Hasta hace poco se daba por hecho que entre la maternidad y el
feminismo había una relación incómoda, casi incompatible. Pero esa verdad de Perogrullo, a la luz de lo que muchos ya llaman "la cuarta ola" de feminismo, de a poco comienza a quedar en el pasado. Resentidas, feas que no se depilan y odian a los hombres. Los insultos son las pobres herramientas que encuentra el patriarcado más rudimentario para digerir la frustración que les provoca la negación, cada vez más extendida, a aceptar discursos que promueven la subordinación de la mujer.
La marea feminista puso las desigualdades de
género en el centro de la escena y hoy resulta innegable que todas las estructuras de las que formamos parte, en particular las laborales y las familiares, necesitan una urgente revisión. Primero con muñecas y cocinitas; luego con sueldos más bajos e imposibilidades de ascenso en el trabajo, a las mujeres se nos intenta convencer de que es mejor estar en casa y que hemos venido al mundo con una misión: la de parir y dar cuidados. Cuidar de los hijos, del marido, de la casa y de cualquier familiar enfermo, y si en el seno familiar no quedara nadie para cuidar, salir buscar por ahí quien necesite ser cuidado, quizás por algunos pesos y por supuesto sin recibo de sueldo que nos lleva a una vejez empobrecida y sin respaldo económico alguno. Dice Silvia Federici: "eso que llaman amor, es trabajo no pago", y en vísperas del día de la madre, con las vidrieras llenas de lavarropas con moños y cocinas con descuento, esta afirmación se hace palpable y también un poco doloroso, como un escobazo de tu madre harta.