El federalismo, ¿es una aspiración secundaria, para tratar después de superar un centenar de problemas económicos y sociales? ¿O es en la Argentina una condición necesaria para afrontar los demás problemas?
La prepotencia del poder porteño sobre la flojera de muchos jefes provinciales
Federalismo como base de la organización nacional, y sectores que promueven en cambio un poder concentrado en los ámbitos más inesperados
Por Tirso Fiorotto
30 de julio 2018 · 08:38hs
Las preguntas no están dirigidas a esa masa de dirigentes poderosos que no creen en el sistema federal y lo mencionan sólo para cumplir con las normas, como una declamación sobre la letra muerta de la Constitución. Van a las mujeres y los hombres que saben que la historia argentina demanda una organización federal pero no se ponen de acuerdo sobre el momento de aplicar esa fórmula. Federalismo sí, pero ¿cuándo y dónde? ¿Antes o después? ¿Y en qué instituciones?
En caso de que el actual sistema unitario, centralista, concentrado y colonial diera respuestas a demandas sociales, ¿por qué lo cambiarían en el futuro? Si funcionara, en una Argentina con tantos traspiés, ¿alguien querría hacer olas?
Zonas de sacrificio
Si este sistema marchara, sea con los temperamentos desarrollistas, neoliberales, populistas, mixtos o similares, ¿andaría para el conjunto del territorio, o exigiría zonas de sacrificio? Y en un país como la Argentina ¿habría calma en el conjunto si unas regiones autónomas se consideraran saqueadas y observaran en el unitarismo un régimen hereditario moderno que cruza un abanico de sectores llamados de derecha, centro o izquierda?
Hay un mar de interrogantes en torno del federalismo. Por ejemplo, ¿no se aplica por la prepotencia de la metrópolis, solamente? ¿O el sistema ha sostenido en las provincias una casta dirigente (en alternancia) proclive al poder concentrado, del que esa casta obtiene beneficios sectoriales? ¿Y al poder económico le conviene el federalismo o prefiere negociar con un Estado-nación de poder concentrado, hecho a su medida?
Otras dudas: ¿por qué pensar en un Estado federal si el actual Estado nació desde la prepotencia centralista? ¿Y por qué el Estado "evolucionaría" hacia el federalismo, cuando las corporaciones que lo circundan son centralizadas, verticales, así en los partidos, las religiones, los sindicatos, los colegios, la intelectualidad, como en los medios masivos y el empresariado?
Soberanía particular
Dentro del federalismo y las confederaciones hay una gama de alternativas para promover y asegurar la soberanía particular de los pueblos, por la que lucharon las mujeres y los hombres con José Artigas a la cabeza, y que Bartolomé Mitre destruyó.
Hoy recogemos finas hebras de aquellos principios federales, recuperamos saberes que el poder porteño (y aporteñado) pretendió sepultar para siempre.
El federalismo puede hallar vías para facilitar la participación comunitaria y los vínculos de las regiones entre sí, primero, y con el resto del mundo, sin pasar por el colador selectivo de la metrópolis.
Un separatismo clásico (por el que luchan muchos catalanes) en nuestras condiciones nos exigiría esfuerzos incalculables y mucho tiempo, una voluntad férrea para cultivar una a una las diferencias y demostrar la identidad propia, diversa, separada; y evitar o minimizar los lazos de unidad, amistad, simpatía entre los pueblos, que nos llevan a amar los mismos símbolos y disfrutar los caracteres comunes. Con el riesgo adicional de ser incomprendidos, y manipulada esa incomprensión para desembocar en la fragmentación, tan funcional al imperio dominante y sus socios.
Esa vía para la emancipación podría lograr efectos contrarios: división, debilitamiento, para luego obligarnos a tejer nuevamente la misma trama que destruimos.
La otra vía: recuperación y fortalecimiento de los saberes y modos regionales, conciencia de nuestra mirada integral, con las patas en el suelo, sin menosprecio del lugar, sin caer en las tentaciones coloniales a la uniformidad etnocéntrica, y con intransigencia ante los vicios naturalizados del régimen. Ese camino no tiene por qué generar rispideces ni fogonear conflictos evitables, ni destruir a los hermanos de al lado que en muchos casos son los mismos expulsados de otras regiones, o sus hijos condenados al hacinamiento en la macrocefalia argentina.
Desde la unidad se pueden promover saberes, modos de vida, relaciones al punto de encender esa luz propia que el despotismo colonial apaga, y en esa luz ver colores, matices, ritmos, sin fronteras forzadas, sin la presión de unos sobre otros y sin la explotación de los más desfavorecidos.
