Bertoldi y un mundo de bueyes en campesinos pobres de Paraná

La austeridad del gringo en un lugar con otros nombres y un tiempo con otras maneras. Don Tito Bertoldi: pocas cosas y conciencia comunitaria.
26 de marzo 2023 · 09:30hs

Tito Bertoldi nos atiende en su humilde casa, a 30 metros del arroyo Los Zorzales, en el barrio del mismo nombre. Lo acompaña su hija, Laura, porque a sus 92 años el vecino más antiguo de la zona no puede caminar.

Cuenta de entrada que dejó el carro y el sulky cuando vio que su andar sin apuros molestaba a los automovilistas. “Hay que ponerse en el lugar del otro”, dice.

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Hasta hace poco montaba una zaina y salía al pasito lerdo para los mandados en su barrio de Colonia Avellaneda. Pero en la pandemia se despidió del pago para siempre. Nos queda su saludo amable. Por suerte lo habíamos visitado aquella tarde, para saludarlo y grabarle unas palabras. Sencillas historias como la suya que jalonaron nuestra comunidad no debían quedar en el olvido.

En esta entrevista muestra con anécdotas, don Tito, los modos sobrios de la vecindad.

Se alegra, por ejemplo, de que saliera la radio a pilas en su juventud, porque entonces uno podía escuchar sin molestar a los demás. Y si lo aflige un poco cierto problema en los pies que no lo dejan andar como antes, no se queja. “Pienso que algún día Dios me va a ayudar y voy a sanar los pies”. Eso nomás.

¿Es noticia un viejo campesino sin gritos, sin excentricidades, sin infracciones? Alberto Bertoldi, don Tito para la vecindad, es noticia, sí, porque en él se expresa todo un mundo de respeto, toda una sociedad atenta, reservada, austera a más no poder.

Caballos y bueyes

Sus amores: los caballos. Entre tordillos, zainos y otros pelajes llegó a tener siete, y se acobardó cuando, entrada la urbanización de la zona, le robaron algunos.

Sereno y lúcido, de pocas palabras, Tito Bertoldi rebosa de humildad y reconoce como apocado un tercer grado en la escuela, aunque sabe de siembras, cosechas, tambos, caballos y mil y un oficios más del campo. No tanto los ganaderos, en los que eran baqueanos, dice, los criollos.

¿Su particularidad? El trabajo. La gringada se entretenía en los naipes, el criollaje en las tabas, él prefería mirar nomás, a los unos y a los otros, y no meterse en juegos, aunque sí era gustoso de los bailes, así fueran con pasodoble, tango o chamamé, todos de su agrado.

Considerado, dispuesto a escuchar. Sus vehículos fueron siempre el sulky, el carro. “Ahora ya no anda, por los tráficos. Es lindo andar con el carro, pero usted va con el carro, los otros atrás en auto, usted los estorba. Hay que ponerse en el lugar del otro, no es cierto, cómo va a estorbar a la gente, es una razón. Y no va a ir por la banquina, si está rota la banquina, ¿qué hace?”. Tito se detiene un rato a explicar el motivo de su andar a pie, y uno se pregunta si los demás se pusieron en su lugar.

Don Tito nunca manejó un auto pero sí un tractor. Hablamos de la tracción a sangre de otros tiempos. “Para San Benito Sur había una familia, no eran ricos, tenían campo, medio empeñados, y ellos tenían varios bueyes en lugar de caballos. Y para el lado de Colonia Nueva también había gente que trabajaba con bueyes. Mi padre de chico dice que trabajaba con bueyes y otro hermano de él con caballos. A papá le gustaban mucho los bueyes”.

“Yo tenía un zaino para andar y tenía un tordillo grande. Eran los que más me gustaban, pero para mí eran todos, no hacía distinción. Tenía dos tordillas para el carro. Me los robaron después. Rateros de caballos acá. Ha habido cada racha, mire…”.

Madrugadores

La familia se levantaba completa antes de las seis de la mañana y se repartía las tareas. Esa era la rutina de los Bertoldi y de sus vecinos . “Todos trabajábamos, los gurises con los terneros, las madres sacando leche, los padres con los caballos para atar el arado. No era permanente, pera consecutiva, todos parejos. A la escuela hasta el mediodía los gurises chicos, y después del mediodía en la casa, cuidando animales”.

