En Paraná actualmente hay unos 15 puestos de diarios y revistas distribuidos estratégicamente en distintos barrios de la ciudad. Sus dueños, hombres con décadas en el oficio, son los guardianes de una tradición que persiste frente a la era digital y las crisis económicas. Entre anécdotas y una clientela fiel que envejece con ellos, se destacan en sus esquinas, que son mucho más que un simple punto de venta: son un hogar y una trinchera viva de la tinta y el papel.
Vendedores de diarios: memoria, barrio y tinta que no se borra
Daniel y José Luis son testigos y protagonistas de una transformación silenciosa. En tiempos de pantallas los vendedores de diarios mantienen viva una tradición
Por Valeria Girard
Daniel García lleva 30 años al frente de su quiosco ubicado en Artigas y Santo Domínguez.
José Luis Domínguez cuenta con 40 años de experiencia.
En la Argentina de 2025, el oficio de canillita (ese que marcaba las madrugadas con el crujir del papel y el perfume de la tinta fresca) atraviesa un proceso de transformación profunda: adaptarse a nuevos modelos de lectores y a un ritmo de vida acelerado.
Los diarios se aggiornaron, y a los canillitas les toca hacer lo propio. Los quioscos de diarios y revistas, esos escaparates que aún pueblan las esquinas, son mucho más que puntos de venta: son testimonio de un oficio que desafía el paso del tiempo. Ya no congregan multitudes en busca de la última edición de El Gráfico, Billiken o Noticias, pero muchos canillitas eligen reinventarse, porque en eso, los argentinos tienen experiencia. “Siempre estará el grito del canilla, porque es la voz de todas las esquinas del país”, canta Jaime Roos.
Los vendedores de diarios siguen siendo el último eslabón entre los editores y los lectores, y también, figuras entrañables de un paisaje urbano.
El canillita de Palermo
Daniel García es uno de esos canillitas emblemáticos, con 30 años al frente de su quiosco ubicado en la esquina de Artigas y Santo Domínguez, en Paraná. Antes de dedicarse a la venta de diarios y revistas, trabajó durante 17 años en el Banco Entre Ríos, hasta que fue despedido junto a otros 330 empleados cuando la entidad fue privatizada. Durante ese período, también tuvo varios trabajos alternativos: fue cajero en el boliche Treinta y Tantos, conserje en el Hotel City y remisero con un auto que compró con la indemnización.
“La idea de tener un quiosco ya la tenía desde que trabajaba en el banco. Me atraía la posibilidad de tener contacto directo con la gente y, además, un empleo al aire libre, algo que claramente no encontraba en una oficina”, contó Daniel a UNO.
Junto a su esposa, empezó a buscar un lugar para instalarse y en abril de 1996 compraron un quiosco que ya funcionaba en la esquina donde todavía está. El dueño anterior, cansado del rubro, estaba dispuesto a venderlo, aunque al principio desconfiaba del entusiasmo de Daniel, que venía de un mundo bancario.
Al poco tiempo de hacerse cargo, Daniel se dio cuenta de que el quiosco no contaba con una base sólida de clientes y necesitaba “potenciar la esquina” con rapidez. Por eso, adoptó una estrategia que definió como “agresiva”: comenzó a vender diarios directamente en la calle, entre los autos cuando el semáforo estaba en rojo, algo inusual para la época. Los conductores, sorprendidos y divertidos, valoraron su iniciativa, y hasta hoy recuerdan aquella ocurrencia.
El quiosco se convirtió en su segunda casa. “Vi pasar la vida de muchos vecinos de los barrios cercanos. Aquellos chicos que veía ir a la escuela, hoy son adultos y vienen acompañados por sus hijos. Eso me emociona, porque los conozco a todos y siento que compartimos la historia y la vida. Acá me quedé y me quedo porque siento el cariño de la gente. Acá charlamos, nos entretenemos y nos contenemos”, reflexiona Daniel. Es ese vínculo con la comunidad y con clientes de toda la vida lo que los mantiene firmes.
Entre las tantas anécdotas acumuladas en estas tres décadas, Daniel recuerda con especial cariño haber sido el canillita de Martín Palermo. El famoso jugador de Boca era un cliente habitual, ya que en ese momento estaba de novio con la promotora paranaense Lorena Barrichi. Daniel conocía sus gustos y, en más de una ocasión, le llevó personalmente diarios y revistas a la quinta donde se alojaba.
El quiosco se volvió un punto de referencia para los medios de Buenos Aires, que enviaban a equipos de Canal 9 y ATC con la esperanza de que Daniel les avisara cuándo aparecería el futbolista. Sin embargo, él siempre mantuvo la discreción y nunca reveló esa información.
También tuvo como cliente al hermano de la periodista Claudio Rigoli, oriundo de Rosario del Tala pero desde hace muchísimos años radicado en Buenos Aires. A pesar de las dificultades del oficio, Daniel muestra una resiliencia inquebrantable. A pocos años de la jubilación, no tiene intención de dejar su puesto porque “me gusta el rubro” y no quiere “quedar con los brazos cruzados”. Su permanencia es una resistencia consciente que resume con orgullo: “Somos pocos, pero resistimos”.
Esa fortaleza, asegura, la sostiene su fe, que le da la certeza para seguir adelante cada día. Para Daniel, continuar en su esquina no es solo un trabajo, sino una forma de vida activa y apasionada que eligió mantener.