Civilización y barbarie
No tiene sentido una defensa del federalismo que no desencadene, naturalmente, la emancipación de los desocupados, marginados, oprimidos, y la liberación de la biodiversidad hoy expuesta al saqueo, la apropiación y la contaminación. No tiene sentido cultivar el federalismo para continuar con el individualismo y el consumismo y la economía de escala y la dependencia. El federalismo pone el acento en la comunidad, en la solidaridad, en el vivir con modos singulares pero al lado del otro.
La soberanía particular de los pueblos, entendida desde el principio del vivir bien y buen convivir, no abandona saberes, biodiversidad, arte, en manos de la actividad política.
No excluye, no menosprecia, no se burla, no invade, no baja línea, y tampoco debilita a los países ni es cierto que con eso quedemos expuestos a negociaciones por separado que nos hagan indefensos y permeables a intereses espurios. La unidad no debilita, lo que debilita es la uniformidad.
En lo que respecta a la influencia de los organismos públicos y los medios masivos, es obvio que en un consenso federal la relación debe ser recíproca entre las regiones, o no ser.
¿Cuántos instrumentos para desplegar relaciones cruzadas de Entre Ríos con Mendoza, Santa Fe con Salta, de Corrientes con San Luis, el litoral con Cuyo, el noroeste con la Patagonia, en fin, cuantos vínculos casi infinitos podríamos fomentar desde diversas instituciones, incluso el Estado pero no exclusivamente desde allí? La hermandad natural da otros frutos si se la cultiva, se la estimula, pero para ello hay que perder las anteojeras que nos vedan la mirada horizontal, y nos hacen siervos de la metrópolis.
Hoy padecemos la penetración vertical, altanera, invasiva, que da continuidad a la tiranía de esa dicotomía sintetizada en la frase civilización y barbarie, donde está claro que nosotros somos la barbarie. En el mejor de los casos nos tratan como a Sayhueque, con engaños, esperando el momento de la estocada.
Oficialismo y oposición
La luz propia de cada región permite un diálogo, una mutua influencia positiva donde cada uno escucha al otro e incorpora visiones, prácticas, artes, sin imponer, sin cercenar ni censurar, sin someter al otro para convertirlo en consumidor pasivo y bobo de la industria del más poderoso, como ocurre en la actualidad.
Vale insistir en esto: es la colonialidad la que da ventajas a unos sobre otros. Y la colonialidad es hija dilecta de la preponderancia metropolitana sobre el resto.
De esas comunidades aventajadas por el sistema surgen personas y grupos que no están con la colonialidad, y sin embargo aprovechan los beneficios del sistema establecido, no para dar lugar a los marginados sino para bajar línea y convertirse en voceros. De modo que en las regiones privilegiadas encontramos a la vez oficialismo y oposición, y todos con el mismo vicio: el de establecer recetas con pretendida universalidad para uniformar a los pueblos a su gusto y paladar, y menospreciar lo distinto. El colonialismo interno es una réplica del colonialismo eurocéntrico.
Cuando hablamos de la prepotencia hablamos del poder financiero, corporativo, mediático, estructural, partidocrático, y la hegemonía incluso de los pretendidos intelectuales. Y llamamos jefes provinciales no sólo a gobernadores, jueces, legisladores, presidentes de partidos, sino también a dirigentes de otros ámbitos, incluso convencidos de su rol crítico, pero enredados en la maraña vertical de la colonialidad interna, es decir: menospreciando o relativizando los daños de la concentración del poder político, económico, financiero, electoral, informativo, todo en sinergia y en contra del 90 por ciento del territorio del país, en contra de la unidad regional.
Estado nación
La Argentina sufre la hegemonía de Buenos Aires por distintas vías, un problema ocultado precisamente por los canales de comunicación y culturales y otros sectores copados por el poder hegemónico. Es una de las vías del epistemicidio que han soportado el país y todo el continente, Abya yala, por siglos. La destrucción de modos de organizarse, de pensar, de conocer, de relacionarse, que son diferentes en las regiones y no necesariamente mejores o peores. La uniformidad es una de las imposiciones de la invasión colonial, y la Argentina es una muestra clara como víctima de su metrópolis.
La invasión colonial impone sus criterios sobre los conquistados, y luego conforma los estados-nación, es decir: un estado = una nación. Y esa nación debe ser la que determinan su capital económico, sus atropellos, sus armas, o el prestigio que el poder ha dado al color de la piel de los colonizadores. Con eso, las demás naciones quedan en vías de extinción o ninguneadas, en un segundo plano, periféricas. Hoy denuncian ese atropello algunos de los hermanos mapuches, pero son muchos los que rumian lo mismo.