—¿Había amistad entre los vecinos, se prestaban las cosas?

—Sí, se daban la mano unos con otros. No había discusiones, peleas, todo era una paz.

—Preciso el arado, prestame…

—Claro, herramientas chicas casi todos tenían, pero a un pobre gaucho había que prestarle algo, un carpidor de mano, de dos o tres rejas, en fin, cositas. Todos se daban.

—Solidaridad.

—Eso mismo. Y el día domingo se acostumbraba ir a misa en San Benito. En carro, sulky, de a caballo. La mayoría... después las cosas cambiaron. Y bueno.

—¿Para bien o para mal?

—En parte bien, en parte mal. La parte buena es que nos dejen tranquilos en un lugar a la edad que uno tiene. Me parece. Tengo una jubilación…

—¿Y qué ve mal?

—Bueno, el gobierno tendría que darle una mano a los más chicos, para levantarse un poco, tener una chatita, una movilidad, un camión que uno lo precise y lo alquile…

—¿Esta zona estaba aislada o vinculada a la ciudad?

—Todo era unión. Todos sabían ir a Paraná a llevar cajones de huevo, de pollos, facturas. Esas cosas de chancho se hacían nomás para el consumo.

—A veces entre dos o tres vecinos.

—Sí, sí, unión. Sí, era así. Pero ahora eso ya cambió todo. A mí me da lástima. La tierra del abuelo era un solo campo que antiguamente era dueño Battauz, y le vendió a Cian, como 50, 60 hectáreas, lindo lote, lo sembraron de lino, trigo, después tenían tambo. Ahora… unos contrarios, me entiende, no es de trabajador chico, no, pero bueno… ya Dios quiere están haciendo para las cloacas.

—¿Qué le molesta a usted? ¿Qué pasó con ese campo?

—Lo poblaron entero, no se siembra trigo, lino, no hay una vaca.

—No le gusta el amontonamiento.

—Eco. Porque si se achica todo, mañana nadie va a sembrar nada. Se espera que eso no camine tanto, no es cierto. Pero bueno, a unos les gusta de una forma, a otros, de otra…

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Todo oficio. Tito Bertoldi cuenta una vida de esfuerzo y feliz, junto al arroyo Los Zorzales.

Todo oficio. Tito Bertoldi cuenta una vida de esfuerzo y feliz, junto al arroyo Los Zorzales.

Tamberos chicos

—¿Su papá qué hacía?

—Sembraba un poco y tenía reparto de leche también.

—¿Usted de chiquito, tambero?

—Sí, de chiquito criado entre las vacas. Y el arado me gustaba.

—¿Entregaban a Cotapa?

—Yo entregué varios años. Pocas vacas pero entregaba. Papá antes, y yo después, cuando envejeció se desparramó la familia, se desparramó la tierra. Como pasa.

—Encontramos dos herraduras aquí cerca. ¿Por qué, si acá no usaban?

—Sí, todo lechero tenía el caballo herrado. No podía entrar al asfalto, usted, le comía los vasos enteros al caballo. Había muchos lecheritos. Uno llevaba 30 litros, el otro 50, 60 litros. Entonces, claro, entrando a Paraná, con el adoquín no puede andar con el caballo. También los parejeros estaban herrados. Pero toda la herradura se daba para el caballo que trabajaba en el asfalto. El de la chacra no precisaba.

—¿En algún momento empezaron con más tecnología?

—No, no, se hacía a mano nomás. Máquina no. No hace tantísimos años que andan esas máquinas de ordeñar. Que sepa yo.

—¿Vacas Holando?

—La mayoría cualquier raza. En San Benito Sur sí había dos familias grandes Angelín de apellido; don Ramón andaba en la política, era radical, tenía mucho campo y el otro hermano era Pedro, tenía vacas especiales. Habían hecho galpones para sacar leche.

—Habrá conocido a los Aguer.

—Sí, qué no los voy a conocer. El hijo de Pedro Aguer, Pedrito. El que hizo el servicio militar conmigo era Aníbal. Hermano de Pedrito. Pedrito es profesor. El padre, Don Pedro Gumersindo, dirigía la escuela Alberdi. Los conocía a todos. Acá enfrente estaba el campo de Burgos. El padre de la Norma. El padre, la madre, los hijos de ellos, todos. Eran los vecinos.

—¿Ellos tenían chacra también?

