Sergio Medina es especialista en taxidermia y desde hace 10 años es el encargado de “darle vida” a los animales del Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas Prof. Antonio Serrano, en Paraná. Su interés por este trabajo comenzó cuando tenía 15 años y no quería que los animales muertos desaparecieran. “Les ponía alcohol, me salía cualquier cosa y se echaban a perder”, contó. Decidió que esa era su pasión, por eso ya más grande viajó a Cañuelas, en Buenos Aires, estudió y se convirtió en uno de los pocos, sino el único taxidermista entrerriano.
Taxidermia: El arte de convertir cadáveres en esculturas
Por Valeria Girard
La entrevista se hizo hace un tiempo, antes de la pandemia del coronavirus y al concertarla no sabíamos qué animal nos tocaría para ver el procedimiento y la técnica utilizada. Finalmente un día Sergio llamó porque le habían traído una yarará que un hombre encontró en la ruta, y que había sido pisada por un vehículo. La tenía para descongelar, así que acudimos al día siguiente.
En su laboratorio, al final del pasillo del museo de calle Carlos Gardel 62, mientras cortaba el vientre del reptil, Sergio Medina contó sobre su oficio y aclaró la diferencia entre su arte y el embalsamado. Desde sus 15 años hasta hoy intervino sobre el cuerpo de más de 1.000 animales. Los primeros eran “cualquier cosa”, al adquirir la práctica y con las técnicas los resultados fueron mucho mejores.
“Taxidermia es una palabra griega. Taxi significa movimiento y dermia, piel. Trabajo solo con la piel del animal. Antes se usaba arsénico para conservarlos; que es un veneno, ahora se le echa bórax, que es como la sal, si queda algo de carne la seca y no deja olor”, contó Medina.
Se puede hacer desde la cabeza de un búfalo hasta un colibrí. Los animales más difíciles son los más pequeños, como las perdices y algunos pescados que tienen la piel muy fina; los más fáciles de hacer son el lagarto overo, yacaré o algunos patos, que tienen cuero más grueso.
“Mi mayor objetivo es conservarlos como si estuviesen vivos y poder mostrarle a la gente, sobre todo a los niños, el ejemplar. Que queden aquí pensando en un futuro, porque el día de mañana muchos animales no van a existir y lo van a tener ahí, reflejado”, dijo y agregó: “Es una ciencia. Tenés que lograr hallar la misma expresión del animal, su mirada, su forma, por eso es necesario conocerlo en su hábitat”, explicó el entrevistado.
La diversidad del mundo natural, sus protagonistas y un conocimiento profundo y acertado de los mismos es lo que ofrece el Museo Serrano.
Nuestro patrimonio natural posee una riqueza extraordinaria de especies de fauna y flora y la sala contiene ejemplos de una buena parte de ellos entre animales propios de la geografía entrerriana y especies que habitan en diferentes rincones de la Argentina.
Medina lleva a cabo las ambientaciones del hábitat y cada ejemplar puede ser observado en su contexto. Hasta recreó un espacio, con luz negra y apariencia de nieve donde se puede ver un pingüino.
“Muchos te dicen sé hacer taxidermia. Le echan formol y el animal les dura dos años como mucho, después se les empieza a caer el pelo o las plumas, porque les dejan carne adentro. La taxidermia es sacarle todo y trabajar sólo con la piel del animal, embalsamar es cuando se les sacan las vísceras y se le deja la carne y los ponen en un líquido para mantenerlos, hay un tercer proceso que es el de momificación”, especificó el paranaense.
Mientras dialogaba con UNO Sergio Medina quitó cuidadosamente la piel de la yarará, luego empezó a cortar el vientre y se encontró con un bulto. En un primer momento pensó que podían ser pichones, pero luego confirmó que se trataba de un cuis con el que el reptil se había alimentado. Durante el proceso, le sacó con mucho cuidado las bolsas de veneno de la cabeza de la víbora.
“Aunque el cráneo de la yarará esté pelado el veneno queda cristalizado en sus colmillos por muchos años, por eso recomiendo que si encuentran un ejemplar muerto lo quemen o lo entierren porque es muy peligroso”, sostuvo.
Primeras experiencias
Su primer trabajo fue una garza. “Me enseñaron unos parientes, medio tocando de oído me animé y la fui haciendo. Empecé como un hobby pero nunca dejé de practicar. Después fui a Cañuelas en Buenos Aires y me profesionalicé. Entonces logré tener los métodos y secretos para que el animal se vea lo más real posible”, señaló.
Ya como empleado del museo lo primero que hizo fue un zorrino. “Dejó olor a orina por una semana en el lugar. Es algo que te tiene que gustar. Desde siempre fue mi pasión y doy gracias a Dios de poder trabajar en lo que me gusta”, aseguro.
“Según la posición de los ojos podés hacerlo enojado o tierno. Trato siempre de hacer el espacio donde en vida se desenvolvió el animal, para que quien lo vea pueda relacionarlo con su hábitat, ver qué comen. Podes recrear escenas en movimiento como si estuviese cazando algo, es algo más integral. En el museo hice una granja, porque muchos niños no sabían de dónde venían los pollitos, por ejemplo”.
Muchas personas le han llevado mascotas, como loros y gatos, porque fueron muy importantes en su vida y quieren que, de alguna manera, se queden con ellos.
Práctica artística
La existencia de la taxidermia se justifica de diferentes maneras, principalmente como una práctica artística que expone, documenta y conserva animales después de morir. La ejecución de esta disciplina fue históricamente considerada como un ejercicio cercano al de las artes plásticas, debido a los conocimientos implementados como anatomía, escultura, pintado y disección.
Lo más llamativo del oficio de Sergio es imaginar de dónde salen sus animales y cómo transforma un cadáver en escultura. “No matamos los animales. Se donan o los encontramos muertos en la ruta. Quien encuentre un animal debe meterlo en una bolsa en el freezer y luego traerlo”, explicó el taxidermista.
Una vez en el museo, comienza la magia, el proceso de devolverle al animal una ilusoria y eterna libertad a cambio de sus entrañas.