Lo que comenzó siendo un diseño y construcción para el ámbito hogareño a partir de la llegada de un nuevo integrante de la familia, con el tiempo el conocimiento y la afición por lo artesanal, lo convirtieron en una alternativa económica. Es el caso de la arquitecta Marisel Ferreyra y su esposo, Daniel Oliva –diseñador gráfico– quienes conjugaron sus saberes en una propuesta que no descuida la creatividad y el buen gusto.
“La gente no valora el trabajo artesanal”
Lo que da la danza
—¿Dónde naciste?
—En Paraná.
—¿En qué barrio?
—Viví cinco años en avenida De las Américas, luego nos mudamos a calle Feliciano y luego a Cura Álvarez.
—¿Qué recordás de avenida De las Américas durante tu infancia?
—Era una casa grande con un patio inmenso, en frente había unos vecinos donde pasaba mucho tiempo y la chica me cuidaba, con quien todavía tengo relación. Yo tenía dos o tres años y ella 15 o 16. Ahí también nació mi hermana pero no tiene recuerdos porque cuando tenía tres años nos fuimos.
—¿Y de la otra zona?
—Era hermoso, tranquilo y tenía un grupo de amigos muy grande –quienes íbamos a la Escuela Santa Fe. Conservé el grupo de la escuela primaria hasta ahora. Salíamos de la escuela, jugábamos en el barrio y comenzamos la secundaria en otras escuelas pero seguíamos unidos. Ahora es un barrio más movido y transitado –con locales comerciales y edificios– pero antes salíamos a la puerta y andábamos en bicicleta. Lo que más recuerdo son los amigos.
—¿Qué materias de la secundaria te gustaban?
—La que más me gustaba era Matemática, andaba bien y me costaba Biología. Todo lo que era cálculo me gustaba.
—¿A qué jugabas?
—Al elástico, la cuerda, me gustaba mucho hacer gimnasia y fui a danza clásica desde los cinco años a los 17. Íbamos con mis amigas a bailar. En casa nos juntábamos, hacíamos gimnasia y jugábamos a las muñecas.
—¿Algún personaje del barrio?
—Varios: Batata –un mendigo– y otro a quien le decían El pavo –que se enojaba cuando le gritaban los chicos. También una enana, que pedía.
—¿Ibas a danza por iniciativa propia?
—Comenzó a mandarme mi mamá pero me gustó enseguida. Terminé danza clásica y a los dos o tres años comencé a bailar tango con Pocho Fontelles, seguí semi profesionalmente y bailé durante seis años. El tango me atrapó, como a cualquiera que lo baile. Hice cursos por mi cuenta, y me iba a Buenos Aires y Rosario, o si venía algún bailarín conocido acá. Di clases, y bailé en restaurantes y fiestas.
—¿Una puesta en escena o coreografía que recuerdes particularmente?
—Las últimas y la primera vez que salí con el tutú plato –porque antes de eso era con vestiditos larguitos. Cuando me recibí de maestra, el diploma me lo entregó mi hermana –que también hacía danza.
—¿Quién fue importante en esa formación?
—Mi profesora, Mimí Zapata.
Tango y fascinación
—¿Por qué decidiste bailar tango?
—Iba a la facultad, estábamos en una fiesta en Santa Fe y había dos chicos más grandes que dijeron: “Vamos a mostrarles cómo estamos aprendiendo a bailar tango.” Cuando los vi dije: “¡Qué lindo! Aparte había ido a un espectáculo en el atrio de la catedral en el cual estuvo (Osvaldo) Pugliese –que es mi ídolo y toca un tango para bailar. Cuando lo vi a él, al piano y a una pareja bailando, me quedé fascinada. Averigüé acá, me enteré del taller de Pocho Fontelles y comenzamos con un compañero de la facultad. Yo tenía 22 años y el grupo me gustó mucho, porque salíamos juntos a bailar y era muy divertido.
—¿Cómo fue el cambio?
—La base del clásico te sirve para cualquier danza –por la postura y la actitud. Lo que me costó fue la postura tanguera, hasta que la asimilé; al principio me decían: “Estás bailando muy clásico.”
—¿Imaginaste ser profesional?
—Cuando era chica quería ser bailarina clásica –después no– pero el tango sí y me emocionaba pensar que podía llegar a serlo… aunque no me animé. Estudiaba Arquitectura y te demanda mucho tiempo. Al tango comencé a dedicarle mucho tiempo así que en un momento tuve que decidir. Un amigo –Pablo Villarraza– comenzó conmigo, estudiaba Arquitectura, largó la carrera y se fue, pero yo tomé la decisión contraria. Después quedé embarazada.
