Julio Vallana / De la Redacción de UNO
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“Existen entre 500 y 800 carros con tracción a sangre en Paraná”
El veganismo propugna que los humanos deben vivir sin explotar a los animales, razón por la cual se presenta como una alternativa ética y sana al consumo y dependencia de productos como la carne, el pescado, los lácteos, los huevos, la miel, los productos derivados de los animales, y otros artículos de ese origen como el cuero y las pieles. Si bien es una disciplina milenaria que se remonta a la India, Grecia y Roma –donde sobresalieron notables vegetarianos como Pitágoras, Ovidio, Platón y Séneca– a partir de principios del siglo XIX el creciente interés por la salud y una mayor influencia de las ciencias en la sociedad permitieron la formulación de razonamientos fisiológicos a su favor. Ramón Cavigioli integra dicho colectivo en Paraná al igual que la Asamblea Permanente por los Derechos de los Animales, la cual por estos días centra su acción en la erradicación total de la tracción a sangre.
El campo y el rigor
—¿Dónde naciste?
—Nací hace 57 años en el campo, distrito Alcaraz Segundo –departamento La Paz.
—¿Hasta qué edad viviste allí?
—Hasta los 10 años, cuando una comunidad religiosa pasó por los campos de mis padres y abuelos –y como les gustaba que alguien estuviera metido en la iglesia– se terminó mi vida campesina.
—¿Tu hogar estaba en el campo?
—Sí, es un paraje rural, a 111 kilómetros de la ruta hacia La Paz.
—¿Cómo era el lugar en tu infancia?
—Eran campos de distintos colonos. Mis padres eran descendientes de piamonteses y en Alcaraz I estaban nietos descendientes de alemanes del Volga, por eso mi apellido paterno es Cavigioli y Spahn por parte de mi mamá. Esas colonias se dedicaban a labrar la tierra, arrendamientos y posterior entrega de los sembradíos y frutos en pueblos como Hernandarias, donde se acopiaba la semilla. Mis abuelos también vendían sus productos en Paraná. Nosotros nos dedicamos a las tareas rurales desde muy pequeños.
—¿Había vecinos?
—Estaban muy aislados.
—¿Quiénes fueron tus ancestros que primero llegaron a la zona?
—Mis bisabuelos, quienes estaban en San Benito y desde allí se fueron.
—¿Cuál era la zona urbana más próxima?
—Villa Hernandarias.
—¿Ibas habitualmente?
—No, porque nos dedicábamos solo al campo, criar nuestros pequeños animales y la agricultura. Desde me pequeño me aficioné a la escritura así que cuando comencé 1º grado a los 5 años, ya sabía leer de corrido y me aburría.
—¿A qué escuela asistías?
—A la escuela rural Río de Janeiro –hecha por mis padres y tíos–, al costado de la ruta 126 y a unos dos kilómetros de mi casa.
—¿Quién te motivó a leer?
—Es algo innato como la curiosidad por aprender y buscar conocimientos. Fue algo espontáneo y lo perfeccioné en la escuela.
—¿Había libros en tu casa?
—Viejos baúles de algunos tíos y allí encontraba algún libro o revista, aunque fueran sobre tejido. Había viejos Billiken y Para Ti –de mis tías. Mi padre también compraba esas revistas. Los que más me impactaban eran los Billiken porque veía que había otra vida de otros niños, que disfrutaban de otras cosas que yo no tenía.
—¿A qué jugabas?
—A lo que puede jugar un chico del campo: una pelota de trapo, a las escondidas… con mis hermanos y primos, inventábamos algo con latas y pescábamos.
—¿Travesuras?
—Ir a pescar a un tajamar y bañarnos, con el riesgo que corríamos. Nuestros padres eran muy duros y los castigos eran físicos y dolorosos. Un día de tormenta y lluvia con mi hermano corrimos un zorrino, así que imaginate cómo quedamos. Mi madre cortó una ramita de un durazno, le sacó todas las hojitas y nos “fricó”. Más allá de la dureza del campo, agradezco haber aprendido valores, que hoy están descuidados.
—¿Qué disfrutabas?