—Tenían poco campo, trabajaba con esos carros grandes, don Santiago. Lino, trigo. Fleteando cereales.

—Eran carreros.

—Eco.

—Los camiones de hoy.

—Hoy no hay caballo ni carro. Y no hay lugar para ir con eso en el camino tampoco.

—Usted hasta hace poco andaba a caballo.

—Una yegüita zaina. Yo la cuidaba mucho pero acá con los vecinos, los gurises, le hacen perjuicio. Un buen día me cansé. No me caí del caballo, fui a sacar la puerta, y me tiré la chapa, quedé tapado, en el suelo. Mi señora y mi hermana me buscaban, el Tito no puede estar lejos.

—Y usted bajo la chapa.

—Sí. Entonces el mismo doctor… le hace bien andar al caballo, al trotecito, la yegüita mansita, ‘pero si usted se cae’… Y bueno, la vendí y se terminó el partido. La mandé para el campo… seguí a pie como Dios me ayudó.

Con otros nombres

—¿Cómo le llamaban a esta zona?

Antiguamente, de esta ruta para acá se llamaba Sauce Norte. Así se le llamaba. Después pasó a ser Colonia Avellaneda. Y de la ruta para allá, colonia Tres de Febrero. Hoy San Benito. Hasta ahí lo que le puedo decir. Pasando San Benito, kilómetro 28, Villa Fontana. Para allá, Paracao. Eso mismo. Y de San Benito para arriba, Sauce Pinto, El Espinillo…

—Así que usted se consideraba de Sauce Norte.

—Claro, antiguamente esta parte.

Don Tito Bertoldi recuerda que por acá cerca había un Campo Garasino, otro Montórfano que dieron lugar a distintas barriadas.

—Ustedes tenían un campito.

—Mi padre, siete hectáreas.

—Chiquito.

—Y calcule. Se puede trabajar pero… Va apretado, tiene que hacer otra cosa más.

—Su papá ¿qué hacía además de tambo?

—No le digo: arrendaba campo afuera y sembraba maíz, cosechas, campo para las vacas, esas cosas. Lino, gallinas, chanchos.

—Una chacra.

—Si habremos comido chancho…

—¿A Paraná iba seguido?

—Yo… a veces. Poco. El que andaba en eso era papá. En el reparto de leche. Después seguimos trabajando en la colonia, afuera, había arrendado un campo papá y sembraba, como siete, ocho años, y andaba lindo, pero mi hermano mayor medio porfiado, caprichoso, no le gustaba, y tuvo que aflojar mi padre, si no, se hubiera hecho de plata. En esos años el alquiler era barato, 25, 30 pesos la hectárea, sino, un porcentaje.

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Feliz. Andar entre las vacas y en las cosechas desde chico, con escasa tecnología, y disfrutar el tango, el pasodoble y el chamamé en la juventud.

Feliz. Andar entre las vacas y en las cosechas desde chico, con escasa tecnología, y disfrutar el tango, el pasodoble y el chamamé en la juventud.

Las máquinas

—Y en la relación con el criollo, ¿había alguna discriminación?

—No, lo mismo. Los criollos trabajaban, el criollo era más pobre, no buscaba adelantar, alguna herramienta. Se dedicaba más vale a trabajar de peón. Y todos tenían trabajo. Cuando llegaba el 1ro. de noviembre en esas máquinas trilladoras…20 obreros llevaba esa máquina grande.

—Las máquinas nuevas han desplazado al peón.

—En esas máquinas grandes había que cortar, amontonar, calcule cuántos obreros precisaba ahí.

Don Tito recorre algunos de sus oficios: alambrar, ordeñar, cuidar las aves, agro, juntar bosta para los hornos…

—Deschalar maíz, con la madre de Laura (su hija)… Juntábamos y hacíamos la troja. Un galpón grande con cañas, y se le ponía zinc para que no se moje. Después, asegún. Había máquinas bastante grandes con varios obreros, uno estaba con las bolsas preparadas, trillaban en el día.

—Esas máquinas estaban fijas.

—Ah claro, había que hacer la parva, echarle adentro. Horquilla, pala… Y para el que no tenía tantísimo había máquinas de dos boquillas. Eran chicas, se acostumbraba darle vuelta a mano. Reventaban. Le ponían un motorcito de Fort T, así andaba.

—Cuánto trabajo hace un campesino.

