La historia de los ovnis nazis

Enigmas. Hay investigaciones históricas que dan cuenta de que científicos de Alemania lograron impulsar tecnología para construir platillos voladores. Parte de los estudios ¿habrían llegado a Entre Ríos, en cercanías de Tala?
1 de junio 2015 · 06:13hs
Gustavo Fernández / Especial para UNO
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Primero fue solo un rumor. Corría entre los soldados norteamericanos, británicos y franceses que cayeron sobre la Alemania arrasada del final de la Segunda Guerra Mundial. El silencio forzado a que les sometieron sus superiores, la amenaza de cárcel severa hizo que se perdieran muchos testigos directos con el paso de los años. Pero algunos documentos, viejas fotografías, relatos orales transmitidos en el seno de las familias perpetuaron lo que se creía solo un mito: sobre el final de la Guerra, los nazis habían logrado la tecnología para construir verdaderos “platillos volantes”.

Prototipos funcionales

De dos, cuando menos, se tiene documentación escrita. Uno, pequeño, llamado “Haunnebu” que se habría fotografiado en forma operacional. Otro, de mayores dimensiones, llamado “Andrómeda” –se dice- que habría estado en condiciones de viajar al espacio. Ciertas fuentes aseguran que fueron desmantelados por los americanos y llevados en secreto a USA, sentando las bases de una “tecnología secreta” paralela a la carrera espacial que, precisamente gracias a dos científicos también nazis (uno, archiconocido, Werner Von Braun. Otro, desconocido pero un verdadero “genio en las sombras”: Willy Ley) se desarrollara en el país del norte. 

Algunos teóricos, en cambio, sostienen que en realidad esos prototipos –y mucha más información- fueron llevadas a una base secreta que los nazis estaban desarrollando en la Antártida. “Nueva Suabia” se la llamaba, y fue la razón de la mentirosa “campaña científica” del comandante Richard Byrd al frente de 15.000 soldados en el verano de 1947. Es un secreto a voces que se trató de una monstruosa operación militar encubierta. Es también un secreto a voces que cerca de 200 militares murieron –según los informes oficiales- en “accidentes”.

Pero, ¿qué pruebas hay –además de esos documentos- que cuando menos por algunos años siguieron campeando por los cielos los “ovnis nazis”.

Muchas

El increíble parecido del OVNI aterrizado en la base británico-estadounidense de Kicksburg con “Die Glocke”, la “campana”, un proyecto “negro” nazi al que enseguida me referiré, el número sugestivo de ovnis que presentaban una esvástica en su superficie reportados a fines de los 40 y principios de los 50 y, finalmente, el inevitable parecido del “Haunnebu” con el ovni de Adamski y otros alimentan ese abordaje. Empero, la gran crítica que los escépticos suelen plantear (aquellos que, sin negar que los nazis llegaran a construir prototipos de aeroformas circulares pero “simplemente” propulsadas a retropropulsión se mofan de suponerles una tecnología tan avanzada que fuera capaz de llevarles al espacio o alcanzar los parámetros de comportamiento que habitualmente se le asigna a los mismos y que hablan de conocimientos aplicados muy por delante de nuestra actual –y más aún; la de ese momento histórico- tecnología): si realmente los hubieran tenido, los habrían empleado en combate y –merced a su superlativa performance, sin necesidad de construir grandes números- asolar, sin ir más lejos, los centros urbanos y fabriles de Estados Unidos. 

Simplemente y como comparación, imaginemos si en la Segunda Guerra Mundial cualquiera de los bandos en pugna hubiera dispuesto de apenas una docena de modernos aviones de combate…

Bien, mi reflexión apuntará a demostrar que razonar de esa manera para excluir la posibilidad de que los nazis realmente hubieran accedido a tal tecnología peca por defecto.

Recordemos en qué contexto se adquiere –según las versiones que han llegado a nosotros- el conocimiento tecnológico que permitió –según los exégetas de los “ovnis nazis”- desarrollar el “Haunnebu” y el “Andrómeda”. Todo se fundamenta en el manejo de una fuerza misteriosa, el Vril. O no tan misteriosa, si pensamos en la “fuerza ódica” de Von Reichenbach, el “Orgón” de Wilhem Reich, el “präna”, el “ki”, el “manas” polinésico… Y ese conocimiento no “aterriza” (discúlpenme el mal e inevitable chiste) entre los nazis como producto de una investigación exotérica sino como absoluta canalización esotérica. Ya que en efecto, es la “Sociedad Vril” (“Wahrheitsgesellschaft: Sociedad por la Verdad”) , un desprendimiento de “Última Thule”, la afamada organización ocultista que sirviera de fundamento al Partido Nacional Socialista alemán y de la que fuera secretario de Actas Adolf Hitler, la que alrededor de 1925 en reuniones de tipo mediumnímico afirma haber contactado una civilización extraterrestre la que les habría proporcionado la tecnología de conversión del Vril.

