Laura Espíndola tenía 6 años, y empezaba 1° grado. El domingo 20 de abril de 2003 fue con su mamá a visitar a sus tíos, en el barrio Concejo. Pasaron la tarde, y a las 20.30 fueron a la parada de Vicente del Castillo y 3 de Febrero a esperar el colectivo para regresar a su casa.
A 17 años: una nena asesinada, negligencia judicial e impunidad
Por José Amado
Un grupo familiar del barrio Belgrano decidió, en ese anochecer, saldar las cuentas que tenían con algunas personas del barrio Concejo. Se subieron a un auto Doge 1500 María Godoy, su padre Ramón, su marido Gustavo Romanutti y un amigo, Juan José Retamar. El vehículo frenó en Vicente del Castillo y 3 de Febrero, donde vieron a Martín Burdino, Mauricio Mesa y Sergio Torrilla.
Se miraron, sacaron las armas y se tirotearon. Los del auto quisieron salir, pero el motor del Dodge no arrancó. Un balazo hirió en el estómago a Romanutti, quien se metió en una casa de calle Vicente del Castillo. Un proyectil calibre 9 milímetros impactó en la cabeza de la niña que esperaba elcolectivo. Su mamá la llevó a la casa cercana de sus familiares para pedir auxilio. El Dodge fue incendiado como expresión del dolor y la bronca. Al día siguiente, Laura murió en el hospital San Roque.
La investigación por el asesinato de la niña llevó a la Justicia a todos los que participaron del enfrentamiento, pero la impericia judicial los dejó impunes. Burdino fue el único llevado a juicio y salió absuelto. Diecisiete años después, el nombre de Laura Espíndola sigue representando una de las peores manchas para el sistema judicial entrerriano. Aunque, como siempre, nadie ha pagado con su cargo semejantes desaciertos.
Discordias fatales
La noche del crimen fueron detenidos dos hombres y una mujer, que luego quedaron desvinculados. Al día siguiente fueron tras Godoy y Retamar, mientras Romanutti seguía internado en el San Martín. El robo de un auto Peugeot 404 se mencionaba como posible trasfondo de la balacera. Unos días después cayeron Mesa, Torrilla y otro joven que al poco tiempo fue desligado del caso. El 9 de mayo se dictó el pedido de captura de Burdino.
Las pruebas y testimonios reunidos en la pesquisa no lograron determinar quién efectuó el disparo que causó la muerte de Laura. Se supo el calibre del proyectil, pero el arma de fuego utilizada nunca fue localizada. Pero hubo un testigo clave para la causa que señaló a Burdino como quien ese día portaba la pistola 9 milímetros con la cual mataron a la víctima.
La jueza de Instrucción Susana Medina procesó, por un lado, a dos de los que iban en el auto, Retamar y Romanutti, por el delito de Abuso de arma. Cuando fueron enviados a juicio pidieron la Probation, y tras cumplir el período de gracia, quedaron limpios de cualquier acusación penal. Por otro lado, procesó a Burdino (sin que lo encontraran para imputarlo), Mesa y Torrilla, por los delitos de Homicidio en riña y Lesiones graves. Aquí se centró la polémica en la causa, y las diferencias entre jueces, fiscales, querellantes y defensor se llevarían puesta la causa.
El homicidio en riña es aquel producido durante el enfrentamiento entre varias personas, donde no se puede individualizar a quien ocasionó la herida mortal a la víctima; se concluye que el asesinato se produjo como consecuencia de la pelea, por lo cual se acusa a un grupo de atacantes, y tiene una pena menor al homicidio simple. Algunos creen que el homicidio en riña existe en el Código Penal para acusar a varias personas cuando hay pocas pruebas; en cambio, cuando las evidencias permiten individualizar al autor de la agresión mortal, se imputa el homicidio simple.