Con 40 años en el rubro
José Luis Domínguez cuenta con 40 años de experiencia en la venta y distribución de diarios, y se lo puede encontrar en la esquina de la plaza Sáenz Peña, entre Carbó e Illia.
“Actualmente son unos 25 canillitas los que venden habitualmente durante la semana y los fines de semana la cifra se duplica”, compartió José Luis con UNO y añadió: “Hace 20 años había casi 200 quioscos funcionando en Paraná”. Sobre la reducción en la cantidad explica: “La juventud ya no lee y los viejos que quedan se van enfermando. Pero hay familias que conservamos como clientes, son aquellas que mantienen el hábito de la lectura”.
Días atrás el Gobierno desreguló la venta y distribución de diarios, revistas y afines en la vía pública. El decreto 629/25, publicado en el Boletín Oficial también habilita que los puestos presten servicios de correo. La normativa disolvió el Registro Nacional de Vendedores y Distribuidores de Diarios y Revistas creado por el decreto 1025. Busca promover un “mercado abierto e incentivar la libre competencia”.
La medida entró en vigencia este viernes 5 de septiembre.
Sobre la cuestión Domínguez fue categórico: “Acá no tiene mucho sentido. Nosotros no tenemos espacio, estamos en la vía pública y además todo eso ya está cubierto por empresas de reparto privadas”. Con una visión pragmática, afirmó que “el movimiento que pueda llegar a tener con eso va a ser ínfimo”.
¿Quién les puso el nombre de canillitas?
En el año 1947, el gobierno de Juan Domingo Perón declaraba el 7 de noviembre como el día del “Canillita”, por ser ésta la fecha de muerte del dramaturgo uruguayo Florencio Sanchéz.
Perseguido en Uruguay por sus ideas políticas (era anarquista) Sánchez viajó a Rosario, donde en 1902 asumió como secretario de redacción de La República, duró poco, ya que cuando los trabajadores del diario entraron en huelga, él adhirió también.
Inspirado por el ambiente periodístico, en sus ratos libres escribió una pequeña pieza teatral, cuyo personaje era un niño vendedor de diarios. La tituló Canillita, conmovido por las piernas flacas de los diarieros rosarinos. Pero también, porque en invierno los veía con las narices chorreando como una canilla.
En el año 1957, en una carta de lectores publicada en el diario La Nación, un señor uruguayo, antiguo distribuidor de diarios, se consideraba el creador del término. Recordaba que a fines del siglo XIX tenía un chico vendedor, hijo de una tal María Canilla. En ocasión de tener que llamarlo desde cierta distancia y no conociendo su nombre, gritó Canillita, luego se corrió la voz para todos los muchachos diarieros.
Primera mujer canillita
Un par de notas periodísticas publicadas años atrás cuentan la vida de María E. de Ísola, conocida en su época como La China María, quien falleció en 1934 a los 82 años de edad. Fue considerada la primera mujer vendedora de diarios, siempre establecida o rondando la esquina de Rivadavia y 25 de Mayo, en Buenos Aires.
Resistencia y reconversión
Daniel y José Luis encarnan juntos una forma de resistencia urbana, pero también representan esperanza y un símbolo de reconversión. Hace algunos años, no era raro ver largas colas a las cinco de la mañana en Cortada Chile y Perú, sede de UNO; o en la calle General Urquiza, frente a la redacción de El Diario. Hoy, el contexto es otro: la información circula en tiempo real a través de celulares y redes sociales. Sin embargo ellos siguen funcionando como un refugio analógico en medio de la vorágine digital.
Muchos de estos “humildes gorriones de los diarios”, como los definió el recordado Horacio Guarany, no sólo atienden sus puestos, sino que cumplen un rol profundamente comunitario. Desde reservar un ejemplar esperado o indicar cómo llegar a un destino, hasta recibir correspondencia, guardar llaves o regar plantas ajenas. En medio de esas tareas, escuchan cientos de preguntas y respuestas, que luego se convierten en relatos. Son un punto de encuentro entre la literatura urbana y la tradición oral, mediada por la fugaz permanencia de la noticia impresa.
Sin perder su esencia de informadores, resisten adaptándose y transformándose, como una piel que muta en una paleta multicolor. Este cambio se refleja en la diversidad de productos que hoy ofrecen: juguetes, elementos de ferretería, tijeras de jardinería, vinilos, stickers, garrapiñada y girasoles. Algunos artículos se venden por sí solos, mientras que otros acompañan revistas o suplementos, enriqueciendo la experiencia del quiosco más allá del papel impreso.
Leer el diario en papel sigue siendo, para muchos, un acto cotidiano que conecta con algo más profundo que la simple información: es una forma de habitar el tiempo, de pensar con calma, de compartir una charla con el canillita o comentar una noticia en voz alta. Es el papel que se dobla y se guarda, que se recorta, que se comparte. Un objeto que circula entre manos, mesas y esquinas, hilando comunidad.
En cada ejemplar impreso no solo viajan las noticias del día, también se transporta historia, memoria y pertenencia. Y en cada quiosco, como los de Daniel o José Luis, persiste una forma de vínculo social que resiste sin estridencias, pero con firmeza. Porque el diario no es solo lo que se lee: es también el lugar donde se lee, con quién se comenta, un acto físico, humano y cotidiano de encontrarse con el mundo. Como dice Daniel, “acá no solo se venden diarios, se escucha, se habla, se acompaña”. Y en tiempos donde todo parece fugaz y digital, esa permanencia analógica, barrial y cálida es más valiosa que nunca.