Quiero hacer un reconocimiento a las personas que no ocultan sus nombres y que por ser poco comunes algunos, o llamativos, pasan a ser marginados por una sociedad pacata llena de contradicciones.
Que vivan los raros nombres en la sociedad
2 de septiembre 2016 · 07:00hs
Hoy, en la Argentina estamos cansados de ver nombres extranjeros pegados a apellidos de nuestro país, por decir a modo de ejemplo: Brian Martínez. Lo cierto es que una vez un compañero de colegio en Nogoyá nos pidió que lo llamáramos solamente por su primer nombre: Fernando y que no le dijéramos el resto, Alberico Hermenegildo. Tenía vergüenza y por ello se enojaba cuando el profesor de Economía lo convocaba a dar una lección con todo su nombre y apellido.
En mi familia, una tía se hacía llamar Dora, porque no le agradaba Teodora, tal cual rezaba en su documento.
Muchos famosos ocultan sus verdaderos nombres por ser judíos, por lo que sería oportuno emprender una verdadera campaña de concientización contra la discriminación para respetar la decisión tan sagrada de los padres de poner el nombre a un hijo. ¿Por qué tiene que existir en la comunidad prejuicios por ser de vientre judío, o ser de origen alemán, musulmán o japonés? El respeto debe existir por sobre todo.
Me vienen a la memoria estos nombres pocos usados o antiguos: Nazario, Indalecia, Isidora Argentina, Celedonio, Juano, entre otros, muchos de los cuales prefirieron utilizar un apodo para ser conocidos o tomados para la broma.
Sin embargo, creo que el mayor ejemplo de un nombre poco usual es el que encontré días pasados en el cementerio de Nogoyá. Con el más absoluto respeto y sin ningún tipo de intención de agredir su memoria, como la de sus familiares, menciono a Diosgracias José de la Iglesia...
Los invito a que recuerden esos raros nombres y en todo el sentido de la palabra recordarlos o decirlos a viva voz, sin ningún tipo de censura, tapujos o prejuicio. Y a modo de homenaje, si recuerdan algún otro, con gusto los iremos publicando en nuestro buzón de mensajes.