—Leer, hablar solo o con los animales… así pasaba la vida de un niño campesino. Ir a la misa de vez en cuando, cuando nos vestían bien. A los 9 años tomé la comunión.
—¿Qué imaginabas de tu futuro cuando leías esas revistas?
—Veía que había otras personas que tenían campo y un buen vivir, y que quizás en el futuro podía tener una casa con otra rutina que no fuera solo sacar leche por la mañana, cuidar los animales y comer comidas muy sencillas. Me impulsaba a trabajar más pero yo veía que esos niños no lo hacían, lo cual me llamaba la atención. Yo tenía 5 años y andaba a caballo. No los envidiaba pero me daba cuenta de que había otra vida.
—¿Cómo eran los diálogos con los animales?
—Un niño muchas veces habla con su caballo porque no tiene con quién hacerlo, le pregunta cosas, cómo está, le dice que voy a subir pero no te castigaré, llevame a casa, porqué no me hablás…
—¿Qué percibías?
—Con la vida que hago ahora me doy cuenta de que ese es el principio de la empatía. Me pongo en el lugar del otro, se percibe y no se pude decir en palabras.
—¿Alguna experiencia particular?
—La vida en el campo hace natural la simbiosis que tenés con el entorno que te rodea. Hablás con los animales porque es una manera de expresarte. Una vez el moro que me llevaba se cayó en la ruta por la lluvia, yo sentía mucho dolor y lloraba, porque sabía el castigo que me tocaría pero también porque veía que el caballo lloraba a su manera. Mi padre cazaba y teníamos que acompañarlo porque era para la subsistencia, pero con el tiempo me interrogué sobre esa liebre que traíamos muerta. Cuando hacés una apertura de la mente te das cuenta de que el animal no es una cosa sino alguien, aunque los avatares de la vida pueden llevarte a que lo sigas considerando una cosa, tanto para la comida como para la vestimenta o el trabajo. Aunque no lo entendía como un sujeto de derecho en mi mente de niño lo consideraba alguien y ahora que hace dos años que soy vegano, entiendo que es un sujeto que tiene necesidades y por ende derechos: a la vida, a la alimentación, a la felicidad y a ser libre.
—¿En ese sentido el caballo era el más entrañable?
—El caballo, –las vacas a las cuales le sacábamos la leche y los terneros –con los cuales nos divertíamos. El niño forma una simbiosis con el animal y jugar con esos animales era lo mismo que hacerlo con los perros. Los perros se levantaban junto con nosotros y nos acompañaban, eran nuestros amigos y parte de nuestra existencia.
—¿Desarrollaste alguna afición durante bastante tiempo?
—Cuando podía escribir algo, lo hacía.
—¿Qué te inspiraba?
—Lo general de la vida y contar historias. Luego hay lecturas y se profundiza. Me rebela la injusticia, la soberbia del que tiene y subyuga. Aprendí que no puedo hacerlo solo entonces me movilizó por los derechos laborales y humanos a través de un colectivo como el sindicato –donde estoy desde 1994 como secretario de Prensa– y desde el veganismo en la Asamblea Permanente por los Derechos de los Animales, que tienen nuestra voz para hacer oír la de ellos. Cuando defiendo un animal tengo que saber que es una persona no humana que tiene derechos a los cuales tengo que defender, y concienciar a la persona humana para que me entienda en que no es algo para trabajar.
—¿El animal está al mismo nivel que las personas?
—Sí, en cuanto a sus derechos. Lo único que nos diferencia, quizás, es que hablamos y ellos no se pueden expresar. Es muy difícil sacar al humano de su centro porque desde épocas ancestrales se ha centrado en sí mismo, lo que se denomina como homocentrismo.
—¿Mostrabas tus escritos?
—Escribía una historia sobre mis vivencias como si fuera un cuento. Una maestra del Secundario –la esposa del director– me dijo que tenía un gran futuro como escritor y que tenía que perfeccionarme. Pero el dinero no entraba mucho en casa como para seguir estudiando. Así que dejé pero lo que expreso escribiendo tal vez no lo haga hablando.
Religión y franquismo
—¿Cómo fue lo de la comunidad religiosa y que “se terminó tu vida en el campo”?