Violencia unitaria
Unitarismo en la Argentina es uniformidad bajo mandato colonial, es despotismo. No hay allí un problema del pasado sino un problema del hoy, con raíces, claro, en el pasado y promesas de continuidad.
Las mismas provincias argentinas, mal llamadas provincias porque debieran ser regiones autónomas ya que detentan la soberanía primigenia, son sometidas por una clase dirigente que se instala en puntos de poder en la medida que no discute la perversa hegemonía de Buenos Aires.
Allí están asociados y en sinergia varios poderes, y allí están los tres poderes del Estado y la campana de resonancia para los conflictos. Por eso Buenos Aires funciona como cebo para los que están cebados. La estructura de poder unitario es violenta en la Argentina. El Estado sirve al gran capital, pero sirve también al portal del colonialismo que es Buenos Aires, llamado "civilización" gracias a su propaganda a través de los medios masivos, las altas casas de estudio (por acción u omisión), las corporaciones y diversas instancias. Esa es la norma, todo lo demás desafina, según el criterio colonial.
La altísima presencia de la farándula, el periodismo y diversos famosos en las pantallas de la televisión, sin el sostén de los saberes sino con el ímpetu del entusiasmo, deja al resto de los argentinos alejados de la "civilización", en un segundo plano, callados, como espectadores, porque eso tiene el colonialismo eurocéntrico: allí el que más habla y el que hace más barullo parece tener la razón, y no es casualidad que tantas veces coincida con los intereses de otro que sabe callar y golpear cuando es preciso: el gran capital.
Tilinguería
Es habitual escuchar cuestionamientos a rasgos propios del país al compararnos con "países más civilizados que el nuestro", o "países más cultos, países más modernos, más avanzados". Es la típica tilinguería gringa manifestada en el lenguaje, de los que se atienen a parámetros imperialistas y eurocéntricos en donde, obviamente, siempre los poderosos quedarán bien parados y los subalternos, mal parados. Es una obviedad, para eso inventan esos parámetros.
De la misma manera, es habitual escuchar a locutores, periodistas y analistas de los medios masivos de gran alcance denostar a los "feudos" de las provincias, o descalificar ciertos pensamientos por "tradicionales", como si ese término fuera sinónimo de obcecado, sin pensamiento, sin ideas, oveja del rebaño, crédulo, bruto en suma. Así es como los más reaccionarios de la historia racista de la Argentina se presentan como progresistas y modelos a seguir.
Europa es al Abya yala lo que el poder de Buenos Aires a la Argentina. La relación es de sometimiento, por todas las vías al alcance.
No es para rasgarse las vestiduras, la cosa viene de lejos. Dice el historiador entrerriano Juan Antonio Vilar: "La pacificación del país después de Pavón para 'uniformar su política con la de Buenos Aires' se hizo mediante la fuerza militar más violenta, con la destitución de los gobernadores legales, con batallas sangrientas, asesinatos y ejecuciones de prisioneros en nombre de la civilización. Fue una conquista militar y no, como mentía Mitre, fruto de actos libres de las provincias".
¿Y los críticos?
Dicho de otra forma: la Argentina de hoy es fruto de una invasión militar de Buenos Aires sobre todo el territorio, una invasión sanguinaria del poder económico metropolitano a punta de fusil y ametralladoras. Por décadas, todo lo que se le opusiera fue aplastado y sepultado, tanto el testimonio histórico de la revolución federal artiguista como las resistencias de los López Jordán, Peñaloza, Varela, y las comunidades antiguas y vigentes.
Consecuencia de esa invasión: esta Buenos Aires soberbia de copete alzado, imponiendo sus leyes y verdades al resto, desacreditando por derecha y por izquierda a todo el que se le ponga al paso en su destino manifiesto de dominación.
Buenos Aires vive su mundo y exporta consejos. Hablamos del poder, no del pueblo. Ese poder se ha tomado a pecho su rol de gran hermano y gendarme, pero no lo haría si no fuera por el estado de resignación del país.
¿Puede la Argentina completar su independencia inconclusa bajo el liderazgo de los poderosos que elige la ciudad heredera de la colonia? Los críticos de este sistema vigente, ¿cultivan el concepto de soberanía particular de los pueblos o prefieren aprovechar el envión unitario para imponerse mañana sobre el resto, ellos también, cuando les toque el turno?