Carlos Damonte/ Jefe de Redacción de UNO
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Algunas estupideces repetitivas en la red social
Algo huele a podrido en las redes sociales. La impunidad con que usuarios expresan pareceres ya no sorprende. Irrita. Soy de esos que invitan a la discusión. De los que se motivan y tonifican al cambiar opiniones, hasta acaloradas, al punto de sentir inflamada la vena del cuello y ver al otro colorado de tanto pensar y hablar al mismo tiempo. Las discusiones en la red son todo lo contrario, la diferencia es tanta como la que existe entre tener sexo y hacer el amor. No hay punto de comparación. El no ver al otro hace la diferencia.
Cada tanto sigo, como disciplina laboral, algunos debates que se dan en torno a noticias de UNO. Están los que dejan su punto de vista y nada más; los que además fundamentan en un sentido o en otro y los que lisa y llanamente ponen algo por el solo hecho de aparecer. Son los que terminan denigrando al medio, a la red misma. Anoche, sin ir más lejos, la noticia sobre el crimen del profesor Vera mereció la atención de miles de personas que instantáneamente expresaron su pesar. Pero entre tantos de ellos había muchos más que, como Anahí Castañeda ponían cosas de este estilo: “DEN NOMBREEEE”. Ni habían leído la breve noticia donde se consignaba la información personal de la víctima pero ya interactuaban. “Por favor, digan quién murió” escribió Mily justo debajo de la crónica. Ana Valeria puso cordura con una pregunta: “¿Che, nadie lee la nota?”.
También me sorprendió ver cientos y cientos de clicks en “me gusta”. Queda feo. La verdad hay que estar para ponerle me gusta a la noticia de un asesinato. La instantaneidad que proponen las redes son explotadas en consecuencia. No se detienen, generalizando, ni un instante a reflexionar sobre lo que acaban de consumir. Opinan de inmediato y cuando lo hacen incurren en el pecado de desnudar su ignorancia.
Vaya otro caso resonante que refiere a la noticia de UNO sobre el deplorable estado en que quedaron seis pianos de la Escuela de Música de Paraná. Nora Albornoz eligió agredir a la periodista y hasta le exigió que pida disculpas por informar. En rigor, la dama escribió: “Lucila Tosolino, cómo se puede hacer una nota con tantas inexactitudes, ¿podrías decirnos dónde estudiaste periodismo? Este es un claro ejemplo de peridismo (sic) amarillo, sensacionalista que lo único que produce es daño. Las fotos son impactantes pero no reflejan la realidad ya que los pianos estaban rotos antes de iniciada la obra, Esperamos que si queda algo de ética profesional pidas disculpas!”. ¿Disculpas de qué? ¿De contar un hecho? ¿Amarillismo y sensacionalismo? Tales términos están ligados a relatos periodísticos dotados de una espectacularidad que no encuentra parangón con el hecho real y en este caso se trata de una lisa y llana crónica de sucesos con el testimonio de quienes hicieron públicos los hechos, un grupo de estudiantes. Señora Nora, los pianos nunca debieron estar en medio de una obra en construcción. Que estaban ya rotos está consignado.
La herramienta elegida para menospreciar el hecho del que se informó es tan vieja como efectiva; se trata de matar al mensajero. En otras palabras, ante una noticia que molesta se escogió agredir de alguna forma al periodista que la informó antes de ver quién tenía que tomar cartas en el asunto y no lo hizo. Es más, ya que estamos contamos que todavía se ignora si fue sancionada la persona que dejó los pianos en medio de la obra de refacción.
Hace días nada más, el domingo, la periodista Luciana Actis escribió en esta página sobre los patoteros virtuales y concretó una descripción en torno de las personas que menoscaban el esfuerzo ajeno y hasta lo discriminan. Esta nota va por el mismo camino. La reiteración viene a cuento de la necesidad de encender una alarma y precisar que en varios aspectos las redes sociales vienen en caída libre. Una herramienta formidable para comunicar a las personas a partir de la escritura es contaminada, vaya paradoja, por gente que no lee. Porque, y vale la pena insistir, si se leyera antes de opinar sobre la noticia que se tiene frente a los ojos nadie en su sano juicio preguntaría el nombre del profesor asesinado. Y menos aún se trataría de sensacionalista una crónica que refleja la desidia de algún agente público que debía instrumentar el traslado de seis pianos antes de ponerse a romper paredes a su alrededor.