—¿Qué analizaste de tu formación en la danza clásica al bailar tango?
—Como te decía, te marca una postura que sirve hasta para la elegancia. Esa actitud en el tango se veía pero tuve que aflojar un poco la estructura. Cuando era chica era muy tímida entonces, por ejemplo, bailar en el teatro me formó la personalidad. Además – para recibirme– tenía que rendir frente a una directora y dar clases a mis compañeras.
—¿Cómo varió la sensación física comparada con la danza clásica?
—Me pareció muy diferente por el contacto con un hombre. Además me costó mucho porque la mujer tiene que aflojarse y dejarse llevar, cuando yo bailaba sola. Si él no se movía no me tenía que mover, aunque si podía adornar algunas cosas lo hacía. Dejarme llevar fue lo que más me costó porque quería bailar sola.
Arquitectura y creatividad
—¿Por qué estudiaste Arquitectura?
—Mi papá era maestro mayor de obras y trabajaba en un estudio de Arquitectura, veía su mundo y me gustaba dibujar desde chica –para lo cual tenía mucha facilidad. Me mandaron a la Escuela de Artes Visuales pero no me gustó. Además, la Arquitectura implica creatividad. Siempre me interesó todo lo que tiene que ver con el arte porque la música es otra pasión y estudié piano. Lo único raro en mí es que me encanta la Matemática y su parte lógica.
—¿Lo hiciste durante mucho tiempo?
—En mi casa hay un piano y mi mamá es profesora, así que toqué desde chica y sacaba las cosas de oído. Incluso mi mamá me enseñó las notas y llegué a leer algunas cosas. Leía, sacaba algo y lo hacía de memoria. Recién a los 13 años comencé piano en la Escuela de Música, en el primer año me hicieron pasar directamente a segundo e hice hasta cuarto, cuando se me complicó porque comencé la facultad y tuve que elegir.
—¿Disfrutabas por igual la danza y el piano?
—Sí, lo que pasa es que el piano insume más tiempo. La danza la aplicaba todo el tiempo porque salía a bailar.
—¿Qué leías?
—Novelas, García Márquez, algo de Cortázar, cuentos de Borges… cuando era chica me encantó El Principito y comencé a leer con la Colección Mujercitas.
—¿Otras lecturas más profundas?
—… no se me ocurre… El Aleph (de Jorge L. Borges) con el cual hicimos un trabajo en la facultad y quedamos shockeadas.
—¿Cómo era la relación con el mundo laboral de tu papá?
—A veces lo acompañaba al estudio y me inquietaba cuando veía que estaban diseñando. Cuando tuve que decidir por una carrera estaba entre la música y la Arquitectura. En cuanto a la música no se me ocurría otra cosa que la docencia –que no me gusta– al igual que la danza, así que me decidí por la Arquitectura.
—¿Intercambiaban opiniones mientras estudiabas?
—Sobre la parte constructiva le pedía mucha ayuda, por su experiencia. A veces diseñaba locuras entonces le preguntaba si eso “podía sostenerse” (risas) y me decía cómo convenía hacerlo.
—¿La carrera tuvo que ver con lo que imaginabas?
—Al principio no mucho porque era bastante más complicada de lo que imaginaba, y además venía de una escuela comercial. No obstante el desafío siempre me atrae.
—¿Una materia que te hizo comenzar a disfrutarla?
—La que integra todo es la materia Arquitectura, porque hay materias teóricas que al principio te parecen que no sirven para nada. Las históricas también me costaban al principio hasta que me di cuenta de su importancia y utilidad. Estructura y Cálculo Estructural también son medio plomo y luego se integran y aplicás todo.
—¿Pensaste en abandonar?
—No, nunca, aunque algunas veces era complicado. Nunca me planteo dejar nada y cuando comienzo es para terminar.
—¿Qué déficit tiene la formación?
—Participar más en la obra e ir a obras reales. Incluso estaría bueno que te hagan construir algo. Estudiás pero no es lo mismo que la práctica. Nos faltó ir a obras.
—¿Cómo fue ese contraste al terminar la carrera?