Los abogados querellantes que representaron a los padres de la niña, Luis Garay y Martín Navarro, apelaron la resolución de la jueza, y la Sala II de la Cámara del Crimen integrada por los vocales Arturo Landó, Pablo De la Vega y Teresita Nasar dispuso cambiar la carátula. El resultado fue la imputación contra Burdino por Homicidio simple, y la desvinculación definitiva de Torrilla y Mesa, quienes terminaron sobreseídos. El joven del barrio Concejo, de 22 años, era el único que iba a ser llevado a juicio, con pocas pruebas, aunque por entonces todavía no había noticias de su paradero. Terminaba 2003 y de los siete implicados desde el inicio de la causa, no había nadie detenido.
La familia Espíndola afirmaba que a Burdino lo veían paseando en distintos lugares de la ciudad, mientras ellos sufrían por el estancamiento de la causa. Finalmente, el acusado se entregó en Tribunales un año y 10 meses después del asesinato de Laura, junto a su abogado defensor Marcos Rodríguez Allende, el 18 de febrero de 2005. Se decía que se escondió en la casa de conocidos en la provincia de Santa Fe, aunque también se mencionaba que lo veían por los barrios Gauchito Gil y Anacleto Medina.
A inicios de julio de ese mismo año se hizo el juicio, pero el destino de la causa parecía estar amañado y la impunidad de Burdino, casi asegurada. El testigo clave estaba desprotegido y su declaración pendía de un hilo.
No pudieron o no quisieron
Muchas de las personas que declararon en el debate eran todas vecinas del barrio Concejo, que desde uno u otro lado observaron alguna secuencia de la intensa balacera ocurrida en la noche del 20 de abril de 2003. Más de dos años después del asesinato, era muy probable que muchos de ellos se “olvidaran” lo que vieron, porque seguían viviendo cerca de la casa del acusado. No solo Burdino, sino muchas de las personas con quienes se rodeaba, eran muy peligrosas, vinculadas a homicidios y narcotráfico.
En la primera jornada del juicio, María Godoy contó que habían ido a ese barrio para “aclarar unos problemas que teníamos con Burdino”. Luego relató: “Apenas detuvimos el auto Burdino, Mesa y Torrilla empezaron a los tiros contra nosotros, por eso mi marido sacó un revólver 22 y efectuó unos disparos al aire para defendernos”.
Torrilla y Mesa, ya desvinculados de esta causa, fueron a declarar como testigos: dijeron que estaban sentados en la vereda y vieron que Burdino se metió en un kiosco cuando comenzaron a dispararle. La kiosquera Natalia Dalmasso también lo benefició: “Este chico recién salió del kiosco cuando terminó todo”. Sin embargo, Burdino cuando lo detuvieron dijo que no había salido de su casa en toda la tarde y la noche de ese domingo.
El peritaje también resultó favorable al acusado. El entonces perito balístico del Superior Tribunal de Justicia, Antonio Vitale (hoy preso y condenado por el robo y la venta de armas incautadas en Tribunales), dijo: “No se puede determinar a ciencia cierta ni el autor del disparo mortal ni la distancia ni la trayectoria, ya que los disparos se efectuaban desde diversos puntos y la bala que mató a Laura Espíndola pudo haber salido de un rebote”.
Al broche lo puso el testigo clave de la causa, a quien la crónica de UNO de esa audiencia lo llamó el “testigo mudo”, y describió así el momento más tenso de todo el juicio: “Cuando llegó a la sala, a Claudio Abraham apenas se le movió el labio inferior para saludar. El testigo era considerado clave por su relato en instrucción, donde acusaba directamente a Burdino. Abraham ni siquiera intercambió una mirada hacia los costados, y sólo se limitó a mirar el piso y frotar sus manos mientras escuchaba las advertencias del presidente del tribunal, Juan Ascúa, quien le recordó que estaba declarando bajo juramento. La única frase que emitió Abraham fue: ‘En este momento no recuerdo nada’. Permanentemente movió las piernas, nervioso, y se acurrucaba abrazándose a pesar del calor reinante en el recinto. Antes que el presidente le ordenara al testigo que se retirara, el abogado defensor Marcos Rodríguez Allende le pidió por favor que dijera lo que había visto, a lo que Abraham respondió con un silencio sepulcral y un suspiro de alivio cuando escuchó que tenía que retirarse del salón ante la mirada de la fiscal Adriana Bupo, quien no le pudo sacar una palabra, así como los querellantes Luis Garay y Martín Navarro”.
