El 11 de septiembre se cumplieron los 50 años del golpe de estado perpetrado por parte de las fuerzas armadas chilenas en contra del gobierno de Salvador Allende. La situación fue consecuencia de una larga serie de desencuentros sociales, desaciertos macroeconómicos, injerencia extranjera, entre otros factores que configuraron la “tormenta perfecta” y el ingreso a una larga noche autoritaria con supresión de libertades y garantías constitucionales para los ciudadanos.
Aunque ya no esté Milton Friedman
Por Valeria Girard
Aunque ya no esté Milton Friedman
Lejos de constituir una más de las interrupciones de gobiernos elegidos por voluntad popular en América Latina, estableció –según muchos autores- un laboratorio de pruebas del neoliberalismo, incluso antes de los gobiernos de Margareth Thatcher y Ronald Reagan, reconocidos pioneros anglosajones en la materia.
El golpista general Augusto Pinochet, había sido elegido Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas por Allende, apenas 19 días antes del golpe y gozaba de toda la confianza del presidente chileno, tanto era así, que desoyó múltiples advertencias que le prevenían acerca de quiénes eran los conspiradores y cuándo concretarían la acción. Juan Manuel Abal Medina, autor del libro Conocer a Perón (2022), refiere que el viejo líder argentino le envió sendos mensajes por vías seguras para ponerlo en conocimiento de la situación.
Ya en 1970, había sido asesinado, por un grupo paramilitar de extrema derecha, el Comandante en Jefe René Schneider quien, obediente al gobierno de Allende, era visto como un obstáculo para su remoción.
La economía chilena representaba un mal ejemplo en la región, había nacionalizado empresas y finalizó la llamada “chilenización del cobre” estatizando la explotación del principal bien natural del país trasandino; también concretó el proceso de reforma agraria, expropiando grandes extensiones de tierra y redistribuyéndolas entre cultivadores pequeños.
Paralelamente, el gobierno de Allende, había expandido la emisión monetaria y casi duplicado el gasto público ingresando en una espiral inflacionaria que llegó a más del 605% anual en 1973.
En un clima de inestabilidad social, política y económica, la influencia estadounidense suele ser un ingrediente infaltable en los derrocamientos de gobiernos latinoamericanos. Según documentos desclasificados por la Casa Blanca en 2009, el presidente Richard Nixon, ofreció ayuda económica a los golpistas.
Impuesto ya, Pinochet como mandamás en el Palacio de la Moneda, llegaba el turno de la avanzada neoliberal. La escritora y activista canadiense Naomi Klein, en su libro La doctrina del shock (2007), sostiene la tesis de que para esta ideología “cuanto peor, mejor”, es decir, a más profunda crisis, mayores oportunidades para imponer sus recetas. Así, el célebre economista Milton Friedman catedrático de la Universidad de Chicago, fue convocado para asesorar el nuevo presidente chileno. A regañadientes, el académico aceptó el reto de diseñar un plan de recortes, privatizaciones y restricciones económicas para un país del tercer mundo.
Posteriormente, Friedman, sí fue orgulloso referente del neoliberalismo en Estados Unidos y el Reino Unido en donde también aplicó su teoría del shock y hasta obtuvo un Premio Nobel como recompensa.
La decadente economía actual, con una inflación incontrolable, la falta de equilibrio fiscal, la amenaza latente de las Leliq y el acuerdo con el FMI, el aumento de la pobreza, la falta de poder adquisitivo de los trabajadores, configuran en Argentina un cóctel explosivo que hace ver muy de cerca la acechanza de soluciones neoliberales extremas, aunque ya no esté Milton Friedman.