—Todo, todo. A mi abuelo le gustaba trabajar de albañil. No lo conocí porque él murió en el 32 y yo soy del 29. Otro abuelo sí, el padre de mi madre.

—¿Conoció a hermanos de su abuelo?

-No. Vinieron tres de Europa, dos acá, en una embarcación y el otro hermano parece que tenía más plata, se radicó en Córdoba. Tenía peluquería, ventas de cosas por mayor. Según contaban mis tíos que fueron a pasear allá. Dicen que estaban en una posición muy buena.

La diversión

—Su infancia, ¿la recuerda con felicidad?

—Sí, sí.

—A qué jugaban, ¿a la bolita?

—A tirar la bolilla, al pozo, la chanta, todo eso.

—Jugaban a la bolita o a la bolilla?

—Le llamábamos igual, bolilla o bolilla (repite boliya)... Unas de vidrio, como se podía.

—Y aparte ¿a qué más jugaban?

—Las gurisas jugaban a ese coso redondo que iban corriendo alrededor y le tiraban el pañuelo.

—¿Y a las cartas?

—No, le soy franco: a mí no me gustó el naipe. No. Me gustaban los caballos. No ir a jugar a lo bruto a las carreras, pero ir con algún amigo… También mirar la cancha de bochas, mirarla, pero el naipe no. Un tío de esta (su hija) quedó con lo puesto. Más de uno de esos. No es lindo hablar, ¿no? Pero algunos quedaron tirados por eso. A mí no me gustaba. A papá menos. No, no.

—Y más chicos, hacer juguetes con alambre, madera.

—Si, sí. El juego de los criollos era la taba. El gringo no, muy poco. Allí en El Brete sí, había criollos que usaban mucho la taba. En San Benito jugaban, a las escondidas, porque no era permitido. No, no. Creo que retiraron todo eso. Y ahora sacaron el hipódromo, anularon todo eso.

—¿Usted jugó alguna vez a la taba?

—No, no; miraba, sí. Vuelta y media. Había un criollo que hablaba con papá, siempre, ‘Pedro, me gusta hacerle unos tiros a la de vuelta y media’, dice. Criollos de la esquina para abajo, de estación Brete. A los gringos como yo más les gustaba jugar a los naipes. Truco, tresiete, esas cosas. Pero por las copas, por poca cosa. Era pasatiempo como quien dice.

—En su juventud, los años 40, ¿qué música le gustaba?

—Me gustaba ir a los bailes, sacaban el bandoneón, el acordeón, esas cosas. En muchos lugares alrededor hacían baile.

—¿Había más tango, pasodoble o chamamé?

—Cualquier cosa había, depende la orquesta. Había de todo. De las 8 de la noche que empezaba hasta las 3 y media, las 4 de la mañana. Venía la gente en carro, sulky.

—¿A usted le gustaba más el pasodoble?

—Cualquiera.

—¿No se usaba tanto el chamamé?

—Sí, se usaba mucho el chamamé. Y se usa actualmente. Yo hace años que no ando, pero escucho conversaciones, escucho la radio.

—¿De política se hablaba?

—Hablaba la gente, así nomás, pero no había discusiones. Una elección, listo, se terminó, el lunes todos trabajando. Ahora hay más barullo. Yo en la última elección fui a votar. Ahora no. Uno anda medio regular. Creo que para setiembre dicen que va a haber elecciones. Dijeron, no sé.

—Usted está mejor informado que yo.

—Según dijeron, yo ya no estoy para esas cosas, se me pasaron esas carreras.

A la distancia

—¿Sus abuelos de qué zona de Italia habrán venido?

—Ah, eso sí que no sé.

—¿Alguien en su familia siguió hablando italiano?

—Entre ellos, los viejos. Mi padre, todos, la mayoría. Los abuelos. Era Mussolini presidente de Italia, era riguroso. Me decía uno, ‘riguroso’, ‘mirá’, le digo, ‘le doy la razón a Mussolini porque si él no era así lo mandan abajo a Italia’.

—Pero sus abuelos se habían venido de Italia hacía rato. Es muy posterior.

—Claro, a la distancia. Benito Mussolini, Aldo Moro era otro. A algunos los nombraban ellos, pero yo no, no.

—De su familia nadie se volvió a Italia?

—No, no, se radicaron acá, quedaron acá.

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