Aulas vacías en un camino errante. Si la educación es el cimiento de una Nación, Argentina hace décadas construye castillos en el aire. Desde esa alegoría se entiende el atraso, la postergación, la marginación y exclusión creciente en un pueblo atado a ese marcado y forjado destino inequívoco.
20 Aniversario: Aulas vacías en un camino errante
Por Daniel Caraffini
Transitando las últimas semanas de este inédito e inesperado 2020, prácticamente la gran mayoría de actividades cotidianas se han restituido de manera total o parcial, con imprescindibles medidas sanitarias para evitar la propagación del Covid-19. Sin embargo, el ámbito educativo se ha mantenido casi ajeno a ese proceso. A más de 240 días de la última clase presencial, apenas un puñado de chicos espera regresar a las aulas antes de que finalice el año; la mayoría estará, como mínimo, casi un año sin pisar la escuela, ante un marzo 2021 aún sin perspectiva clara.
Esto se ha dado en una situación extraña: prácticamente todos los actores involucrados en la temática, gobiernos, gremios, docentes y fundamentalmente la sociedad, los padres, mantuvieron a lo largo del año un consenso generalizado acerca de lo inapropiado, impertinente y riesgoso que representaba cualquier forma de reanudación escolar transitoria y de emergencia.
Se trata de una controvertida coincidencia que trasunta una ligera despreocupación, falta de consideración o de análisis sobre los niños y adolescentes sin clases presenciales. Esto, en medio de una prolongada crisis educativa que se extiende, y que acentúa las brechas sociales en un país cada vez más fragmentado, injusto y pobre.
En noviembre 2020 se puede ir a la playa o una sala de bingo, a jugar al fútbol, pero la mayoría de los alumnos no ha vuelto siquiera a un día de clases presenciales, lugar indispensable para cumplir con éxito los procesos de aprendizaje, vinculación y contención social y emotiva. La virtualidad, que llegó para quedarse, no alcanza aún a lograr umbrales mínimos de nivel de conocimientos, más aún en los sectores populares, ahora excluidos por la falta de acceso a las tecnologías.
Todos han minimizado el rol de las instituciones escolares, que excede lo meramente académico y constituyen un pilar básico para la construcción social. La educación no es una caridad sino una obligación para el Estado, un derecho y un deber a la vez para los ciudadanos, sostenía Domingo Faustino Sarmiento.
Y mientras el supuesto terror al “bicho” epidémico parece inmovilizar y silenciar a los adultos sobre el rol de la educación en este tiempo y en el futuro, miles de personas se movilizan, agolpan, desafían y se rebelan con “banderazos” en defensa de la Justicia, de la libertad de prensa, o de los terrenos de Etchevehere, o tantos otros conflictos mediáticos presentados como más urgentes.
Planteos y demandas colectivas de un lado y del otro de la grieta, que la educación parece esquivar.
En la Argentina 2020, por muchas otras causas y consecuencia anteriores a la pandemia del Covid-19, siete de cada 10 alumnos del último año de la Secundaria no alcanza un nivel satisfactorio o avanzado en Matemáticas; en Lengua, cuatro de cada 10. En los últimos años, estos preocupantes indicadores han marcado una tendencia ascendiente; ocho de cada 10 alumnos promueven el año de estudio que están cursando en el nivel, pero en los estratos sociales más bajos casi el 40% de la población de entre 18 y 24 años no finaliza la Secundaria.
Entre los estudiantes de 16 y 17 años, el 10% no asiste a la escuela Secundaria; la repitencia se mantiene estable en los últimos años en torno al 10%.
Pese a estar establecido por ley, nunca se han cumplido los 180 días de clases, sean gobiernos progresistas o neoliberales. Los docentes siguen teniendo uno de los sueldos más bajos del mercado laboral, y fragmentan su tarea en diversos establecimientos educativos.
En materia de infraestructura, a las precariedades edilicias y de mobiliario se suma ahora la baja dotación o equipamiento técnico y tecnológico, que agravó la pandemia en la obligatoria educación virtual.
Los procesos educativos on line se desarrollan con más de la mitad de los chicos de escuelas púbicas que solo cuentan con un celular para hacer frente a las actividades escolares, y dos de cada 10 no tienen ningún dispositivo, sea notebook, tablet o PC.
La brecha digital acentuó la desigualdad.
De todo esto, y de más, UNO ha venido marcando la agenda en estos 20 años: gobiernos y autoridades con cambios de rumbos y de leyes, cada cuatro años; gremios docentes con planes de lucha muchas veces controvertidos, en un escenario de vaciamiento de aulas en escuelas públicas, baja calidad educativa y deterioro del prestigio del sistema educativo nacional.
Testimonios de esa realidad resultaron publicaciones que a lo largo de los años han reflejado el abandono escolar (Por día de clases una docena de alumnos abandona la Secundaria); la precariedad de la tarea docente (Profes taxis, la realidad de una precarización que afecta la calidad educativa en Secundaria), la baja graduación (Solo la mitad de los estudiantes se gradúan sin sobreedad); la privatización de la educación (El vaciamiento de la escuela pública que comenzó en los 90 y se profundizó en el siglo XXI), los problemas estructurales (En la Argentina del Bicentenario, todos los problemas son de educación). UNO fue caja de resonancia también de ejemplos de esfuerzo y dedicación, de jóvenes abanderadas en la escuela Lomas del Mirador para superarse y trascender. Por solo citar algunos de los documentos, aportes o experiencias difundidas.
Sin presión social
Ha estado ausente en este largo tiempo otro actor protagónico de la comunidad educativa: la familia.
La gente, y la clase media en particular, ha sido históricamente el motor de las transformaciones. Ya no lo es, al menos en materia educativa: por un lado, se replegó en la escuela privada; pero además, se desentendió de la problemática y se alejó de aquel precepto fundante de nuestros antepasados, que tenían marcado a fuego que la educación era la base para ascender, progresar y transformar la vida personal y de una comunidad.
“El hombre es lo que la educación hace de él”, frase del filósofo Immanuel Kant, es en palabras de nuestros abuelos y padres, aquello de “estudiar para ser alguien en la vida”, que nos repetían.
Esa alta valoración social sobre la educación parece perdida en nuestro país. Tanto como la igualdad de oportunidades, en una sociedad donde lo único que crece en las últimas décadas es la pobreza.
El mundo de hoy, y el de mañana requiere, entre tantas cosas, nuevas formaciones. Estas demandas de adaptación y transformación educativa están presentes con el advenimiento del nuevo siglo. Sin éxito por su nulo desarrollo, se presentaron y propusieron por ejemplo, nuevos aprendizajes para el futuro, como la robótica, la programación y las nuevas tecnologías; y otros para desarrollar la creatividad, la innovación, el trabajo en equipo, las capacidades técnicas.
Sin embargo, estamos sumergidos en un mar de necesidades, olvidos y marginaciones, de tareas pendientes del siglo pasado. Entonces 2021 deberá adaptar esos objetivos de alto valor e interés, para otros como un volver a empezar, como reparar la grave deserción escolar que se agravó este año por la pandemia.
En medio de este contexto de cambio radical en los métodos de enseñanza, ¿puede la educación volver a ser la misma que era en marzo?
¿Se han fijado las bases donde se asentará la nueva educación, para el día después de mañana?
¿O viviremos otra vez, previo al inicio del calendario escolar 2021, un enésimo capítulo entre Gobierno y gremios por salarios, para demostrar que nada cambió, ni siquiera después de la pandemia?