Ponciano Jacinto Zaragoza. Menudo desafío aparece con esta figura de los baldosones entrerrianos y crespenses. Poeta y escritor, autodidacta y cuasi inédito, apreciado y vilipendiado, artista y boxeador. Quizas de este juego de contradicciones donde una faceta parece la contracara de la otra, la última de todas ellas (artista y boxeador) no represente esa imagen de medalla anversa y reversa sino que por el contrario sean facetas de la misma calaña. Ser artista y boxeador sería más o menos lo mismo o es eso lo que hemos venido pregonando hasta aquí.
Cosas dichas y que se dicen sobre Ponciano Jacinto Zaragoza, poeta y boxeador.
Artista al estilo del viejo Ernest aunque bien parecido a la irreverencia de Craver que a la aplicación de Doyle, la vida de Zaragoza es a los lectores como las mismas contradicciones del principio. Quiero decir en muchas situaciones se lo valora como un bohemio de élite, un acabado hombre de las transgresiones…pero en muchas oportunidades es también un mal ejemplo, un desconsiderado y un sujeto sin ubicuidad.
Tal vez sean percepciones, o quizás puntos de vista apenas. LA pregunta ante la centena inminente de palabras es si hablar del poeta o hablar del boxeador. Es cierto que en ambos casos es Zaragoza, que es también la misma fisonomía y que resulta hasta inescindible, y por eso lo ideal es sucumbir ante las evidencias y certezas: Zaragoza es Ponciano.
Algunas líneas del poeta
Hay que abundar en archivos y bibliotecas para llegar al corazón orgánico del poeta. Prescindiendo de la superficialidad de las redes lo cierto es que su bibliografía es escasa y los volúmenes donde se menciona o cita su obra son realmente escasos. El fenomenal trabajo del historiador Orlando Britos rescatando la vida y obra de nuestro escritor puede decirse hasta revelador. Recorre Britos una vida inusual, una personalidad frontal y una vida acorde. Y la habilidad naciente de su pluma y verba han plasmado la actividad de Zaragoza tanto en el formato de ensayo como también en el de libreto teatral.
Ambas modalidades son de lectura ineludible y hasta diríamos obligatoria, sin dejar de destacar que más allá de las imposiciones su lectura es verdaderamente ávida.
Ponciano era un escritor de la vida, en la vida, con la vida. Porque era un emergente de situaciones extremas, y porque la calle no le era ajean y porque vivía como decía e inclusive hasta su vida era como un espejo de lo que escribía. Seguramente este juicio no será unánime, pero por cierto que vivir como se dice y como se escribe parece ser sublime. Y al menos, no es una burguesa hipocresía.
Junto a un grupo de amigos y colegas (noctámbulos y narradores) asumía las más extravagantes aventuras y las más dulces poesías. Sus percepciones de la realidad estaban tintas de sutilezas y sus reacciones rayanas a la intolerancia se fueron convirtiendo en proverbiales. Como su enamoramiento de una paisana que vivía en una alejadísimo paraje del monte entrerriano, o sus contestaciones viscerales o también sus percepciones de la comarca.
Ponciano Jacinto Zaragoza tiene muchas poesías y un solo libro publicado, precisamente “Poesías de mi aldea” donde aparecen compiladas muchos de sus poemas. Parece ser que después de un entrevero a cuchillo, y donde hubo un muerto que no era Ponciano, este fue condenado a prisión. El mismo ejerce su propia defensa, mediante diatribas y discursos de muy alto contenido filosófico. Habiendo terminado sus loables palabras, las mismas carecían de contenido jurídico por lo cual terminó preso. Y son sus amigos, en busca de un atajo judicial quienes editan sus poemas con el solo afán de gestionar su indulto gubernamental. Es esa la historia del libro de Zaragoza y del inicio de su libertad presidiaria. Creo que este periodo de reclusión ha sido para él una experiencia más, que justifican su profesión de fe. Así al menos parece surgir de ese poema (Profesión de fe) que dice “Soy como quiso que fuera/ la madre Naturaleza: mi corazón una hoguera/humo y sueños mi cabeza”.
Ponciano el campeón
Pero artista al fin, y con una personalidad poderosa hasta parece un destino que se vinculara al boxeo. En el boxeo cuando uno no es mosca ni pluma, es un gallo. Esto es una cercanía a los 54 kilos, bien al límite de lo esmirriado. Aunque haya diferentes nombres para las categorías, Zaragoza siempre será un piojo.
Nunca fue un profesional en una época donde el amateurismo era casi una regla inevitable; y pretendo creer que eso ennoblece. En verdad que poco y nada hay de registros de sus peleas, de la misma forma que muchos de sus poemas. Pero para verificar su trayectoria pugilística y hasta sus quilates de campeón, un lejano cuan rarísimo afiche promocional aparece como probanza. Perteneciente al archivo personal de Orlando Britos se trata de la promoción de la pelea nada menos que entre el campeón de Paraná Carlos V. Alegre versus el campeón de Crespo Ponciano Jacinto Saragosa. Un combate cuya extensión era de 8 rounds de 2 x 1. Era un día 26 de septiembre de 1928 mientras el afiche imperiosamente indica que “nadie debe faltar a ver este espectáculo del músculo”. No era para menos tal aseveración, si las entradas valían $ 1 para mayores y $ 0, 50 para menores, y para que nadie faltase las señoras y señoritas podía acceder gratis. El lugar era ineludiblemente cálido: el café del señor Jorge del Azar.
También supo ser docente, al menos en lo referido al boxeo pues tenía en Crespo un gimnasio ubicado en su propio domicilio (en el Barrio Azul) donde comunicaba a sus pupilos los rudimentos del deporte. Entre sus alumnos estaba los hermanos Pérez de quienes se recuerda (en el caso del llamado Mario) un triunfo ante Cesar Brion, peso pesado cuyo registro más laureado es haber combatido frente al mítico Joe Louis.
Un epílogo inconcluso
De Ponciano Jacinto Zaragoza se han dicho tal vez demasiadas cosas. Que su reclusión en prisión la tenía merecida, que es ese el sitio un sujeto de su calaña o que un poeta no puede vivir así. Juicios demasiados severos tal vez, inmerecidos quizás y que el tiempo debería subsanar.
Dicen que en sus últimos momentos, la voluntad del “Piojo” Zaragoza era que su lápida tuviera esta leyenda: Aquí yace un poeta que odió tres cosas: la Academia, la mentira y la formalidad”. Falleció en Paraná, en el año 1979 de alguna forma que se ha perdido en el tiempo. Quizás y solo quizás como el mismo dijera “Quiero en los bordes de esta copa llena/dejar mi amargo llanto de vencido/mi imposible soñar de Ángel caído/la pesadez fatal de mi cadena”.
Los datos, anecdotarios, fotos y citas de este artículo se invocan en “El verso, la mujer y el vino” de Orlando Britos, 1995