—Había un hermano que recorría los campos de Entre Ríos, mi padre y mi madre decidieron que el mayor iría a ese colegio y me llevaron a Villa General Belgrano –Córdoba. Todo era muy riguroso y solo salíamos en diciembre, era una vida espartana y los castigos eran psicofísicos. Los hermanos religiosos te tomaban como punto y, por ejemplo, tenías que estar parado sosteniendo lentejas y si se te caía una, te añadían más minutos, o rezando “en cruz.”
—¿Sufriste el desarraigo y el dejar a tu familia?
—Los primeros años dolió mucho, era como vivir en una jaula y solo salíamos cada dos meses a las sierras. Marcó mucho mi espíritu de niño. Después seguí en Venado Tuerto, mis padres decidieron dejar el campo, pusieron un taller mecánico en La Paz, me preguntaron si seguiría en el colegio, les dije que no y terminé la Secundaria en La Paz. En 1977 entré a trabajar en el Banco de Entre Ríos y es donde estoy. El taller de camiones nunca me gustó pero aprendí muchas cosas e hice mis primeros dineros. Me vine a Paraná y formé mi primer matrimonio –del cual nacieron Melina Florencia y Maximiliano Nicolás.
—¿Quemaste etapas por el tipo de vida en el colegio religioso?
—Esos cuatro años fueron como que no vi el sol. Salí niño y me encontré con jóvenes que estaban muy adelantados respecto a la vida social en comparación. Yo rezaba y estos chicos estaban en la joda; estaba en un mundo al cual no pertenecía y fue muy dolorosa mi adolescencia. El contacto con las chicas y los chicos me costaba mucho, porque tenía el concepto del pecado muy arraigado. El miedo y la vergüenza me llevó a ser muy introvertido durante mucho tiempo, más allá de que los pseudointelectuales –como puedo ser yo– tenemos esa introversión.
—¿Entendiste la decisión de tus padres?
—Yo aceptaba, como todo niño. Con el tiempo dije: “Uh, lo que hicieron conmigo” (risas). En aquel tiempo era “subordinación y valor” y más con un gringo de aquellas épocas. Un día se me ocurrió traer una tiza de la escuela a casa, mi madre me preguntó de dónde la había sacado, le contesté que de la escuela y me dijo que tenía que devolverla porque era robada. Dio la casualidad que venía la maestra y le dijo: “Señorita, mi hijo le trajo esta tiza, la robó y se la devuelvo”. Más allá de la reprimenda, lo que me dolió mucho fue quedar en evidencia.
—¿Rescatás algo de tu paso por ese colegio?
—Acendré los valores que traía de mi familia, había biblioteca y viejos volúmenes, así que podía leer, lo cual aprovechaba mientras los otros chicos jugaban a la pelota. Vivía en ese mundo de los libros, como siempre me ha gustado.
—¿Qué leíste?
—El último mohicano… no recuerdo, eran volúmenes antiguos.
—¿No pensaste en escapar?
—No, porque no sabía qué haría si volvía.
—¿Rescatás algún maestro?
—No, no. El hermano Gonzalo era el director y quien más me castigaba. Había un hermano de apellido Hierro que también lo era en sus actitudes. Eran todos de apellidos españoles y venían con esa disciplina franquista y facciosa. Dentro de la religión vi muchas cosas que no se cumplen y pienso que podría ser más humana. Solo se acercan a la persona por ciertos intereses.
—¿Cuándo comenzaste a revisar y cuestionar esa formación?
—Fue con lecturas porque si te centrás solo en algo te volvés dogmático. La suma de muchas lecturas puede abrir un abanico de cuestiones espirituales y filosóficas, de las cuales tomar un poco de cada una y formar tu vida acorde a tus valores.
Mujer y vegetariana
—¿Por qué te hiciste vegano?
—Porque mi señora era vegetariana y luego se hizo vegana.
—¿Fue la primera aproximación a estas ideas?
—Siempre fui carnívoro y me alimenté de animales, pero llegó un momento en que tuve a mi esposa actual –que es vegetariana y a quien conocí por Internet. Veía que se sentía muy bien pero yo le decía: “No te das cuenta que necesito comer carne.” Comencé a pensar porqué era distinta en ese aspecto y aprendí sobre el impacto de la ganadería industrial en el medio ambiente –ya que es el principal emisor de gases invernadero, superior al transporte. Veía lo bien que hacía esa alimentación al organismo –por la proteína vegetal y los cambios progresivos. Es muy difícil hablar de estos temas a una persona que se cierra mentalmente en el homocentrismo.