Suponer que se hubiera aplicado inmediatamente la reciente tecnología basada en el Vril para inclinar la balanza del conflicto a favor de Hitler y los alemanes, es una lectura simplista. Que demuestra, en todo caso, el profundo desconocimiento de quien lo diga respecto de la operatoria y cosmovisión de muchas sociedades esotéricas. 

Sin aplicar ningún rasero moral, es un hecho que muchas de ellas, por su propia concepción, se consideran ajenas al momento histórico, al núcleo social, a la nación o al “compromiso ciudadano” dentro del cual se gestan. Un miembro de muchas órdenes se debe primero a otros Hermanos de Orden y luego, quizás, a su país. Eso explica su crecimiento, su sostenimiento a través de los siglos y (sobre todo) su poder.

Así que es ingenuo suponer que los máximos responsables de la Sociedad Vril (o en lo que haya mutado durante la guerra) pondrían sus logros a disposición de su país beligerante. Quizás, sí, a disposición de unos pocos y elegidos jerarcas. Usaron el aparato industrial de la Alemania nazi, sus recursos humanos, financieros y científicos para alcanzar determinados objetivos (supongamos: transformar la información canalizada y recibida en vehículos operativos). Y luego, simplemente, se pusieron a resguardo, en este planeta (“Nueva Suabia”, en la Antártida, quizás sólo en forma provisoria) u otros, abandonando al inmenso conjunto humano, fabril, urbano, que les fueron funcionales, a la derrota, el escarnio, la culpa, la destrucción y la muerte.

¿Experimentaron con la teletransportación?

Pero ese no fue su único “proyecto negro”, abortado (¿abortado?) por la derrota militar. En la abandonada mina de Wenceslas, en el “Sudetenland”, “Die Grockle”, “La Campana” era el desarrollo de un aparato que quizás continuó luego siendo experimentado en EE.UU. pero sobre el cual se discute su verdadera función: generador de antigravedad, apertura de “agujeros de gusano”, puerta en el tiempo o propulsor cósmico a velocidad lumínica. Este es un boceto de la historia.

En 2001, salió a la venta un libro muy especial. Su título era En busca de la gravedad cero y su autor, un británico devenido investigador histórico, Nick Cook, supo presentar en él una interesante y muy bien documentada historia sobre “proyectos negros” nazis, tecnología extraña aún para los cánones de este incipiente siglo XXI, rumores y calificada información científica. Entre otros ítems, se proponía una explicación alternativa sobre los “foo fighters”, esas misteriosas “bolas de luz” de comportamiento inteligente que los pilotos aliados observaron atónitos en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. 

Junto a un investigador polaco llamado Igor Witkowski, que ya había escrito varios libros sobre entretelones de la tecnología alemana de ese período, enfocaron su atención sobre una región montañosa próxima a la frontera checa, en el “Sudetenland”, o Baja Silesia. Allí, aparentemente, tropas especiales alemanas bajo la égida de un “Spezial Kommando” constituido por científicos altamente especializados y la “créeme” de los oficiales de las SS, trabajaban furiosamente, casi sobre el final de la guerra, en el desarrollo de un dispositivo antigravitatorio. 

Los estudios de la dupla apuntaron a reunir evidencia circunstancial de que el resultado de tales experimentos se condecía significativamente con efectos del tipo “foo fighter”, en tanto excedían las limitaciones de la física normal, la alta cota de vuelo de las apariciones, los bruscos cambios de dirección con instantáneas desaceleraciones y aceleraciones, características que ni entonces ni en el presente pueden imitar los recursos aeronáuticos y espaciales conocidos.

El punto de partida de sus investigaciones fue un oscuro libro escrito por un exoficial de las SS, de apellido Sporrenberg, titulado La Wunderwaffe [1], en edición del autor. En él se cita que la última noticia de este dispositivo era que había sido ocultado en una mina abandonada cerca de la pequeña aldea polaca de Ludwigsdorf, hoy en día llamada Ludwikowice. De hecho, consta en los registros históricos de los tribunales polacos que el oficial Karl Sporrenberg fue encontrado culpable de varios crímenes que él había cometido mientras estaba a cargo de las tropas especiales ya mencionadas. 

Este proporcionó en su libro información detallada sobre el grupo de científicos y su destino (cuando 62 de ellos fueron ejecutados mientras el ejército Rojo se cernía sobre Ludwikowice) y su suposición de que el dispositivo quizás había sido enviado a último momento hacia Noruega. En tanto, Cook y Witkowski visitaron la región, que en tiempos previos a la guerra había pertenecido al Reich, donde muchas de las minas de carbón situadas en la región montañosa fueron utilizadas como instalaciones de producción para la Wehrmacht, imposibles de ser vistas por los aviones de reconocimiento. Allí, ciertamente, se produjeron algunas piezas clave de las V-2, en lo que se conoce como “Colina del Búnker”, en las afueras de la estrecha y alargada aldea que discurre a ambos lados del horrible camino solamente hasta la misma. 

