Partiendo de la base de que le hacemos un gran bien al medio ambiente y a nuestro bolsillo al no utilizar los aires acondicionados, tenemos que destacar que su uso en general afecta a nuestro organismo y en algunos casos no se entiende. No sólo existe aquel calor sofocante que irrita y genera malestar en las personas que deben transitar por calles soleadas con pisos de cemento y Poca sombra proveniente de un árbol. No es sólo eso. El calor y el verano no siempre generan sensación de cansancio e impaciencia de que llegue el invierno y el tan ansiado “alivio” de las lluvias.
Fundamentalista del NO al aire acondicionado
Por Aldana Martínez
Foto: UNO/Juan Ignacio Pereira
UNO / Juan Ignacio Pereira
Foto: UNO/Juan Manuel Hernández
El calor afecta a muchos.
El calor tiene la particularidad de ser excusa de muchas cosas, entre ellas de las reuniones sociales a altas horas de la noche, cualquier día de la semana, de traer sensación de vacaciones, de descanso, de permitirnos un recreo. Además, las Fiestas de fin de año en nuestro hemisferio suceden bajo un clima especial para todo lo anteriormente mencionado. Enero es el mes por excelencia donde el calor es tema de conversación, y si bien es el inicio del año es el fin del ciclo estacional. El verano es para las plantas el momento de mayor éxtasis luego de una primavera de florecimiento y un otoño e invierno mortales. El verano es vida, y necesario para todo el ecosistema. ¿Por qué ir contra la corriente? ¿Por qué recurrir a aires acondicionados en 20° que nos llevan al otro extremo? Bueno, somos varios los que amamos el calor y el clima especial que tiene cada verano. Porque volvemos a ser niños y nos trae cierta nostalgia de todo lo que hemos vivido. Si bien se siente el calor físicamente, el psicólogo cognitivo conductual, Carlos Neubert, indica que no hay una relación directa entre el valor climático y la conducta humana, sino más bien se relaciona con aquello que nos interesa hacer. Es decir, cada persona asocia un clima a las actividades que pueda realizar. El calor es la posibilidad de hacer sin tiritar, de soltarse, de nadar, de correr, de ser libres.
Se entiende que algunas personas tengan el termostato de su cuerpo un poco alterado y aquellos que sufren del calor en verano no entiendan cómo algunos pueden tolerar y querer la mejor estación del año. Sin embargo, a quienes no podemos tolerar temperaturas muy bajas entendemos que es por eso que sentimos tanto placer de la sensación de calor. Y tampoco podemos comprender por qué aquellos que se autodenominan “amantes del frío” en realidad son solo fanáticos de todo aquello que les quita el frío: el café, el mate bien caliente, la comida recién hecha y calórica, el taparse y dormir plenamente.
También se sobreentiende que el amor a una estación tiene que ver con nuestras vivencias pasadas, las cuales relacionamos con determinados momentos especiales en nuestras vidas y también con la predisposición en nuestro día a día. Es decir, si tenemos que salir a trabajar bien temprano o muy tarde por la noche, no creo que seamos grandes amantes del frío. O tal vez sí. Va en cada uno. Hay un poema muy especial que me gusta tanto, escrito en el año 1954 por el escritor francés Albert Camus que publicó una breve colección de ensayos titulada El Verano. En estos escritos, fuertemente influenciados por la última guerra que Camus había vivido, en vez de llorar por ella o resignarse a la muerte de su espíritu, el escritor luchó por la supervivencia de la esperanza; de esa esperanza que nos hace encontrarle algún sentido a la vida y a la propia existencia cuando nuestro mundo ha sido devastado.
En medio del odio descubrí que había, dentro de mí, un amor invencible.
En medio de las lágrimas descubrí que
había, dentro de mí, una sonrisa invencible. En medio del caos descubrí que había, dentro de mí, una calma invencible.
Me di cuenta a pesar de todo eso... En medio del invierno descubrí que había,
dentro de mí, un verano invencible. Y eso me hace feliz.
Porque esto dice que no importa lo duro que el mundo empuja contra mí; en mi interior hay algo más fuerte, algo mejor, empujando de vuelta. Tampoco hay que odiar el invierno y el frío de la madrugada porque sin él no existiría el verano. Pero soy una fiel creyente de que el verano es invencible, es la calidez humana y de la madre tierra abrazándonos a más no poder.