La reivindicación de los 90 y los nombres que se barajan para el funcionariado del flamante presidente por La Libertad Avanza, Javier Milei, reflotan antiguos alfiles del peronismo neoliberal que huelen “a casta”.
LLA retrocede varios casilleros, hasta los 90
El "revival noventoso" y la memoria selectiva respecto al Menemismo. La estabilidad fue una ilusión y hoy no es reditable.
Para quienes no vivieron la época del riojano de las tupidas patillas -a quien Milei no duda en calificar como “el mejor mandatario de la historia argentina”, o para quienes no quieren recordar, la década que abarcó desde 1990 al 2000 gozó de un gran consenso de una parte de la sociedad que se benefició con la paridad cambiaria, mientras que otra parte de la población argentina sufrió desarraigo y desempleo. Y es que la Reforma del Estado propiciada por la tristemente célebre Ley Dromi, arrasó con las empresas públicas y mucha gente quedó en la calle. Sin gradualismo, no se trató de hacerlas eficientes o superavitarias, simplemente se las vendió a firmas multinacionales, en algunos casos se las “regaló”, previa prédica que las tildaba de ineficiente y deficitarias.
Las privatizaciones de la época, sobre todo la de los Ferrocarriles, significaron la muerte de muchos pueblos, cuya gente emigró hacia las capitales de provincia creando grandes cinturones de asentamientos y de pobreza. Todo decayó y se precarizó: el trabajo, los salarios, la salud, la educación, la seguridad. La nueva política trajo la apertura de la economía y de los mercados, llegaron importaciones que destruyeron gran parte, sino toda, la industria y las pymes nacionales. En tanto la Convertibilidad -por la que un peso valía un dólar- fue una burbuja insostenible que finalmente estalló y se llevó puesta la economía y el ahorro de los argentinos.
Si se habla de Menemismo no se pueden soslayar hechos de corrupción como la “Corte de mayoría Automática”, la discrecionales de los Adelantos del Tesoro Nacional (ATN), ni los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA, la voladura de Río Tercero para encubrir la venta de armas a Ecuador, la dudosa muerte de Carlitos Jr. y la de decenas de testigos del “accidente”. Eso sí, la inflación que dominaba la economía argentina desde el “Rodrigazo”, descendió. Tal vez ese sea el único logro y, al final, un espejismo más.
Como se dijo más arriba, los privilegiados que conservaron sus trabajos sostuvieron la ilusión con sus viajes al exterior, sus vacaciones en Brasil y sus videocaseteras y ojotas traídas de Miami. En esa época, todo era “servicio y marketing”, de producir ni hablar. Ese sector tuvo acceso a créditos, inclusive hipotecarios, que tras la pesificación se saldaron con monedas. La contracara fue una desocupación de dos dígitos para una gran parte de la población, la profundización de la desigualdad y un endeudamiento insostenible y progresivo que pronto iba a quedar a la vista. Es que los dólares de las empresas privatizadas que sostenían toda la fiesta, tarde o temprano, se iba a acabar y todo el andamiaje se iba a derrumbar con la crisis de 2001 que elevó la pobreza a casi un 70%.
Hoy, a días de la asunción de Milei y con varios nombres de pasada derecha peronista en su entorno, la sociedad respira un entusiasta “revival noventoso”. Tal vez se ejerza una memoria selectiva y se recuerde al carismático mandatario bailando con la odalisca o de pantaloncitos cortos picando una pelota de básquet. Algunos lo recordarán con una sonrisa posando con los Rolling Stones, o subido a la Ferrari Testarossa. Un coqueto riojano remozado por la “picadura de una abeja”, con “naves que remontan a la estratosfera”; un señor con una familia disfuncional, casado con una miss chilena paseando con el termo debajo del brazo.
Pero nada de lo que ocurrió en la década menemista es rescatable. La estabilidad fue una ilusión y hoy no es reditable. El menemismo fue una maligna bisagra para muchas decadencias argentinas: la educación y la cultura del trabajo, por ejemplo. “Menem lo hizo”, y parece que vuelve.