Hoy se cumplen 46 años de la muerte de Juan Domingo Perón, el último gran líder de masas argentino. Miles dieron literalmente la vida por su doctrina y su ideología empoderó a millones. En su momento de gloria se dio el ascenso de la clase obrera, al punto que los trabajadores accedieron a derechos que hasta entonces les habían sido vedados. Vacaciones, salud pública, aguinaldo, jornada laboral de ocho horas son algunas de las determinaciones de Perón en sus primeras dos presidencias. Perón murió de viejo mientras ejercía por tercera vez la primera magistratura y entornado por exponentes de lo más rancio de la derecha reaccionaria del país. Su mejor versión como líder y estadista ya era historia. Los tiempos felices junto a Eva Perón eran pasado; aquel oscuro y triste presente lo encontró junto a referentes como López Rega, Isabelita y, por ejemplo, Cresto y Cavallaro en Entre Ríos.
1º de julio, recordando a Juan Perón
Por Carlos Damonte
La revolución peronista no tenía chance. Así y todo, la relación del presidente con el pueblo estaba intacta. Diarios de la época dan cuenta de que su deceso era esperable pero el día que sucedió, el 1º de julio de 1974 a las 13.15, como se informó oficialmente, las crónicas indican que se desató la mayor muestra de tristeza colectiva de que se tenga memoria en el país. “En la conciencia de millones de hombres y mujeres la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá del fragor de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un líder excepcional”, consigna en su primera plana el diario Noticias en su edición del 2 de julio de aquel año. El medio gráfico en cuestión era dirigido por el periodista Miguel Bonasso y respondía en su línea editorial a Montoneros. La precisión viene a cuento de que al momento de su muerte Perón ya había expulsado del Movimiento Peronista a la agrupación que pasaba a la clandestinidad y combatía a los popes de la derecha reaccionaria que colaboraban con el entonces mandatario. Sin eufemismos, los describió como “estúpidos e imberbes”.
En ese controversial escenario de violencia, enfrentamiento y muerte, desde el diario Noticias lloran a Juan Perón. No lo lloraron en la Sociedad Rural Argentina, tampoco los comandantes de las Fuerzas Armadas, menos los ejecutivos de las grandes empresas.
A Perón los empezaban a extrañar los colimbas, suboficiales, peones rurales, obreros, estudiantes y pequeños empresarios. La gente del pueblo, no todos, pero claramente sí una mayoría. En las élites, definitivamente, no hubo expresiones de sentida despedida. Esta no es una opinión, apenas una verdad histórica que se trae a colación en el marco de esta efeméride signada por la pandemia.
Del legado de Perón se puede escribir mucho, de ello se ocupan historiadores de la vida institucional contemporánea; casi tanto como las versiones de los intérpretes que nunca lograron sacar una melodía al menos similar a la sinfonía que Perón dirigió para el país.
“Ya no se canta la marcha peronista”, me dijo alguna vez, lacónico, un ya desaparecido militante al referenciar actos de cierre de campaña en Entre Ríos. Empero, sin el folclore de antaño, el peronismo siguió protagonizando la vida nacional al punto que hoy en día se sigue diciendo que sin el peronismo es imposible gobernar a la Argentina. Y eso que desde que Juan Domingo Perón murió las banderas históricas que enarboló no han hecho más que desgajarse: soberanía política, independencia económica y justicia social. Frases ajadas, manoseadas, que de tanto que fueron repetidas se volvieron vacías de contenido. Es posible agregar algunas otras, hay que consignar aquí que el aparato de propaganda de aquel peronismo era formidable y llegaba al hueso, pero esas tres sintetizan lo esencial.
Como quieran contarla da igual, desde que murió un día como hoy de 1974 o desde aquella sangrienta jornada en que fue derrocado, el 16 de septiembre de 1955, no hubo otro proyecto de país tan abarcativo e integrador de las clases bajas y medias como el que puso en marcha Perón. Por eso aún, a 46 años de su deceso o 65 de su gran caída, es tan amado como odiado. Tampoco hay opinión, sí un juego de palabras, al decir que lo quisieron casi todos los de abajo y lo despreciaron casi todos los de arriba y los desclasados también.