—Más que nada en la relación con el cliente. Trabajé en un estudio un tiempo y luego en otro que hacían maquetas. En la facultad diseñás lo que querés y como a vos te gusta, y cuando tenés un cliente quizás tenés una idea pero él tiene otra –que tal vez nunca harías. Consensuar eso me costaba mucho.
—¿Qué mirada urbanística tenés de la ciudad?
—La falta de planificación urbana ya que solo se hacen cosas para emparchar. En cuanto a su crecimiento recién ahora lo está haciendo hacia el río. La ciudad está fragmentada; tiene muchos arroyos que serían una característica que podría distinguirla como atractivo turístico y sin embargo son basurales.
—¿En qué influyó lo artístico en tu profesión?
—Todo lo que es artístico te abre la cabeza e influye en la creatividad y la imaginación. En el estudio somos dos: mi socia es la práctica y la que dice “bajemos”, porque a veces “me vuelo.”
Comenzar y probar
—¿De esa inquietud creativa surgió la idea de diseñar objetos y juguetes?
—Cuando comenzamos a convivir con Daniel (Oliva, esposo) hizo una mesa y otros muebles, vimos que eran lindos y cuando nació la nena le hizo una sillita chiquita y otros objetos, a los cuales le aplicó un corazoncito en relieve y dijimos: “Podemos hacer cuadros con relieve.” Surgió la idea, quedaban bien, probamos en una feria y nos fue bien. Comenzamos de a poquito y cada vez nos fue mejor.
—¿Qué diseñaban?
—Sillitas para chicos, pupitres, porta CD, algunos cuadritos y algunos pocos juguetes.
—¿Por qué no desarrollaron más juguetes?
—Daniel Oliva.: Porque tenés que competir contra el plástico y dedicarle mucho trabajo para poco precio.
—M. F.: Con los autitos, por ejemplo, tenés que competir con las marcas conocidas y la gente cuestiona el precio porque no valora el trabajo que implica. En el caso de un cuadrito es distinto porque es algo más artístico.
—¿Cómo influyen las marcas que se imponen a través de la publicidad en los canales infantiles?
—D. O.: Contra eso no podés competir porque cuando al chico se le mete lo que le están metiendo por la televisión es difícil cambiarlo.
—M. F.: En las ferias, en general, el que compra lo relacionado con la decoración es la mamá aunque el juguete lo elige el chico.
—¿Se notan mucho las estéticas que se imponen?
—D.O.: La opción que tenés para poder largar un producto a bajo precio es bajar la calidad, lo cual no queremos porque no nos gusta. Como no lo hacemos por una necesidad para vivir –sino porque más que nada nos gusta– no disminuimos la calidad de una terminación. No rinde pero igualmente hacemos algunos juguetes.
—¿Se pueden diseñar juguetes y competir con cierto éxito en una escala un poco mayor?
—D.O.: Es difícil, salvo lo de los boomerangs (ver pág. 17). Ahora los estoy diseñando para chicos porque acá se considera como un juego aunque yo lo tomé como deporte –que se practica mucho en Europa. Lo pueden lanzar chicos desde los 11 años.
Computadora y creatividad
—¿En qué momento optaste por este tipo de trabajo artesanal?
—D.O.: Dejé de estudiar Arquitectura cuando comencé a trabajar en diseño. Cuando comenzamos con mi socio, todo era muy manual y no había computadoras, trabajábamos mucho con el aerógrafo o en el tablero de dibujo –lo cual hoy ya no se ve. Pero para entrar en el mercado y competir tenés que hacerlo con la computadora. El taller siempre me ha llamado la atención y me gusta más que estar sentado en la computadora. En todos los cuadros y boomerangs aplico el aerógrafo –cuyas tintas también es complicado de conseguir.
—¿La computadora atenta contra la creatividad?
—D. O.: Son cosas distintas, la computadora es una herramienta. Nosotros estamos entre medio porque tomamos la computadora como herramienta, pero he notado que en los chicos de ahora si se la desenchufás, se mueren. El diseño para ellos es buscar en la computadora y no comenzar desde cero un dibujo, salvo unos pocos. La computadora te limita en cuanto a creatividad.
—¿Qué es lo que más disfrutás del taller?
—D. O. : Todo, comenzar algo nuevo e imaginar cómo quedará; cuando hago algo en serie, me aburro. Muchas veces los errores en un laburo te motivan a sacar algo nuevo. Pintando un cuadro en el cual nos habíamos equivocado, comencé a lijarlo y me gustó cómo quedó. De ahí en más comenzamos a hacerlos a todos de esa forma. Pero al tiempo nos aburrió y lo hicimos distinto.