—¿Qué pensabas sobre tu señora cuando argumentaba en este sentido?
—Al principio no lo podés entender aunque te quedás pensando sobre el porqué. Y además veía que rescataba animales en los barrios.
—¿Una charla o situación particular con ella?
—No recuerdo, pero me decía que no me cocinaría con carne porque no podía tocarla, “tendrás que hacerte tus milanesas”. No era una ruptura pero me preguntaba porqué. Después entendés que no es una dieta ni una moda sino que es lo más natural del mundo –tal cual se basan muchas filosofías. También notaba que cuando íbamos a una fiesta retiraba de su plato los productos de origen animal y me los pasaba a mí.
—¿Se tornó una cuestión muy conflictiva?
—No, no, hablando y entendiéndonos se comienza de a poco a comer sus comidas, hasta que un día me hice vegano, sin transiciones. Comenzó a asistir a talleres, leer mucho y elaborar recetas veganas. Esto te motiva porque cocina muy bien. Gracias a ella encontré muchos valores, uno de ellos el veganismo y la decisión de ponerlo en práctica a través de la defensa de los animales.
—¿Qué régimen de comidas tienen?
—Muchas veces almor-cenamos a una hora determinada de la tarde. Mi rutina de alimentación es: a la mañana, tomo un vaso de agua en ayunas, un granulado de algas –llamado espirulina– y luego desayuno o tomo leche vegetal de alpiste, granola o galletas veganas. La espirulina quita la ansiedad, es un estimulante psicofísico natural. Si tengo hambre cerca del mediodía –en el banco– como una fruta y cuando llego a casa tomo unos mates hasta que llega mi esposa. Ese almor-cena es sobre la base abundante de legumbres, verduras, frutos y otros productos veganos.
—¿Diferencias entre el vegetarianismo y el veganismo?
—El vegetarianismo es una dieta y el veganismo es un principio moral por el cual los seres humanos se tienen que abstener de ocasionar violencia contra un animal no humano. A partir de esto el vegano no los consume, no se viste, no usa su pelo, su cuero, su piel, sus plumas, tampoco consume productos de cosmetología o farmacéuticos que hayan sido experimentados en animales. La visión es muy amplia porque lo mínimo que podemos hacer por los animales es ser vegano. Es una avanzada de justicia muy grande ya que ancestralmente hasta la actualidad el hombre se ha ocupado de usar al animal, y no está para ser usado. Tiene que ser libre y vivir feliz, no domesticado ni consumido como lo hace el hombre. No es necesario consumir animales.
Proteger, pero no tanto
—¿Es una contradicción ser proteccionista y consumir carne?
—Sí, muchas veces tenemos nuestros choques porque me encuentro con las proteccionistas y les digo que dicen que aman los perros, gatos y caballos, “pero se sientan a la mesa y se comen una chuleta”. Hasta que no dominemos lo que es empatía, seguiremos teniendo compasión por un animal y no nos damos cuenta de lo global y de ponerse en su lugar. Si te ponés en lugar del perro que decís que amás, cuando sos empático tenés que considerar que no podés consumir un animal similar, como lo es una vaca, o tomar su leche. Está ampliamente documentado lo que sufren las gallinas ponedoras en los criaderos. Los terneros son quitados de la vaca al nacer, las vacas son violadas sistemáticamente una vez al año a través de la inseminación artificial para producir terneras, la cual va a una jaula de un metro por un metro –donde no camina y sus músculos quedan flácidos. Por eso es un plato de ternero, blandito. Las vacas –cuando no sirven más como lecheras– son convertidas en las hamburguesas o se utilizan para caldo, y otros productos como gelatinas.
—¿A qué responde esta idea parcial de los proteccionistas y el hecho de que focalizan mayoritariamente la atención en los perros?
