Les voy a contar una historia que ocurrió ayer en horas de la mañana en la ciudad de Gualeguaychú, en un centro oncológico muy reconocido, donde como en otros muchos lugares se prioriza por parte de algunos médicos el negocio de la salud por sobre la necesidad imperiosa de brindar salud.
El juramento hipocrático ficticio de algunos médicos
Por Javier Aragón
Imagen ilustrativa
Reflexión. Para recordar a los oncólogos extraordinarios y a los que dejan mal parado a la medicina.
Este caso obviamente no debe enlodar a la gran mayoría de los médicos entrerrianos y de la Argentina que cumplen con calidad la atención sanitaria priorizando la parte humana.
En este caso se trata de un empresario de la zona sur de Entre Ríos al que se le diagnosticó un problema oncológico, un linfoma del cuello.
Afortunadamente cuenta con una obra social muy jerarquizada que le cubre la totalidad del tratamiento como de las prestaciones médicas para él y su familia.
A fin de analizar de mejor manera el tejido afectado se debía realizar una biopsia y se le otorgó el turno para el miércoles 22 de febrero a las 11 en ese centro privado.
Todo se había planificado como corresponde, con la atención adecuada, contención para ayudar ante la dura noticia de saber que esa persona padece cáncer, y de la necesidad de realizar estudios para establecer qué medidas tomar.
Hasta allí la obra social y el especialista en temas oncológicos cumplieron a la perfección.
Es como que una suave música ingresaba por los oídos, ayudando a superar el estrés de la noticia que impactó en la familia.
Por ello es que se recordó el juramento hipocrático que hacen todos los médicos al recibirse en la facultad: “Velar con el máximo respeto por la vida humana desde su comienzo, aun bajo amenaza, y no emplear mis conocimientos médicos para contravenir las leyes humanas. Solemne y libremente, bajo mi palabra de honor, prometo cumplir lo antedicho”.
Sin embargo, algo pasó, para que en la mañana del martes (feriado), se comunicara la secretaria del reconocido oncólogo con el paciente y le informara que era necesario cumplir con un par de requisitos más para avanzar con la pequeña intervención quirúrgica. Lo básico para la preparación, con sugerencias atendibles, y el último punto, el denominado cobro de honorarios por la práctica médica.
El miércoles previo a la intervención debía llevar 180.000 pesos en efectivo para garantizar la operación con la presencia del oncólogo y de su equipo médico. Parecía una broma de mal gusto, una innecesaria muestra de materialismo económico, justo en medio del shock de no saber qué puede ocurrir con el bendito resultado del estudio.
El paciente consultó nuevamente a su obra social, quien le alertó que no estaba autorizado ningún pago extra, y que en caso de ser necesario que extendiera la factura correspondiente. El hombre de 48 años notificó de esta novedad a la secretaria del oncólogo, y la respuesta fría fue: “si no cumple con el pago de los honorarios, o al menos firman pagarés, la intervención se suspendería”.
Obviamente este contratiempo llevó a que existieran discusiones internas en la familia, donde algunos integrantes proponían pagar como fuera para evitar el paso del tiempo y de esa manera iniciar rápidamente el tratamiento para ganar tiempo al cáncer. Y otra parte sugirió echar los al diablo y buscar otra alternativa de modo urgente.
Fue así que en Rosario logró la atención con la cobertura social sin abonar un peso y, al menos, sentirse aliviado con la ejecución de la intervención que llevaría a contar con un mejor diagnóstico de la enfermedad.
En el medio quedó la idea instalada de que a ese médico oncólogo de Gualeguaychú lo único que le interesaba era el dinero, dejando para un segundo lugar su juramento hipocrático. Sin olvidar que por realizarla por derecha ya cobraría los honorarios adecuados, pero la voracidad de obtener más plata lo llevó a jugar con la necesidad de una persona angustiada y enferma.
Sé que hay muchos y excepcionales médicos que honran la profesión, que atienden gratis, que al igual que René Favaloro o Esteban Maradona y muchos “doctores” de pueblo tienen sus consultorios abiertos las 24 horas para no dejar a nadie sin salud.
La peor acción de una persona es aprovecharse de la vulnerabilidad de otra. Por lo que no hay dudas de que este médico oncólogo demostró ser un miserable ser humano y profesional.