—¿Qué juguetes diseñaron y construyeron?
—D. O.: De todo un poco: autitos de varios modelos –con imanes y enganches para levantar cosas–, un perrito que en el lomo era un xilofón de colores, plato volador, robot y también le construimos muchos objetos a un taller móvil de ciencia.
—¿Cuáles eran tus juguetes preferidos en la infancia?
—D. O.: No recuerdo… la pelota no; siempre eran cosas de acción. Hasta hoy me gusta tirar con el arco y la flecha, y tal vez de esto surgió lo del boomerang.
Juguete o deporte, la madera voladora que siempre vuelve
La primera vez que Daniel Oliva observó volar un boomerang se entusiasmó tanto que comenzó a buscar el preciado objeto de deseo, sin que ninguno de los encontrados resultara de su agrado. Así que puso imaginación y manos a la obra, construyó los propios, los probó con distinta suerte, y hoy los diseña y construye en las más variadas formas y estéticas, con un acabado que es una verdadera atracción.
—¿Cómo descubriste el boomerang y te entusiasmaste en su diseño y construcción?
—Hace unos años vi a unos chicos que lo tiraban en el Thompson. Está entre lo que hago de trabajo con madera. Llama la atención que un pedazo de madera vaya y venga, es raro. Lo que me pasa es que cuando desarrollo un modelo seriado para vender, me aburro, y comienzo a hacer otro nuevo. Eso nos pasa en casi todo, como con los autitos.
—M. F.: A veces nos piden catálogos y no tenemos porque todo el tiempo estamos innovando y somos anti serie.
—¿Lo viste volar y quisiste construir uno?
—D. O.: No recuerdo bien pero lo que sucede es que no hay. Fui a las casas de deportes y tenían los de plástico y otros que no eran atractivos. Como tenemos las máquinas para hacer la terminación, lo hicimos.
—¿Cómo fue el primero?
—¡Un desastre total! No sabía tirarlo entonces no sabía si era por un error de construcción o de lanzamiento. Comencé hace cinco años pero recién los vendo desde hace dos años, cuando comenzaron a volver perfectamente. Me costó mucho. Días atrás vi a unos chicos que estaban lanzando y no les volvía, les expliqué, corrigieron y lo hicieron bien.
—¿Hay precisiones sobre el origen histórico?
—No… se le atribuye a los aborígenes de Australia pero en las tumbas de Tutankamón se encontraron –aunque tenían otro nombre– y había en distintos lugares del mundo para usarlos en las batallas. El que más se conoce es el de Australia porque era grande. Se dejó de usar cuando apareció el arco y la flecha.
—¿Provocaba la decapitación?
—No, golpeaba y atontaba, igual que a las aves u otros animales.
—¿El hecho de que retorne es para no perderlo?
—De lo que he leído en cuanto a los boomerangs de los aborígenes, no volvían porque eran grandes –más o menos un metro de largo–, rotaban, golpeaban y bajaban al ave o volteaba al animal. Después comenzó a observarse la parte relacionada con la Física –que hay que tener en cuenta para que vuelva. Tiene que ver la forma –que es la del ala del avión–, cómo se lanza y de dónde viene el viento. En cuanto a su forma hay que considerar la diferencia de presión que hay entre una cara con forma y la otra, sin forma –lo cual hace que rote. Se lanza en forma recta y cuando pierde rotación, la diferencia de presión que hay en el ambiente de la cara lisa a la que tiene forma, hace que se eleve hacia el lado de menor presión –el que tiene forma– y retorna por la línea del viento. No obstante hay una cantidad de factores que modifican eso.
—¿Puede suceder que por algún factor no vuelva?
—Con un viento de hasta 10 kilómetros por hora se puede tirar con cualquier boomerang, cuando es más fuerte, podés tirar –como la gente que vive en el sur– pero tenés que hacerles modificaciones en el peso. Hice pruebas en días de viento y se diseñan especialmente dándole más peso. Todos vuelven, lo que varía es la forma de vuelo.
—¿Algo que te haya sorprendido?
—Algunos siguieron derecho y ahí tenés que observar el diseño de las palas y el estado de la madera terciada. En Europa lo hacen con el enchapado para aviación –de abedul– pero acá no se consigue y lo más similar en peso es guatambú –aunque las calidades han bajado.
