El VAR está provocando más peleas que soluciones en el fútbol y la razón es muy sencilla y poco abordada, a nuestro criterio: las imágenes están sobrevaluadas, prometen y no cumplen. Menospreciamos al ser humano y caímos rendidos al pie de cámaras que están a años luz de la complejidad de una cancha de fútbol con sus protagonistas. Por eso el VAR es un fiasco.
El VAR, Rasputín y López Rega ante la resistencia de Patronato
Hay equipo. Patronato demuestra que está a la altura de los grandes y en Buenos Aires lo miran de reojo.
De la misma forma que un niño cree conocer una vaca por televisión, nosotros abandonamos todas las vías del conocimiento arrodillados ante el altar de la tecnología.
La pelota de fútbol es una esfera de 22 centímetros de diámetro. Enorme. Y los especialistas en la interpretación de las jugadas pasan semanas sin acordar si pegó en una cabeza, un hombro, un brazo o una espalda. ¿Cómo se entiende? Es que la disputa está provocada ahora por los instrumentos; las cámaras no pueden llenar las expectativas, así de sencillo.
En el fútbol, como en la vida, hay árbitros corruptos, hay sobornos, aprietes, arreglos de cúpulas, entre otros males. Pero lo que sea se agrega a un problema de base que es técnico. Las cámaras fueron presentadas como una superación, y en verdad por ahora son un retroceso. Fuera de trampas, las cámaras no dan garantías a las personas honestas y preparadas que juzgan las jugadas, allí está el problema central. Y por supuesto: las dudas alimentan todo tipo de teorías conspirativas.
Lo cierto es que, al generar una promesa de imágenes con altísima resolución y brindar un servicio tan precario, el público y los protagonistas del juego quedan en situación peor de la que ya estaban sin VAR.
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Ahora hay más gastos y más sospechas, y se han desvirtuado los roles: jueces y líneas que dejan las jugadas principales al arbitrio del VAR, están como pintados, y futbolistas que exageran roces para invalidar al adversario, es decir, llaman al vigilante, a ver si les da una mano. Más engaño, más especulación. Y lo más grueso: ya no podemos festejar un gol. La religión de la tecnología está robándonos lo más bello.
La revisión del VAR es comparable a una pareja de enamorados que, al momento de besarse, digamos, se detiene a analizar la historia de cada cual: al final del racconto la cosa se enfrió.
De centímetros a micrones
Hasta ayer, el debate se daba por centímetros, ahora por milímetros, pero la tecnología no da respuestas. Crearon una esperanza infundada.
¿Puede el noble club Patronato perder la categoría culpa del VAR? Sí, lamentable. Entre Ríos se quedaría injustamente sin equipo en primera. ¿Pueden aprovecharse los poderosos de la poca fidelidad de las imágenes? Sí, también. Es grave. Cría VAR y te comerán los puntos. Hay decenas de ejemplos, pero bastan tres partidos de River y Estudiantes contra equipos brasileños, y de Patronato con Barracas, para demostrar la precariedad del VAR. Los sentidos del árbitro en el lugar suelen ser más fieles que las meras imágenes, hasta que nos demuestren lo contrario.
Al lado de la jugada, el ser humano tiene una mirada de conjunto, con todos sus sentidos a disposición, con el trayecto de todos los cuerpos involucrados, los sonidos, los gestos, las historias: el hombre y la mujer son “máquinas” insuperables, tienen muchos sentidos que se potencian unos con otros; el conocimiento aprovecha todos los sensores del ser humano y la memoria, no en una suma de datos sino en sinergia.
Una veintena de cámaras con otra calidad podrían (decimos en potencial, podrían), competir con esa condición del hombre, en alguna medida, pero lo cierto es que por ahora no muestran esa calidad que pregonan, y el sistema actual hace agua.
Tendemos a creer que las cámaras nos permitirán identificar un piojo sobre un caballo al galope, y es eso, una creencia. Fuera de esa fantasía, la tecnología disponible no da en la tecla. ¿Cómo es posible que no estemos en condiciones de dilucidar, cámaras mediante, si una pelota enorme dio en el brazo o en la cabeza de un ser humano?
Lo peor
Cuando gurises, jugábamos a la pelota sin árbitro. Fuera de algunos pleitos, nos poníamos de acuerdo. Ya en la escuela o el colegio, el profesor o la profesora de Educación Física hacían de jueces. En la cancha pedimos un árbitro y dos líneas. Los que pasaron al orden profesional tenían árbitro, dos líneas y un cuarto árbitro. Y ahora se sumaron más árbitros mirando numerosas cámaras. Cincuenta ojos sobre cada jugada, y el resultado es la pelea constante, la indefinición, la sospecha. ¿Qué significa esto?
Significa que en un juego complejo como el fútbol nadie podrá cumplir con la promesa de justicia perfecta que la demagogia y quizá algunos intereses han difundido.
El VAR pretende controlar milímetros, y cuando avancemos en la tecnología nos pelearemos por las nanopartículas en orsay. Ayer nos peleábamos por centímetros, hoy por milímetros, mañana por micrones. Es una estupidez.
Se comprende, claro, porque es consecuencia de un sistema social moderno que, en lugar de atender los conceptos, la calidad, atiende la cantidad. Un sistema que todo lo mide. Pronto habrá más árbitros que jugadores en la cancha, y los resultados no serán mejores.
Un árbitro, dos líneas y un cuarto árbitro son suficientes. Quienes prometen reducir el margen de error a cero nos están engañando.
El fútbol es un deporte colectivo, un juego, y requiere de una base de confianza, una tolerancia al error, y una actitud decente de sus principales protagonistas, los más expuestos. Sean hombres o mujeres.
Normas y vigilantes
Si un jugador en vez de pegarle con el pie lógico elige una rabona y sorprende, está jugando bien al fútbol y está engañando al adversario. El fútbol es un juego de estrategia, talento, improvisación y picardía, y dará sus mejores frutos, es decir, la alegría del juego bello, si le quitan de encima ese alarde de normas y cámaras inútiles.
Como juego comunitario requiere los atributos de la vida comunitaria: confianza, amor, alegría, actitud para compartir y comprender, mirada abierta, aceptación de la complejidad y de la picardía como parte del juego, elasticidad. La religión de la tecnología está colmando de policías la cancha y vaciándola de juego y de celebración. Ni siquiera nos deja practicar las virtudes de la comprensión y la tolerancia; la invasiva religión de las cámaras pretende abarcarlo todo y, para imponerse, esconde lo principal: esa religión nada sabe de la complejidad de la comunidad humana expresada en un bello partido de fútbol.
La preeminencia de los violentos (por desidia de un Estado que no es público y, como un placebo, ofrece remedio pero no es más que azúcar), nos quitó ya la alegría y la creatividad de las dos hinchadas en la cancha. Esa violencia no permite que un club pierda, le quema los autos a los deportistas. La altanería de las normativas pretende que los seres humanos jueguen sin brazos, sin manos. Todo va en contra del arte, el deporte y la recreación. Y para colmo llegó el VAR, cuya sigla resume el inglés “video assistant referee”, institución presentada como asistente que nos recuerda la creciente influencia de los también “asistentes” Rasputín y López Rega.
El fútbol fue invadido por sacerdotes del calibre formados en el mundo de las finanzas. Debemos iniciar el proceso de emancipación. Esos pillos jamás debieron pisar un campo de juego. Los árbitros de carne y hueso son protagonistas, como los jugadores, y su función sobresale cuando ellos no se notan. El VAR, en cambio, mancha la pelota.