Hace un poco más de dos años que toco las hojas de los árboles cuando aparecen en mi camino. Puedo ir caminando, trotando o en bici, pero siempre hago el juego que me divierte más de lo que se pueden imaginar. También tengo que confesar que algunas veces, cuando freno a estirar los aductores pongo una mano para sostenerme en el tronco y con la excusa de elongar los gemelos, más de una vez, le meto un buen abrazo al árbol que encuentro.
Árboles: agradezco la generosidad
El primer artículo que leí sobre la relación de los humanos con los árboles contaba que en Japón practican los “shinrin yoku” o “baño forestal” porque bajan la presión arterial, fortalecen el sistema inmunológico, reducen las hormonas relacionadas al estrés y la incidencia de infartos. Es decir que ya tenía una data por lo que justificaba mi accionar que por momentos me hacía pensar que estaba perdiendo (aún más) la razón.
En paralelo reflexiono que mientras en diferentes países del mundo vuelven a los bosques para intentar mejorar la calidad de vida de las personas, en Entre Ríos, se repiten las alertas por la deforestación tanto en el campo como en las ciudades, sobre todo en Paraná, donde el déficit del arbolado se cuenta por decena de miles de ejemplares.
Justo en septiembre del año pasado, cuando en esta parte del planeta todo florece, leí una extensa nota del Le Monde Diplomatique, firmada por el sociólogo francés Franck Poupeau en donde destaca la proliferación de libros sobre los bosques, los árboles, las plantas y, en general, los no humanos.
La primera publicación que busqué fue La vida secreta de los árboles, del ingeniero forestal alemán Peter Wohlleben, pero su precio me llevó a preguntar por otro que estuviera a mi alcance y me di cuenta que la gran mayoría valen una pequeña fortuna.
En el informe de El Diplo, el libro de Anna Tsing, El hongo del fin del mundo, es tomado para explicar el fenómeno que genera analizar una entidad No hu mana y la relación que tenemos con la naturaleza.
Preguntando llegué hasta el libro Terapia del Bosque, que escribió la periodista británica Sarah Ivens, publicado en 2018 por la editorial española Urano, con una narrativa de autoayuda que por momentos me dan ganas de cerrarlo, aunque rápido descarto la idea de abandonar porque quiero aprender sobre el tema.
Una lectura liviana me sirve como introducción para ingresar a un mundo apasionante. Sarah Ivens destaca que “los beneficios de la terapia de bosque se deben, en parte, a diversos aceites esenciales derivados de las plantas que, cuando se agrupan se denominan fitocidas. Se trata de sustancias químicas transportadas por el aire que tienen propiedades antibacterianas, antimicóticas, que desprenden los árboles para protegerse de los gérmenes y los insectos. Sin embargo, las fitoncidas, no son meros salvavidas que se preocupan de sí mismo.
El aire del bosque, para la comunidad científica, enriquecido con estas fitoncidas, parece mejorar también el rendimiento del sistema inmunitario humano. Son tan potentes que hacen que nuestro cuerpo aumente el número y la actividad de glóbulos blancos cuando las inhalamos”.
La autora del libro que desliza consejos para “buscar la felicidad en las cuatro estaciones” enumera los nombres que recibe la terapia entre los árboles.
Italia: al fresco. Japón: shinrin yoku. Noruega: friluftsliv. Corea del Sur: sanlimyok. España: baños de bosque o terapia de bosque. Reino Unido: forest therapy. Estados Unidos: tree bathing.
La argumentación de las diferentes denominaciones sirve para explicar que los árboles cumplen una función fundamental más allá de cualquier interés partidario. No solo que hay que frenar la tala de árboles sino que hay que plantar millones de ejemplares en la provincia que de “todos los verdes” pasó a “verde soja”.
La idea de plantar árboles frutales en las veredas entusiasma a todos los que siempre se preguntan el porqué de las toronjas en calle San Martín. ¿Y si fueran mandarinas o naranjas dulces?
Por lo pronto, hasta que lleguen los días de forestación seguiré agradeciendo, a cada paso, la generosidad de los árboles.