cabeza. Por lo único que su esposa pudo reconocerlo fue por la camisa y por los zapatos, pues estaba totalmente desfigurado. Ante algunas versiones de aquella época, la exesposa argumentó: "Si hubiera vendido drogas, yo hubiera quedado bien económicamente y tuve que andar dando vueltas con mis hijos, agregada por todas partes. Además –antes de casarnos– una vez le revolví su ropero en la casa de mi suegra y no tenía nada", aseguró.
La noticia impactó en muchos y tantos otros también pensaron que había muerto en su ley, como correspondía a la idiosincrasia del "justiciero" o "patotero callejero". Rodeado, muchas veces, por un halo de alcohol y violencia.
Como si todas las puestas en escena hubieran sido pocas, Vicky protagonizó los momentos finales en el escenario que mejor le cabía, la calle, aunque en la última función no hubo aplausos, adulaciones, festejos ni rechazos, sino un encarnizamiento feroz –potenciado por el alcohol y las drogas–, incluso después de muerto, lo cual fue observado por un testigo. Fue en un tramo oscuro y sin asfaltar de calle Pedro Scalabrini, y allí el actor –como los grandes sobre las tablas– dejó hasta su último suspiro.
Vicky, en letra y música de tres grandes referentes
Los integrantes de Madrediablo Jorge y Tata Mockert, y Daniel Rochi escribieron y grabaron el siguiente tema de rock, dedicado al personaje.
Fernández
Cuando la vida se despierta a contramano seguro que la noche es parida por las sombras cualquiera es cualquiera y uno solo serás vos el ángel que te cuida descansará solo en el final.
Hay livianos y pesados en esta ciudad la batida es constante para el que no es igual.
Cuando agarraste la viola no te escucharon el "cura falopero" ni las minas facheritas en la calle es preferible mirar pa'l otro arco cuando pite el referí todos gritarán ¡Penal! Cruel realidad, de reojo se te mira, la batida es constante para el que no es igual.
Hoy que perdura tu sombra el tiempo no devuelve una imagen virtual los dientes blanqueando de par en par dibujan la sonrisa de Carlitos Gardel.
No fue parejo el juego, fueron todos contra uno no había otra manera de acabar con esta historia cualquiera es cualquiera y uno solo serás vos la muerte en el pecho no te hizo achicar.
Hay livianos y pesados en esta ciudad la batida es constante para el que no es igual.
La moto en la noche ilumina la cuadra relámpago en seco de dónde vendrá la birra o el tetra y el faso en los dedos saludan al barrio y se pierden con vos.