En los alegatos, la fiscal no acusó, y los querellantes pidieron 20 años de prisión. El defensor, que un año y medio antes había destacado el cambio de carátula en la causa, ahora sostenía que “se cometió el grave error de modificar la calificación de Homicidio en riña por la de Homicidio simple”.
“La segunda muerte de Laurita” fue el título de la crónica del día de la sentencia. Cuando se leyó el veredicto de absolución, gritos y llantos de la madre y familiares de Laura Espíndola retumbaron en los pasillos de Tribunales, y muchos se agolparon para intentar agredir a Burdino. Aquel 8 de julio de 2005 se terminó de quebrar la confianza de la sociedad en la Justicia: “Operadores y funcionarios no pudieron, no supieron o no quisieron enderezar el curso de esta historia”, describe el artículo de UNO.
Años sangrientos
En 2003 hubo 47 homicidios en Paraná, más del doble de los registrados el año pasado. Muchos de ellos naufragaban entre investigaciones limitadas y la apatía de un Poder Judicial encerrado que ni miraba a la cara a los familiares de las víctimas. En los reclamos de justicia en la puerta de Tribunales se fueron encontrando las personas ahogadas de impunidad. Se juntaron y comenzaron a protestar juntas.
A inicios de 2004 se iniciaron las “rondas por justicia” en la Plaza 1° de Mayo, con familiares de decenas de víctimas que luego hacían oír sus reclamos ante el Poder Judicial. Allí estaban, entre otros, madres, padres, hermanos y amigos de Alejandro Comas, el remisero Roque Grinóvero, Raúl Gutiérrez, Nelson Ramírez, el canillita Claudio Latrónico y Laurita Espíndola. Conformaron, más tarde, la Asociación Vida Entre Ríos (Vidaer). Algunos han logrado justicia, otros siguen esperando o ni siquiera esperan.
Antes y después del asesinato de la niña en Vicente del Castillo y 3 de Febrero, los violentos se apoderaron del barrio Concejo, así como de sus lindantes 1º de Julio y Yatay. La disputa por la venta de drogas y los asaltos eran los motivos más recurrentes de las balaceras y los homicidios. Por esto, muchos pensaron que el crimen de Laura se pudo haber evitado: la zona debía ser pacificada, y los delincuentes que participaron de la balacera hacía tiempo que debían estar presos. Hoy no suceden con la misma frecuencia que aquellos años, pero cada tanto llegan los reportes policiales con delincuentes y víctimas en calles con historias de sangre.
Carrera criminal
Algunos de los apellidos que fueron nombrados a lo largo del proceso del homicidio de Laura Espíndola han encabezado carátulas de otros expedienes penales con el correr de los años. Gustavo Romanutti fue condenado por asesinar con una lanza a un preso en la cárcel de Paraná, mientras purgaba pena por otros delitos, y también fue juzgado por intento de homicidio, violencia y privación de la libertad contra su expareja.
Pero ninguno alcanza a Martín Burdino, quien ya tiene varias condenas por venta de drogas y portación de armas, entre otros delitos. Hoy, con casi 40 años, está en la Unidad Penal Nº 1 cumpliendo la condena de seis años de prisión por Comercio de estupefacientes agravado por la utilización de menores de edad, y por la intervención de tres o más personas. En esa causa investigada por Toxiclogía y el Juzgado Federal de Paraná se demostró que Burdino utilizaba a su hijo de 12 años para tareas de su banda narco. En su vivienda de siempre, en Vicente del Castillo al final, le secuestraron más de 300.000 pesos, 500 dólares, un arma de fuego y elementos vinculados con la venta de drogas.