—¿Por los problemas para importar?
—Sí, desde hace tres o cuatro años. Se nota en todo. Las tintas que usamos para sopletear los cuadros desaparecieron y así con una cantidad de cosas. El enchapado se hace acá pero ha sido desplazado por otros materiales.
—¿Está desarrollado como una práctica deportiva?
—En Europa sí, en España se practica mucho como deporte y hay torneos, al igual que en Brasil. Esperemos que acá se llegue a eso algún día.
—¿Qué te inspira en cuanto al diseño, porque tenés formas y estéticas muy variadas?
—Fui tomando planos de los que ya existían y luego vi que al ser un corte artesanal no lo afecta, y así encontrás que cualquier forma vuelve –si bien algunas lo hacen más suavemente y favorece a quien se está iniciando. Hay boomerangs rápidos, otros que van más lejos, lentos… hay muchas variantes. Si es para la venta hago los de vuelo lento, pero si lo tengo que hacer para mí, busco hacerlo más rápido y que recorra más distancia.
—¿Cuál es tu preferido?
—Tengo tres o cuatro aunque no son preferidos, pero nos los vendo porque están golpeados. Tengo para vuelo suave –que puedo atrapar por la espalda y entre las piernas–, otro que llama la atención es el que tiene un agujero porque lo atrapo con el dedo y están los de tiro largo –con un vuelo muy fiel– que alcanzan 30 o 40 metros y vuelven a la mano.
—¿Qué diseños has imaginado?
—Algunos muy grandes o con formas raras, pero en las ferias solo sirven para llamar la atención. Sin embargo he comprobado que uno de los más chiquitos es el que más vuelve y tiene mejor vuelo.
—Tenés algunos con figuras de personajes.
—Sí, tengo uno de los Simpson –que es tripala– lo vi en Internet y luego comencé a hacerlo con Homero. La cantidad de palas no influye en cuanto a que vuelva, aunque en general los de más de dos palas son de vuelo corto. Lo que varía también es la velocidad, y en algunos casos tenés que agacharte porque vuelven muy rápido, otros quedan flotando en el aire.
—¿Hay registros establecidos en cuanto a grandes distancias alcanzadas?
—Estoy fabricando boomerangs de madera pero los hay de fibra de carbono y otros materiales, con los cual se alcanzan distancias muy importantes. Con los de madera la mayor distancia es 100 metros. Tal vez en algún momento, si puedo trabajar esos materiales en forma artesanal, lo haga. Por ahora, con la madera y los problemas que tenés para conseguir los materiales, es un drama, como sucede con los terciados –que era lo más común. Igualmente ha caído la calidad de este material.
—¿Lo estás promoviendo como deporte?
—No, voy a tirar y los pruebo, y se acerca gente a ver. A los chicos también les atrae mucho.
—Sería bueno su promoción porque es barato, se necesita solo el objeto y cualquier lugar.
—Cuando comencé había varias personas tirando pero noté que todos los boomerang eran tradicionales –en L– no deportivos. Instalarlo como deporte –como cualquier cosa– lleva tiempo. En Buenos Aires hay gente que practica y está vinculada con la de otros países.
—¿Hay algún condicionamiento en cuanto a la edad?
—Se necesita fuerza, de acuerdo al boomerang. Ahora estoy desarrollando y probando unos que son para los chiquitos, prácticamente no necesitás fuerza y tienen un recorrido cortito. En la feria, los chiquitos de seis o siete años veían el video y se enloquecían pero los que teníamos no eran para ellos. El tripala más común tiene 60 gramos.
—¿Qué diferencias hay en cuanto a sensaciones entre el lanzamiento del boomerang y el de tiro con arco que practicás?
—Son distintos en cuanto a la precisión. Con el arco necesitás concentración para la precisión, y un tiro tiene que ser igual a otro, en cambio el boomerang es más libre.
—¿Se puede tirar a un blanco?
—Es lanzamiento y atrape, aunque he visto que en shows japoneses hacen tiro al blanco o apagan una vela. En cuanto a lo deportivo hay un reglamento que establece un círculo de dos metros para el lanzamiento, atraparlo la mayor cantidad de veces en determinado tiempo –sin salirse del círculo–, distintos tipos de atrapada –con un brazo, con el otro, por debajo de las piernas, acostado– y juegos en equipo –tipo posta.
—¿Probaste hacer blanco?
—Todavía no.