Aquí comienza lo interesante: desde ella, nace otro, totalmente distinto, de 2,5 metros de ancho, hecho de sólido concreto ascendiendo lentamente las colinas serpenteantes. El visitante se encuentra primero con la típica compuerta de un polvorín, con otras del lado opuesto del montículo que alguna vez lo cubriera.

La cámara en la cual se llevaban a cabo los experimentos estaba situada en una galería cavada profundamente bajo tierra. Tenía un piso de aproximadamente 30 metros cuadrados y sus paredes estaban cubiertas con baldosas de cerámica con una sobrecapa de grueso revestimiento de goma. Después de aproximadamente diez ensayos, la sala se desmanteló y sus partes componentes fueron destruidas. Solo la campana misma se conservó. Los revestimientos de goma eran remplazados cada dos o tres experimentos y eran echados a un horno especial.

Cada ensayo duraba aproximadamente un minuto. Durante este período, mientras la campana emitía su pálido brillo azul, el personal permanecía a unos 150 a 200 metros de la misma. Todo equipo eléctrico que estuviera dentro de ese radio habitualmente haría cortocircuito o se estropearía. Después, la sala era empapada hasta por 45 minutos con un líquido que parecía ser salmuera. Los hombres que llevaban a cabo esta tarea eran prisioneros del campo de concentración de Gross-Rosen.

Según comenta el especialista Milton W. Hourcade durante las pruebas, los científicos colocaban varios tipos de plantas, animales y tejidos de animales en la esfera de influencia de la campana. En el período inicial de ensayos de noviembre a diciembre de 1944, casi todas las muestras fueron destruidas. Una sustancia cristalina se formaba dentro de los tejidos, destruyéndolos desde dentro; líquidos, incluyendo sangre, se hacían gelatina y se separaban en fracciones claramente destiladas. 

Las plantas expuestas a la campana incluían musgos, helechos, hongos y moho; los tejidos animales incluían yema de huevo, sangre, carne y leche; los animales iban desde insectos y caracoles a lagartos, sapos, ratones y ratas.

Con las plantas, se observaba que la clorofila se descomponía o desaparecía, volviendo a las plantas blancas cuatro o cinco horas después del experimento. Dentro de las 8 a 14 horas, ocurría un rápido decaimiento, pero difería de la descomposición normal en que no estaba acompañada de olor. Al final de este período, las plantas habitualmente se descomponían en una sustancia que tenía la consistencia de grasa para ejes.

En una segunda serie de experimentos que comenzaron en enero de 1945, el daño a los sujetos de prueba se redujo en aproximadamente un 12 a un 15 por ciento luego de ciertas modificaciones al equipo. Esto se redujo a un dos o tres por ciento luego de un segundo conjunto de ajustes. La gente expuesta al programa se quejaba de enfermedades, a pesar de su ropa protectora. Las mismas iban desde problemas para dormir, pérdida de memoria y equilibrio, espasmos musculares y un permanente y desagradable sabor metálico en la boca. El primer equipo se dijo que fue disuelto como resultado de la muerte de cinco de los siete científicos que participaban.

  “La Campana debe haber emitido radiaciones como el infierno” –dice uno de sus informantes, un tal Marckus– “generando energía electromagnética en todas las frecuencias, desde ondas de radio a luz; no en vano enterraron tanto la maldita cosa.”. El hecho de que los alemanes hayan llenado los cilindros rotatorios con una mezcla de diferentes metales también es significativo, cree él. Si se pueden obtener las proporciones exactamente adecuadas se tiene una posibilidad aún mejor de interactuar con un campo de gravedad cero. Pero sería un proceso de mucho acierto y error, avalada por un comentario de Sporrenberg. Cada prueba había sido muy corta, durando un promedio de aproximadamente un minuto. Se parecía mucho a como si los científicos hubieran estado tratando de “sintonizar” la campana como se hace con una radio.

“Si se logra exactamente se tiene una muy interesante pieza de instrumento”, dice Marckus; “si se erra todo lo que se tiene es un costoso desecho”. Manipúlese la inercia de un objeto y se ha extraído su resistencia a la aceleración. Póngaselo en el espacio y continuará acelerando todo el tiempo hasta la velocidad de la luz, y quizás más allá de ella. Manipúlese el campo de gravedad local alrededor de un objeto y se puede obtener que levite”. Para cuando se escriben esos comentarios, ambos caminos de “propulsión avanzada” estaban siendo explorados dentro de la iniciativa de Innovaciones en Física de la Propulsión, de la NASA.