—Generalmente la vida del protector transcurre en la ciudad. Los animales domesticados son perros y gatos. El proteccionismo nació como para llevar un poco de cuidado hacia esos animales, que estaban en la calle y son abandonados. Cuando se observó la exclusión de determinados sectores la protección se amplió a los caballos, luego algunos protectores observaron lo que acontecía en las granjas industriales y comenzaron a defender derechos de los animales. La película Earhtlings es reveladora. El vegano, cuando defiende al animal, lo hace desde un punto de vista abolicionista, no hay términos medios, el animal tiene derechos y se los defiende. No existe el bienestarismo, como por ejemplo sacar un caballo del maltrato diario y lo llevamos para hacer equinoterapia. Como vegano no lo acepto.
—¿En el caso de la equinoterapia no puede entenderse como una colaboración del animal con el ser humano, así como este lo hace con él?
—Dentro del veganismo hay muchas visiones, incluso el bienestarismo. Para mí si sacás de una parte al animal y lo ponés en otra, es una incoherencia porque de alguna manera sigue trabajando.
—¿Qué visión ecológica asume el veganismo?
—Si lográramos que no se consumieran animales, la calidad del medio ambiente daría un gran paso hacia adelante porque la producción industrial de la ganadería, por ejemplo, es uno de los mayores productores de gases invernadero. Los animales ocupan hectáreas que rompen con sus pezuñas y destruyen el ecosistema, por su alimentación de soja se destruyen grandes cantidades de monte nativo o selva…es una cadena industrial que está en contra del medio ambiente.
Menú y liberación equina
—¿Cómo se gestó el actual grupo de activistas?
—Comenzamos haciendo reuniones entre cuatro o cinco veganos y estamos recogiendo firmas para que los restaurantes tengan un menú específico. Justo ocurrieron algunos casos puntuales de maltrato de equinos así que acompañé una reunión de proteccionistas, se sumaron independientes y ahí comenzó la Asamblea Permanente por los Derechos de los Animales-Paraná. Nos convocamos los sábados en la esquina que denominamos “de la liberación equina” –Corrientes y Urquiza– donde pedimos por la prohibición de la tracción a sangre.
—¿Por qué cuestionan a la Municipalidad en cuanto al reemplazo de caballos por vehículos?
—Si la Municipalidad tomara la cuestión de la tracción a sangre como una política de Estado –como se hizo con las motos– podrían solucionar la situación de los humanos excluidos e insertarlos en la sociedad, porque en política todo es solucionable. Así resolvería lo de entre 500 y 800 carros –según la información de las distintas protectoras que entran a los barrios donde la Municipalidad no entra. Ellos hicieron un relevamiento de carros que no es completo. Los tiempos y los medios los maneja la política y el Estado, y se puede hacer. Lucharemos para que no sea una gota en el océano. En los medios nacionales se vendió como que Paraná solucionó el problema de los carros y no es así. Hay un decreto de 1992 en el cual se determinó un circuito donde los carros no pueden circular, porque el Estado vio que era una contravención. Y cuando se carga un animal con algo que excede su peso, es un delito. Igualmente buscamos que se legisle sobre el tema. En el Senado provincial se presentó un proyecto de protección animal y erradicación de los vehículos de tracción a sangre, para trabajadores informales.
—Igualmente existe la ley de protección de los animales.
—Sí, pero este proyecto propone retirar de las calles de todos los centros poblados el carro y el caballo. Este proyecto está durmiendo en la comisión de Legislación General desde 2012, trataremos que sea reflotado y puesto en práctica.
—¿Cuáles son las violaciones más reiteradas a la legislación?
—Ha crecido la figura del maltratador y las personas que por distintas reacciones descargan su violencia no solo en los humanos sino en los animales. Vemos circular a caballos completamente desnutridos, deshidratados por el sol –más en la etapa estival–, con sus miembros inferiores rotos porque están herrados y golpean sobre el asfalto. A veces el animal cae y quienes lo conducen descargan su furia contra él. Hemos visto que se usa como diversión la pirotecnia contra perros y hay personas que los abandonan en la calle. Muchas veces los recogemos enfermos y en muchas villas se encuentra gente excluida con animales con sarna y presencia de ácaros. No hay políticas hacia eso.
