El violento se justifica y hasta logra que lo excusen sus propias víctimas, por terror, naturalización del maltrato y vaya a saber por cuántas cosas más. Es un círculo vicioso que va acoplando a sus propios hijos. No se dimensiona que la violencia surge desde un insulto, de un gesto de desprecio, desde la desvalorización en el discurso, no se advierte que avanza cuando falta el amor y por sobre todas las cosas cuando se pierde el respeto.
Agradables para afuera, feroces para adentro
20 de octubre 2016 · 06:45hs
Se alimenta de la sensación de culpa de las víctimas, de sus silencios, de su llanto oculto, de la inacción de quienes las rodean, de ídolos televisivos que cortan polleras, de novelas estigmatizantes, de publicidades odiosas y sexistas, de pilotos de Turismo Carretera cobardes y cretinos que se graban cuando mantienen relaciones sexuales con una promotora y lo difunden en páginas Triple XXX; de instituciones como la policial, que muchas veces reproducen la falta de valoración de la mujer no tomando en serio sus denuncias, de la comidilla de los medios sobre la violencia al final de las marchas de mujeres, que remarcan que andan a los besos entre féminas o que muestran el torso desnudo y como contrapartida hacen un exiguo análisis sobre el accionar policial en ese mismo contexto. Se robustece ante hombres que se quieren mucho y mujeres que se quieren poco, de aquellas que no tienen la fuerza suficiente para decir basta, de los custodios del orden moral; verdaderos especialistas en hacer valoraciones sobre si tal o cual muestra mucho o poco, de justificaciones absurdas como: "¿Y qué querés? Si va así vestida", de mamás retrógradas que enseñan a cocinar a las niñas y a sus varoncitos no los preparan ni para lavar un plato, de padres que insisten en que los niños no lloran y jugar con muñecas no es cosa de hombres. No es fácil identificar nuestras propias miserias.
Mientras tanto se nos desaparecen Nicole, Lucía, Chiara, Ángeles, Melina, Wanda y tantas miles. Y están las que no desaparecen, pero viven un infierno a diario.
No hay que educar chicos para que cumplan con un rol protector, ni chicas que sientan que deben complacer a sus novios para sentirse realizadas, al fin y al cabo la familia es donde empieza todo. Educar a los hijos en la igualdad. Plantear incluso una nueva masculinidad, dejar de criar machitos heteronormativos y patriarcales.
No sé cuál será el resultado de la marcha. Me parece que es más bien un grito colectivo, desesperado y lícito de las que estamos vivas, en memoria y justicia, pero por sobre todas las cosas es un clamor desesperado por un cambio en la sociedad, para que no haya ni una menos.