Pero aquí viene la verdadera parte difícil. El vórtice de energía que se supone este aparato debía generar, no es un fenómeno tridimensional o aún cuatridimensional. No puede serlo. Para que un campo de torsión sea capaz de interactuar con la gravedad el electromagnetismo tiene que estar revestido de atributos que fueran más allá de las tres dimensiones de izquierda, derecha, arriba y abajo, adelante y atrás, y del campo de tiempo cuatridimensional que ellas habitan; algo que los teóricos por conveniencia le llamaron la quinta dimensión, el hiperespacio.

¿Dónde está?

Cook está seguro de que la campana fue localizada por los estadounidenses y llevada a su país, donde se continuó experimentando en tiempos posteriores a la espera del momento de implementarla. La obvia pregunta de “Si es así, ¿por qué aún no hemos visto las aplicaciones de la misma?”, tiene dos respuestas, una obvia y la otra no tanto. La primera, que la economía mundial está edificada sobre la explotación petroquímica: recién en estos años en que avizoramos su próxima desaparición comienza a ser funcional el desarrollo de tecnologías alternativas, primero, claro, con aplicaciones militares. La otra respuesta es que sí está siendo usada, pero nos lo han ocultado y, según estos investigadores, es en el bombardero B-2 “Stealth” donde se emplea como coadyuvante del sistema de propulsión una pequeña generación de antigravedad. Máximo secreto militar, por supuesto. Los analistas que sospechan esto se fundamentan en un detalle: visto en planta, el B-2 no tiene dos extremos de alas, tiene siete, pues su “borde de fuga” es aserrado. Una tecnología meramente antirradar, por el contrario, necesitaría lo primero –un borde de fuga sencillo– para minimizar la exposición a los sistemas de detección. Un “borde de fuga” aserrado, en cambio sí es funcional para una cosa: incrementar los puntos de descarga de la masiva electricidad estática que necesariamente se condensaría en forma de campo alrededor de un aparato antigravitatorio.

  Ah, por cierto. Existe el rumor de que en las cercanías del río Gualeguaychú habría aterrizado, luego de la Segunda Guerra Mundial, un avión con personal nazi, y que habrían ocultado en algún punto equipo de naturaleza desconocida. En lo personal, miro el mapa y observo que no está lejos de la población entrerriana de Rosario del Tala donde, como recordarán, informamos que existirían los remanentes de un centro secreto de experimentos digitado por europeos desde antes de la guerra. Y sí:  existe la anomalía, como pueden ver en la Revista de la Asociación Geológica Argentina, http://www.scielo.org.ar/scielo: “Se ha elegido como caso testigo el área situada hacia el sur de la localidad de Gualeguaychú, en el extremo sudoriental de la provincia de Entre Ríos. Ésta fue seleccionada pues se tenía conocimiento del cese de operaciones y existía interés de autoridades locales en verificar la ausencia de anomalías indicadoras de potenciales residuos peligrosos para el ambiente. La interpretación de la respuesta magnética obtenida sugiere que los objetos enterrados con alta susceptibilidad magnética, no serían de grandes proporciones…”.

La honestidad profesional nos obliga a citar que las conclusiones del mencionado estudio son que los objetos parecen “tambores de menos de un metro de diámetro” y, de paso, contradecirse a sí misma cuando más adelante sugiere que “se trata de objetos ferrosos de menos de dos kilogramos de peso”, todo atribuible, posiblemente, a un relleno sanitario. Conocedores por sufrimiento propio de la burocracia argentina, nos preguntamos –porque conocemos– si se habrán hecho estudios de semejante nivel científico en cualquiera de los centenares de tóxicos y apestosos rellenos sanitarios de todo el país (útiles también para sepultar grandes negociados corruptos y decenas de cuerpos de desaparecidos), muchos (como los del Gran Buenos Aires o Gran Rosario) infinitamente más grandes que los de la pequeña ciudad de Gualeguaychú. La respuesta es esperable: no. De manera que volvemos a preguntarnos porqué tanto interés de las autoridades en este particular caso, y sospechamos que detrás de esta “preocupación sanitaria” puede esconderse otra cosa. Será cuestión de seguir investigando. Tan simple como eso.

Quizás sea difícil de aceptar, pero todo parece señalar que mientras una parte, gran parte, de la humanidad se desangra por un progreso lento, consume recursos naturales de forma energética, desarrolla avances a fuerza de los años, hay una élite mundial, verdadero poder en las sombras, que dispone de recursos propios de ciencia ficción: aeronaves capaces de alcanzar distancias interplanetarias, energías renovables y gratuitas, medicamentos absolutos. Se les llama Illuminati… pero esa es otra historia. 

 
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