—Difícil que las haya para los animales cuando no las hay para esos marginados.
—Los camiones sanitarios van a los barrios para hacer los operativos de castración, vacunación y desparasitación gracias a las protectoras, porque son quienes los organizan. La Municipalidad –gracias a la Nación– tiene su quirófano móvil. Al no haber perreras, las protectoras son quienes mantienen a los animales en sus casas o guarderías que solventan. Si abrieran sus puertas, Paraná quedaría tapada de animales.
—¿Qué es lo más aberrante que has visto?
—Hay fotografías de caballos sangrantes en las calles, rotos… no quiero ahondar en esto porque puedo decir palabras que no quiero.
—Si la Municipalidad está trabajando sobre la base de una cifra que es errónea difícilmente pueda solucionar el problema.
—Por eso queremos lograr que la Municipalidad se despierte y tome conciencia. Logramos firmar un acta con la Municipalidad, Justicia, Fiscalía de Estado y Policía, para trabajar en los casos de equinos en estado crítico, a través de un protocolo de acción. Si nos vamos de la esquina donde nos convocamos, estamos avalando que con los ocho motocarros se terminó la cuestión. Nos iremos cuando escuchemos el primer relincho del último caballo puesto en libertad –aunque parezca una utopía. Si se sanciona el proyecto de ley provincial se avanzaría mucho.
El precio y la salud
—¿Qué le recomendarías a quien se interese en el aspecto nutricional del veganismo?
—Primero, que consulte con su médico para saber en qué estado se encuentra y saber qué puede consumir, y que comience en forma gradual. Quizás para muchos es difícil por no tener los medios para comprar en una dietética.
—¿Es excluyente en ese sentido o se pueden encontrar alternativas?
—Lo que encarece es que no es masivo, entonces hay que ir a una dietética y no a un supermercado –aunque ya están apareciendo algunos productos en estos establecimientos. Se debiera poder ir a un comedor y comer productos veganos. No sé cuánto cuesta un kilo de carne; el kilo de quinoa tal vez supera los 200 pesos, pero alcanza para todo el mes. Si hay que alimentar una familia sobre la base del sustento vegano, hay legumbres, verduras –se puede hacer una huerta– o buscar formas cooperativas con otras personas. El costo del arroz integral no difiere mucho del industrial. No es caro cuando comienza a verse la diferencia y los resultados que se logran respecto a la salud.
—¿Tu posición respecto a la miel?
—Es un producto propio de las abejas y no la consumimos. El azúcar industrial es un veneno.
—¿Alguna información para contacto?
—Nos conectamos a través de Facebook en la página Asamblea Permanente por los Derechos de los Animales-Paraná, Vegetarianos y Veganos de Entre Ríos, mi face personal y mi señora tiene Verde Corazón Vegano –donde se puede solicitar productos. Para quienes quieran ver algo que les puede cambiar la vida, la película Earhtlings; también en Respuestas Veganas y Filosofía Vegana –en Facebook– pueden encontrar contenidos, y para la alimentación: Dimensión Vegana –donde hay recetas y videos.
Vegetarianos famosos de la historia
Las siguientes son algunas de las personalidades de la Historia, destacadas en muy diferentes ámbitos y que fueron vegetarianos, veganos, crudiveganos, frugívoros o pránicos: Leonardo Da Vinci, Pitágoras, Confucio, Albert Einstein, Marguerite Yourcenar, Mahatma Gandhi, San Francisco de Asís, Alice Walker, Buda, Bernard Shaw, doctor Kellog, San Basilio, Porfirio, Bernardine, Gabriela Witek, Soame Jenyns, Carl Lewis, Martina Navratilova, Madonna, Richard Gere, Bryan Adams, Kim Basinger, Prince, Olivia Newton-John, Bill Clinton, Carlos Santana, Bob Marley, John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, Martin Luther King, Juan Pablo II, Konrad Lorenz, Jiddu Krishnamurti, Franz Kafka, Albert Schweitzer, Aldous Huxley, George Bernard Shaw, Nikola Tesla, Gaudí, Friedrich Nietzsche, Abraham Lincoln, Charles Robert Darwin, Victor Hugo, Voltaire, William Shakespeare, entre muchos otros.