En fútbol, la cultura del aguante es estar; alentar en todas las ocasiones. Es tener presente, todos y cada uno de los días, que hay que ahorrar para pagar la cuota social del club y llegar a la cancha. Es preparar una muda por si llueve, el agua, los sandwiches para el viaje y partir sin que importe el rival de turno.
¡Viva la cultura del aguante!
A esta copa ya no la quiero. Tengo un montón porque soy del único grande. Esta nació muerta y el fin de semana la enterraron
26 de noviembre 2018 · 08:22hs
Es hablar con los hijos para organizar los detalles y mantenerse al tanto de las novedades del club. Es llegar al estadio, hacer la cola, putear a los acomodados por los barras que pagan por un llamado "adrenalina tour", subir a la tribuna, agarrarse del paraavalanchas y gritar las sanas consignas con la sonrisa dibujada en el rostro y rechazar las otras. Es mirar el partido con interés, seguir las jugadas desde el panorama que da la tribuna, observar los detalles de los que juegan sin la pelota y, claro, cómo no, culpar al árbitro de nuestros males.
Para muchos es cosa de locos, para otros religión. Como sea, es maravilloso si es en familia y con amigos. Es abrazarse y saltar de la felicidad por un triunfo y mascar la bronca tras la derrota. Es emoción pura cuando entra el equipo a la cancha y aplaudir cuando se retiran. Es nunca jamás putear a un jugador. Es volver a Paraná desde Buenos Aires manejando cinco o seis horas hablando de las alternativas del partido y de las curiosidades del entorno.
La vuelta es filosofía futbolera pura: todos cansados y opinando. En la semana es darle la menor importancia al periodismo; tomar los hechos duros que informan y desechar lo demás, porque, salvo excepciones les queda más cómodo hablar haciendo como que saben cuando en realidad pocos entienden de qué se trata todo esto.
Pero lo cierto es que ante la opinión pública en general y los que gustan de seguir por televisión el más lindo de los deportes, la cultura del aguante tiene una pésima imagen. No entienden de lo que hablamos los que amamos estar ahí, en el lugar de los hechos evitando que nos muestren lo que las televisoras quieren exhibir.
Los que elegimos a la cultura del aguante como una manera de vivir el fútbol somos los primeros en sufrir el daño de los que tiran piedras, gases, botellas y toda clase de porquerías. Somos los que repudiamos a la policía cuando golpea a mujeres, niños y hombres porque los estamos viendo o sintiendo. Insultamos y señalamos a los que arreglan con dirigentes y empleados infieles de los clubes para vender entradas truchas. Nos enojamos cuando nos corren para darle lugar a privilegiados y sentimos las heridas de la traición al denunciar y ver que nuestras quejas se guardan en el cajón del sueño de los justos.
Los sucesos del fin de semana que pasó demuestran que los barras son dueños de la pelota y van ganando por goleada. Los hechos probaron que todo un Estado es incapaz de poner a raya a un grupo de estafadores; lo que nos pone en un lugar horrible: ¿Si no controlan a los barras cómo controlarán a narcos y toda clase de lacras?
Volver a la exigencia popular de que se vayan todos no sirve. No imagino cómo sería correr a los presidentes de los principales clubes y con ellos a sus socios de las barras cuando está claro que operan bajo la tutela del Estado.
A esta copa ya no la quiero. Tengo un montón porque soy del único grande. Esta nació muerta y el fin de semana la enterraron. Que la levanten D'Onofrio, Angelici, Macri y compañía. Se la ganaron en su ley.